lunes, 30 de marzo de 2015

Mederos: de tangos y papas fritas


Rodolfo Mederos es algo más que un hombre con un bandoneón, su espíritu crítico lo lleva a cuestionar la existencia misma del tango, y es capaz de decir, cuando comentaristas llenos de optimismo hablan de un resurgimiento de ese género, que “el tango se ha macdonalizado”, porque hay un público adiestrado para el consumo de “sonidos fabricados en oficinas de marketing, donde nada tiene historia y todo suena igual. Una globalización del gusto, la estética, la sensibilidad y las decisiones”.
Resulta duro escucharlo afirmar que los músicos están ante una realidad en la que “el tango, en su más pura manifestación, ya no existe”, Agregando que “dejó de ser la música cotidiana de un conjunto social para convertirse en ‘música de culto’ para entendidos y, desde lo comercial, para el turismo poco exigente”. Una recorrida por los escenarios tangueros de Buenos Aires, incluso los más alejados del turístico Caminito y sus bailarines de corte y quebrada, muestra rastros de esa orientación hacia el tópico vacío. Ese espacio que le lleva a decir que hoy no existe nada de lo que se vivió en los ’60 y ’70 en poesía, intérpretes o arregladores: “Lo que queda son fotocopias de fotocopias cada vez más borrosas”. Y de las fusiones, de las incursiones en la electrónica, también tiene algo que decir: “Eso no es música, es basura, es producto de la ignorancia, de la mediocridad y del oportunismo. Estos músicos no hacen música, hacen papas fritas”. 
En estos días, cuando en el Centro Cultural Torquato Tasso, frente al Parque Lezama, alterna los fines de semana su trío con su orquesta típica, accedió a dialogar con Miradas al Sur, sobre el hoy y si hay mañana para el tango. Y cómo lo anterior configura un interrogante que desborda por todos los costados, es preferible ir a la voz de Rodolfo Mederos, que a modo de repuesta dice:
–Ésa es la pregunta que me hago todos los días. La que me hago yo y le hago a mis alumnos todos los días. ¿Qué hacer? Una pregunta difícil de contestar, porque estamos en un territorio desvastado, mercantilizado, en el que no es fácil saber dónde estamos y qué queremos, porque la globalización de las culturas le ha quitado valor a todo. Hoy el tango es un negocio más, y como negocio ha entrado en liquidación.
–En ese sentido, el tango no se diferenciaría de otras músicas.
–Es que el tango es, fue, más que una música. En los años grandes del tango, en los ’40 y hasta los ’60, era parte de la vida de la gente; una manera de vivir y de sentir; una filosofía de vida. Era la música popular porque era la música de la gente en cualquier circunstancia de su vida. Pero ya no lo es, y lo que queda son los gestos, repetidos, gastados, el circo. Hoy la música que baila la gente, la que siente propia, son tal vez el cuarteto en Córdoba, el chamamé en el litoral y la cumbia; pero ya nadie baila el tango, como no sea en academias.
–Hasta los años ’50, los bailes populares contaban con orquesta típica y era una obligación saber bailar bien el tango, en el estilo de entonces, de salón. Después sucedió algo y se pasó a la escucha; muy lejos del baile.
–En esos años sesenta la presencia de Astor Piazzolla es responsable de la desaparición del tango. La discusión que tenían hacía tiempo, los puntos de vista distintos entre Piazzolla y Troilo (Aníbal), se inclinaron para un lado. Troilo defendía que el tango tenía que conservar su forma bailable, cuando Piazzolla empujaba por un tango para ser escuchado. En esa puja en los ’60 se fue dejando de bailar el tango y se impuso escuchar a Piazzolla.
–Parece como si Piazzolla fuera el responsable de la caída del tango, cuando, quizás, fue un emergente inevitable.
–Seguramente que era un emergente, pero fue la herramienta usada por el establishment para romper la que era profundo en la identidad. El avance de la globalización cultural estaba cuestionando todo. La música que difundían las radios y las grabadoras se habían estandarizado y acá teníamos productos como El Club del Clan y otros parecidos. Se usó a Piazzolla y su bandoneón se terminó con el tango bailable, el tango del barrio, porque la dominación también pasa por ahí.
–Tal vez tendríamos que definir qué es el tango, porque mientras algunos dicen que está “más vivo que nunca” usted sostiene que murió.
–El tango es una manera de vivir. Una manera de relacionarse con la gente, con el vecino, con el amigo, porque el tango es el barrio. Un barrio que ahora no se reconoce en el tango. A ver… todas las manifestaciones culturales han nacido en cierto momento, tuvieron un desarrollo, incubaron corrientes culturales posteriores, entraron en decadencia y luego se extinguieron. Sucedió con el barroco, con el renacimiento, con todas las corrientes; incluso las modas, lo que esté de moda, tiene que ver con eso, con un ciclo inevitable.
–Un ciclo que nos remite a lo biológico: nacer, crecer, decaer y desaparecer.
–Puede doler que algo se extinga, pero nada dura para siempre, y el tango ha tenido ese desarrollo, con su mayor esplendor en los ’40 y ’50, y luego su decadencia. ¿Por qué pensar que el tango debería ser eterno? Si fue popular era porque representaba una época y la gente se reconocía en él, hoy esa época es pasado; y el tango también. Nadie llora porque desapareció el barroco, Bach… todo eso que es pasado, y que sigue vivo, pero como pasado. Nada impide hoy que, en lo que se da en llamar la música clásica se interprete música del barroco, y yo suelo incursionar, jugar, con la música de Bach, maravillosa, pero lo hago desde hoy. Ni el barroco ni Bach son hoy populares. Y eso es lo que hay que asumir con el tango; ya no es popular. Lo que no quiere decir, otra vez, que no lo pueda disfrutar, sólo que ya no es como una lengua viva, ya no está en la calle, lo tengo que encontrar en el salón, casi en el museo.
–¿Entonces? Porque usted toca, compone y enseña tango. ¿Qué pasa con los jóvenes que se acercan al tango ahora?
–Lo que pasa es que lo tienen que aprender “in Vitro”. Tiene que buscar las grabaciones de unos y de otros, escucharlas, observarlas y aprender de ellas lo que puedan. Cuando yo era chico no tenía que ir a buscar el tango, estaba en mi casa, en el barrio, en el vecino que tocaba la guitarra o el bandoneón, en la vecina que cantaba. Hoy tenemos academias de música popular, donde los músicos pueden aprender los “yeites” indispensables. Antes no había academias porque el músico aprendía en contacto con los músicos, en la calle, en los clubes, en los escenarios; ahí estaba el tango. Por eso digo que hoy lo tienen difícil los que se acercan al tango.
–Esa clase de aprendizaje se parece a una búsqueda arqueológica. ¿Cuál es el imán, entonces, que atrae músicos hacia el tango?
–Tal vez una manera de mirar la vida; no sé. Sí sé que lo tienen muy complicado. Y yo también. ¿Qué podemos hacer? Hay que encontrar esa respuesta, ¿y mientras tanto, qué? Escuchar, incorporar, tocar, buscar… ¿Buscar desde dónde? Yo no creo que alguien pueda encerrarse en una torre de cristal y decir, voy a producir la música popular de este tiempo. Eso no sucede así, hay un proceso vivo, una vinculación de fondo, una raíz común con el pueblo o no hay manera. Si alguien, después, es reconocido por haber hecho algún aporte en ese sentido no es porque se haya encerrado entre cristales, sino porque estaba conectado, vivo.
–Se puede definir al origen del tango como la música del desarraigo. El pibe de la guitarra expulsado del campo por los latifundios, el pibe que aprendió el violín en una sinagoga europea, el italianito que toca el bandoneón  porque no tiene plata para un acordeón; y el bandoneón, instrumento para iglesias ambulantes empeñado en el puerto por marineros alemanes. Eso era el desarraigo. ¿Ya no hay tango porque falta del desarraigo?
–Lo que tengo claro es que el tango apareció con la inmigración europea, y que la cumbia que se baila en los sectores más populares es un producto de la inmigración latinoamericana. Sólo que en los primeros tiempos del tango la comunicación, la influencia de la comunicación mundial no era tanta como hoy, donde se impone una homogeneización, un achatamiento de los perfiles locales. Yo no sé si esa cumbia que se baila está cerca de la original o también es un producto del mercado. Lo que sé es que no quiero, no es lo mío tocar cumbias.
–¿Entonces? ¿Cuál es el camino?
–Ojala lo supiera. Pienso que es algo que tenemos que encontrar entre todos, hablando, haciendo. Yo toco con el trío y también con la orquesta típica. Podrían preguntarme, diciendo lo que dice, ¿qué sentido tiene tocar con una típica? No sé, un poco por pedagogía, para que la gente de hoy pueda escuchar como sonaba una orquesta típica, de la época en que había muchas, y otro poco porque es un placer. Algo que uno lleva. Pero hay que estar abierto, bien abierto.
–Justamente, eso me parece un tema. Ajustarse a un género, en este caso el tango, muerto o vivo, ¿no limita la ambición del músico? Tal vez por el lado de romper los moldes se pueda entender el tango electrónico, por ejemplo.
–No quiero atarme a un género como quien se ata a un reciente, algo que ya está preformado. En ese sentido, hoy miro hacia adelante y no me cierro a nada que sea auténtico, sin especulación comercial o de marketing. Hace tiempo, cuando comenzaba la dictadura, formamos “Generación Cero”, con la intención de explorar, experimentar. Ni siquiera llamábamos tango a lo que hacíamos, era un experimento.
–Sin embargo, cuando uno escucha, hoy, a “Generación Cero”, no tiene dudas de que eso es tango. Al menos es esa música urbana, con olor a asfalto recalentado, subte y cafés de parado, propia de la década del ’70.
–Puede ser, pero no era lo que nos proponíamos, más allá de juntar, encontrar, el rock, el jazz y el tango, para ver qué salía.
–Usted ha tocado con gente de muchos géneros, rock, folclore, jazz, incluso flamenco. ¿Cómo ve las versiones de tangos de Diego El Cigala?
–No me gustan.
–¿Por aquello de zapatero a tus zapatos?
–Yo no me meto con lo que no sé, como el flamenco. El problema de estos cantantes es que no piensan en lo que hacen.
–Una pregunta indiscreta. ¿Ponerle pulso tanguero al Himno Nacional Argentino fue un encargo, como el que recibió el catalán Blas Parera?
–No. Estaba jugando con la música y el bandoneón, cuando se me cruzó el Himno y empecé a improvisar. A mi hijo le gustó y la cosa quedó ahí. Tiempo después estaba grabando y el técnico, que no se cómo se había enterado, insistió para que grabara mi versión del Himno; y lo hice. Después lo eligieron para el bicentenario, y ahí está. 
–Su visión sobre el tango no deja de ser desoladora para un joven que se aproxime a él. ¿Algo de esperanza en el futuro?

–Reconozco que es desalentadora, pero también es un desafío, y los desafíos son atractivos. Podemos quedarnos quietos o seguir avanzando, quizás encontremos algo; al fin, la vida misma es un continuo desafío.

Recuerdos del futuro
Bandoneonista, arreglador, docente, Rodolfo Mederos es un referente de un tiempo de tránsito desde el tango como rey de los bailes populares a la marginalidad de los Centros Culturales, donde se escucha pero no se baila. Espacios que parecen tener su contracara –sólo parece– en las milongas y las academias donde se “curte” el tango con cortes y quebradas que ya era viejo y abandonado en los años ’50.
Rodolfo Mederos, reconocido como un joven bandoneonista talentoso por Astor Piazzolla –mientras Mederos estudiaba en la Universidad y tocaba en Córdoba– pega el salto a Buenos Aires y comienza una carrera siempre junto a los mejores. Así, a mediados de los ’60 graba Buenos Aires, al rojo, con temas propios, de Piazzolla y de Carlos Cobián y se presenta en público apadrinado por Eduardo Rovira. Poco después, siguiendo la senda de ese tiempo de la confluencia de poetas y músicos, pone su bandoneón al servicio de los poemas del Grupo Barrilete.
Ya en el ’69 integra la orquesta de Pugliese, con Daniel Binelli y Juan José Mosalini. Con ellos dos seguirá como arreglista en el “Quinteto Guardia Nueva”, pero ya en 1976 inicia un grupo que se constituiría en “conjunto de culto”. Esta calificación significa, normalmente, que el sujeto adjetivado no llegó a ser reconocido por el gran público, pero sí por los iniciados en el misterio áulico, y por sus colegas, que descubren a través de sus audacias nuevos caminos, nuevas puertas a que tocar.
Por cierto que “Generación Cero” –hoy fácil de acceder en Youtube– tuvo toda la irreverencia propia de esos tiempos y cruzó música de distintos orígenes, con sus pulsos y respiraciones propias. Los eruditos hablan de “triple fusión”, porque sumaron, entrecruzaron, el jazz, el rock y el tango. Desde la misma irreverencia de los músicos, se les podría cuestionar a los eruditos su clasificación, al fin, el jazz, el rock –al menos al argentino– y el tango tienen el mismo origen y la misma sangre: el suburbio, la marginación y el asfalto.
Para aquellos, trágicos, mediados de los ’70 la propuesta de Mederos en “Generación Cero” no sonaba como tango, pero tampoco lo negaba. Al fin, con la aparición de Astor Piazzolla y Eduardo Rovira se había roto un dique que condenaba al tango a una manera, a un estilo, a una mirada, que se estaba haciendo vieja y lejana para las nuevas generaciones. Los Beatles, Los Gatos, Manal y Almendra ganaban el baile de los jóvenes, alternando con las cumbias y los colombianos vallenatos de Los Wawancó y el Cuarteto Imperial. El baile y el club de barrio habían sido desplazados por las discotecas y la identidad local se hacía papel picado en nombre de la universalidad, cuando se le daba nombre.
El primer disco del grupo fue “Fuera de broma”, al que siguieron “De todas maneras”,”Todo hoy”,”Buenas noches, Paula”, “Verdades y mentiras” y “Reencuentros”.
Al fin, “Generación Cero”, tal vez anticipando la visión que hoy manifiesta Rodolfo Mederos sobre aquellos tiempos, fue adquiriendo cierta trascendencia y logró reconocimiento del público, especialmente en escenarios fuera de la Argentina. Algo así como recuerdos del futuro.

Publicado en Miradas al Sur

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