domingo, 9 de noviembre de 2014

¿Y si la mancha fuera azul?


Pequeñas columnas para sostener una radio (3)
¿Y si la mancha fuera azul?

El fin de semana pasado estaba en Azul, declarada hace unos años Ciudad Cervantina, para el inicio de su VIII Festival Cervantino; y llovía. Llovía como para ahogar las penas y hasta las ilusiones, que son más difíciles de ahogar que un gato. Circunstancia que me llevó de la mano a recordar un breve paso por La Mancha, geografía de aventuras para Don Quijote.
Había ganado un premio literario con mi novela “Patagonia Chu Chu”, que tiene por escenario La Trochita de la Línea Sur, y tuve que ir a recogerlo. Ya estaba advertido, por un ganador previo, de qué me esperaba, y la imposición de los organizadores de que fuera de etiqueta lo confirmaba. Lo menos, traje negro. Y yo no tenía traje, ni siquiera amarillo. Pero no me quería perder una inmersión en la España profunda, así que alquilé un traje negro, con faja y moñito violetas. Sólo me permití la infracción de no ponerme camisa blanca, sino que elegí una negra, con lo que entré en el perfil de cantor de tangos en decadencia.
El premio recuerda a Francisco García Pavón, el escritor más famoso y me temo que el único que dio Tomelloso, en los pagos de Ciudad Real, Castilla- La Mancha. El premio, los premios en realidad, se entregan en el último día –sábado- de una semana de fiesta corrida, con toreo todos los días, en variedades imposibles de ver en las grandes ciudades, como las cuadrillas de enanos toreros que payasean ante los bichos con cuernos.
No es fácil llegar a Tomelloso, si no es de Madrid. Desde Barcelona no hay nada, como no sea la imaginación. Bueno, sí, un tren que no para en esa ciudad, que tiene estación pero no tiene tren, pero se detiene a varios kilómetros, lo que obliga a llamar un taxi. En fin. Que yo lo tenía claro, y no me lo iba a perder.
Para la fiesta de cierre, la fiesta “culta”, habían hecho una selección rigurosa que concluyó en cuatro pibas de 18 que fungirían de damas de compañía de los premiados. El que empiece a imaginar porquerías que se olvide. Se mira y no se toca, y con la que me correspondía me encontré en el ayuntamiento, ya trajeado de tanguero. Una rubita asustada, vestida de largo en color salmón, como las otras tres, y con un batido alto fijado con espray, como las otras tres. Y yo que creía que esos peinados habían muerto en los 70.
Nos presentamos y salimos a la calle. Imaginen un desfile de carrozas sin carrozas. El alcalde abriendo camino con su dama salmón y batido del brazo, detrás los premiados, más atrás quien sabe quién, y a los lados dos filas interminables de vecinas que aplaudían la procesión. En realidad, aplaudían y vivaban a las pibas, que los premiados ahí no teníamos familia. Parecía Semana Santa, pero menos santa. Mis espías me habían anoticiado que en segundo lugar, detrás del alcalde, tenía que avanzar el premio mayor de la jornada, el “Francisco García Pavón” de novela, o sea uno. Pero, el patriotismo mete la cuchara, y uno es argentino, por lo que me pasaron al tercer puesto y fue de segundo el premio de poesía, que era español. Segundo o tercero para el argento era lo de menos. Lo de más era que el desfile parecía no terminar nunca, mientras arreciaban los aplausos para las pibas, que no lo llevaban muy bien, porque caminar con falda larga no es para todos, y mi rubita terminó por confesarme que tenía miedo de darse un porrazo.
Argentino el tipo, del barrio El Mondongo, se lo dijo con seguridad: con la mano que tenés libre levantá el ruedo unos centímetros, y no te sueltes de mi brazo que si te ves complicada yo te sostengo. Su sonrisa de agradecimiento compensaba que, a veces, uno la vaya de caballero.
Pero todo termina, y las subieron, a las pibas, a carruajes de época, para marchar hasta el gran teatro del pueblo, mientras a los premiados nos llevaban en un colectivo. Eso marcaba la diferencia.
Voy a contar dos postales por el mismo precio. El teatro estaba hasta el moño de gente, pero tuvimos que esperar aparte, hasta que nos dieron entrada como en los Oscar de Hollywood. Reflectores, alfombra roja, y el cantor de tangos llevando hasta el escenario a su Dulcinea, con el anuncio de don fulano de tal, ganador del premio equis equis, con la señorita Dulcinea, representante de la peña de leñadores de Tomelloso. Y tormenta de aplausos, para las pibas; es lo que tiene jugar de local.
Al fin, luego de que se entregaran como cincuenta premios, desde bordado hasta dibujos escolares, nos tocó a los tres pesados, novela, poesía y plástica, con lo que terminó lo que parecía interminable, y zarpamos rumbo a un parque de la ciudad –no sabemos si hay otro- cerrado con rejas que aseguraban que los que no habían pagado para estar en la gran cena miraran desde afuera.
Mi editor de ese momento, que había ido para divertirse a mi costa, porque uno, tanto joder con la revolución, hacía el “soyapa” con faja violeta y moñito al tono, me contó luego que le preguntó a una integrante de las familias bien, qué pensaba de las cientos de caras que espiaban a través de las rejas. La tipa debía ser impermeable a la ironía, porque contestó “que esa gente se divertía viendo como ellos se divertían”.
La otra postal, doble, se presentó en medio de la cena, cuando vi que mi rubita secreteaba con otra dama de compañía y le pregunté qué pasaba. Con vergüenza confesó que quería ir al baño y no sabía a quién pedirle permiso. ¿Qué corresponde que haga un caballero argentino? Le dije, yo te doy permiso, y le escribí en su menú, “doy permiso a fulanita para que haga lo que necesite”, y lo firmé. Entonces la pendeja me mató, porque sonrió muy grande y dijo: ¡gracias, lo voy a guardar para cuando usted sea famoso! En esas circunstancias es cuando uno se arrepiente de ser bueno.
Y la segunda parte de la postal vino después que, finalizada la cena, el alcalde y los tres premiados, con sus damitas, tuvimos que inaugurar el baile con “Sobre las olas”, de Estrauss, machucado por dos orquestas en vivo. Entonces empezó el baile de verdad, porque las dos orquestas arrancaron cantando ¡La española cuando besa, es que besa de verdad! ¡A ninguna le interesa, besar por frivolidad! Cartón lleno, me dije. Desde mi más tierna infancia que no escuchaba ese pasodoble.
Abandoné a su suerte a la rubita, me tomé un whisky con mi editor, y me mandé para el hotel. La milonga sería larga, y tanto que es tradición que al día siguiente se lo llame domingo de resaca, pero mi show era finito. Piré, me saqué el moñito y la faja, y me consolé pensando que no todos los días uno tiene posibilidad de ver un dinosaurio vivo.
García Pavón también piró muy pronto de Tomelloso a Madrid. Sus novelas transcurren en Tomelloso, pero él murió en Madrid. Es que, como me enseñó hace tiempo un amigo, hay pueblos, ciudades, que están para mandarse a mudar.
En un Azul muy llovido me dio por pensar en Tomelloso y La Mancha. Y una revelación de hace tiempo: Cervantes era un gran jodón. La Mancha es tierra de Sanchos, un Quijote solo podía estar demente.
Vaya uno a saber por qué me puse a pensar en esto en Azul, que no está en La Mancha. Tal vez porque seguramente tiene su García Pavón, que se fue para no pegar la vuelta.  

lunes, 3 de noviembre de 2014

Tus fantasías, mis fantasías



Pequeñas columnas para sostener una radio (2)
Tus fantasías, mis fantasías

Cuando el tema de composición no es La Vaca, sino las fantasías, queda implícito que vamos a hablar de sexo. No de sexualidad, que es más académico y distante, de sexo desnudo y a secas. 
Parodiando a Cesar Bruto -autor admirado por Julio Cortázar- se puede afirmar del sexo lo que aquel filósofo de barrio decía del esqueleto: desde el más humilde proletario hasta el más chancho burgués, todo el mundo tiene su bonito esqueleto. Lo que, desvariando, o haciendo sicologismo también de barrio, nos podría llevar a que también el sexo tiene muchos esqueletos escondidos en su ropero.
Pero como esta pequeña columna arranca de una pregunta sobre mis fantasías en relación a mujeres reales o imaginarias, antes que el desvarío, prefiero la enunciación de principios: Uno, nunca, jamás, debe confesar sus fantasías.
Las fantasías sexuales son la radiografía, la autopsia más descarnada de las debilidades de su portador. Revelan los resortes de poder sobre ese humano, y como las relaciones entre ídem son casi siempre de poder, regalar puntos débiles es, por lo menos, una falta de sentido común. Lo que no significa una renuncia a las fantasías o, preconciliarmente, categorizarlas como pecados. El pecado sería renunciar al fantaseo. ¿Entonces?
Se me ocurre que podríamos aproximarnos, imaginar -¿fantasear?- las bases para un brevísimo manual utilitario del buen uso de las fantasías sexuales.
El primer, y único, axioma propuesto sería que las fantasías sexuales se pueden compartir, pero el usuario nunca debe descubrir las propias. Lo que parece una contradicción, una paradoja, o algo por el estilo, pero tiene su lógica. Tal como la locura. En Hamlet, Polonio, el padre de Ofelia, ante los aparentes desvaríos del príncipe del gran William, acepta que está orate diciendo “pero, hay lógica en su locura”.
Si el sujeto –palabra de género neutro que incluye a todos los sexos conocidos o por inventar- no es un pedazo de cemento, comprenderá pronto que no hay relación humana más entregada y bestial que la sexual. Y lo de bestial no es descalificatorio, todo lo contrario. Sacar a jugar la bestia, el animal, es un acto de honestidad y entrega no superable por nada. Al menos en la vida por la vida y no en el acto final de un suicida kamikaze.
La bestia actúa por instinto. Un instinto enriquecido por la fina capa de materia gris que nos hace lo que también somos. En la cabeza, donde se revuelcan y pelean los tres cerebros de que hablaba Carl Sagan, el reptiliano, el límbico o emocional y el neocórtex, habitan las pulsiones, y las explicaciones que nos damos para creer que las tenemos dominadas. Podemos negar el instinto, pero el instinto no nos niega a nosotros. Y el instinto, como animal de selva, intuye, huele en el otro el rastro de sus deseos más oscuros, por dónde van sus fantasías. Por lo que resulta provechoso no ir contra la bestia, porque es una guerra perdida.
Entonces, en el diálogo del sexo –aunque a veces parezca la suma de dos o más monólogos- jugar con las fantasías es un terreno de placer compartido. Sólo habría que tener en cuenta que las que hay que poner en juego son las de la otra parte. Las propias, aparte de lo ya dicho sobre los resortes de poder, son materia que quedará en manos de la otra parte. (Por eso es deseable tener suerte en el con quién). Exponer los ratoneos propios es, por lo menos, un acto de falta de urbanidad, cuando no una agresión de la peor clase, teniendo en cuenta que los actores están desnudos en el sentido más profundo. Si hay otra regla en esto de las fantasías es que todo vale, menos obligar a la otra parte a que se compare con nuestras fantasías y salga perdiendo, porque siempre se pierde en esa comparación. Más, la mayoría de los ratoneos no resisten el llevarlos a la práctica. La realidad los convierte en un trapo de piso muy usado.
Y bien, si no queda claro cuáles son mis fantasías, objetivo cumplido. Esta pequeña columna es una demostración de cómo se puede hacer la gambeta que aleje la carne de la jeringa. Pero, como el tono se acerca mucho a una perorata de púlpito, voy a proponer dos cierres. Uno con una bendición: que el Señor de las Moscas los haga tan buenos como sea posible, sin que pierdan la cabeza, reducto de las fantasías.
Para el otro cierre una frase para pensar, de cierto filósofo erótico de la Dinastía Ming, inédito y desconocido, que me acabo de inventar:
“Tu fantasía es mi fantasía, le dijo la mariposa al cerdo”.