jueves, 14 de noviembre de 2013

El último paseo de Erich Priebke



“Cuando te mueras te vamos a hacer un ataúd redondo, para llevarte al cementerio rodando y a patadas”.
El dicho, que expresa mucho, mucho odio, parece haberse vuelto real con la búsqueda de un cacho de tierra para enterrar a Erich Priebke, criminal de guerra protagonista en la masacre de las Fosas Ardeatinas.
Ya lo conté un par de veces, pero no me canso de contarlo, especialmente en Alemania.
El primer acto sucedió en Italia, cuando la resistencia emboscó y mató a 33 soldados nazis, en marzo del 44. Hitler se cabreó y ordenó un “10 por 1” como represalia.
Priebke, capitán de las SS recolectó presos, judíos, lo que había a mano y –claro, no lo hizo solo- arreó el grupo hasta las cavernas conocidas como Fosas Ardeatinas.
El mal chiste es que tenían orden de cepillarse a 330, pero habían llevado a 335. ¿Qué hacer con los cinco que sobraban, y cuáles de todos eran?
Este tremendo drama de conciencia le confesó el propio Priebke, ciudadano destacado de Bariloche, Argentina, al periodista Esteban Bach.
Priebke decía que los culpables eran los guerrilleros, que si no se cargaban a 33 no lo ponían ante ese dilema. Dilema que resolvieron matando a los 335, y arrojando sus cadáveres a las cuevas.
La fundación de Simón Wiesenthal, detectó al tipo contando batallitas y le inició juicio; que terminó con la extradición a Italia y una condena. Ese fue el segundo acto.
Un segundo acto en el que un subordinado, llamado a declarar por la defensa de Erich Priebke lo justificó, porque no podía hacer oídos sordos a una orden de Hitler, pero… acá viene lo bueno: no justificaba que hubiera matado a los 5 que sobraban, porque para eso no tenía una orden.

En una charla en el Sindicato del Metal de Frankfurt, me preguntaron por qué yo había dicho en una entrevista que somos capaces de matar a nuestra madre si la orden viene convenientemente sellada. Y yo conté de Priebke y su sargento. La orden de asesinar a 330 era legal y no los convertía en asesinos. Los otros 5, muertos sin sello burocrático, no eran admisibles.
Me temo que no hay que ser nazi, ni siquiera alemán, para que alguien mate a su madre, si le llega una orden con el sello correspondiente, que lo libera de la responsabilidad individual. Es parte de un retorcimiento perverso de la mente humana sometida al imperio del orden social.
Y bueno, tercer acto, o la historia del ataúd redondo, o el último paseo.
Hace poco murió Erich Priebke. Y un montón de ciudades italianas se opusieron a que lo enterraran en su cementerio. Con lo que el “jonca” del susodicho paseó de acá para allá, buscando tierra. No lo llevaban a patadas, lo trasladaban en un furgón policial, pero eso es lo de menos.
Al fin, lo enterraron por ahí, en el fondo de un cementerio, escondido y sin identificación.
Pobre, la ultraderecha italiana y católica se quedó sin el héroe, a quien querían homenajear.
¿Y todo porque mató a 5 para los que no tenía una orden, o algo así?.
Qué injusticia.



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