lunes, 19 de enero de 2015

De hijos y chupetes

En estos días se reavivó el culebrón borbónico, y por eso rescato esta nota publicada en junio de 2014, porque derecha e izquierda española coinciden en la tolerancia hacia la monarquía, en tanto no dé mucho de qué hablar, pero un repaso por la historia conocida de los Borbones no deja tranquilos a sus defensores.
Ingrid Sartiau, Albert Solà Jiménez y Felipe VI
 A rey muerto, rey puesto, dice un antiguo refrán que, de cumplirse, hubiera hecho todo más fácil, porque la Constitución de España no previó cuáles serían los privilegios (ni si le correspondían) de un rey que renunciara al trono. Hasta el momento, los juristas hacen malabares: una parte de la familia, hasta ahora coronada, se va a jugar a la B, y algunas historias que eran de página policial o de revista de peluquería, se ponen jugosas. A saber: la todavía princesa real Cristina de Borbón y Grecia tiene pendiente una resolución judicial por su imputación en los delitos económicos de su consorte, Iñaki Urdangarin. Si bien su condición no le otorga inmunidad judicial, hasta ahora los jueces soportaron serias presiones e hicieron equilibrio para no llevar a juicio a una princesa de España. Con el cambio de titular de la corona ya no será princesa, título que corresponderá a sus dos sobrinas, con lo que no sería traumático que se la juzgara por haber firmado junto a su marido no pocas maniobras fuera de la ley. ¿Una ex princesa entre rejas? Puede ser. En cuanto a Juan Carlos de Borbón, que quedaría en condición de padre del rey, pero sin los privilegios e inmunidades que hoy tiene, tal vez su pasado revoltoso le traiga algunos dolores de cabeza. Por ejemplo, una mujer y un hombre, Ingrid Sartiau y Albert Solà Jiménez, aseguran ser sus hijos no reconocidos. La historia pasaría por otra picardía del Borbón, una de tantas, si no fuera porque Albert Solà Jiménez nació en 1956, con lo que sería el hermano mayor de Felipe de Borbón, nacido en 1968. Un posible reconocimiento de Solà pondría aún más patas arriba lo que ya lo está. El caso es curioso. Para Ingrid Sartiau la cosa se destapó un día en que, mirando televisión, Liliane, su madre, le señaló la aparición del rey de España diciendo “ese hombre es tu padre”. Liliane Sartiau había conocido al rey en Francia, en el año 1956 –el mismo año en que nacería Albert Solà– y volvieron a encontrarse en Luxemburgo un año más tarde. Nueve meses después nacía Ingrid. Ingrid Sartiau comentó la revelación con mucha gente, pero pasaría algún tiempo antes de que, por Internet, tomara contacto con su medio hermano cuando, buscando información sobre la dinastía de los Borbón, encontró una entrevista en la televisión holandesa en la que Albert Solà Jiménez decía que era hijo de Juan Carlos I. Entonces dieron un paso conjunto, comprobar si tenían consanguinidad, y la comparación de los dos perfiles genéticos sentenció el 91% de posibilidades. “La probabilidad de que tengan un progenitor común es elevadísima”, reconoció el profesor Jean-Jacques Cassiman, genetista de la Universidad de Lovaina que realizó el estudio. “Los resultados son claros, pero los estudios no pueden especificar si se trata del padre o de la madre”, asegura. Por ahora lo comprobable es que las madres son dos distintas, y se puede descartar que el resto sea intervención divina. Chupete verde. La historia de Albert Solà es más rocambolesca que la de su media hermana, un novelón como los de Alejandro Dumas. Según la cuenta, la cosa comenzó cuando el entonces príncipe Juan Carlos estudiaba en la academia de aviación militar de Zaragoza. En esa ciudad, donde luego también se formaría aviador el próximo rey de España, conoció social y bíblicamente a Maria Bach Ramon, joven perteneciente a una familia de banqueros de Girona, Cataluña. Al respecto, Solà sostiene que, poco antes de que él naciera, “el Rey les comunicó la noticia a varios amigos”. Pero enterarse de eso vino después, porque luego del parto en la Maternidad de Barcelona, las enfermeras le sacaron el niño a su madre y lo llevaron a Ibiza, de donde regresaría recién años más tarde, para terminar siendo adoptado por la familia Solà Jiménez. Ya de mayor, cuando Albert Solà decidió investigar su origen biológico, se encontró con algunas sorpresas, como que cuando nació fue registrado como Albert Bach Ramon, y que en los papeles rescatados figuraba una anotación al margen: “Chupete verde”. Solà sostiene que los historiadores que consultó le han señalado que la pérdida del apellido original eran una costumbre del franquismo, que borraba a la madre biológica, y que lo de “chupete verde” es una expresión que sólo consta en las anotaciones de nacimiento de los hijos de la realeza. O sea que, como en la continuación de Los Tres Mosqueteros, cuando Albert Solà, luego de vivir un tiempo en México, retornó a España empecinado en saber cuál era su nacimiento, se encontró con que el color de un chupete lo podía convertir en el primogénito del rey Juan Carlos I. O sea, primero en la línea sucesoria al trono de España, siendo catalán. Una bomba. Lo cierto es que el hombre interpuso en 2012 una demanda por paternidad, que no le fue admitida por los juzgados de Madrid argumentando que “la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”. Sí ha logrado que la Casa Real, con la que según sus palabras mantiene una “relación cordial”, le conteste a sus llamadas y le reciba los saludos para “su padre”, aunque mantengan el silencio sobre sus pedidos de hacer una comprobación genética. El último Borbón es el título de un libro, pero tal vez debería estar entre signos de pregunta si es verdad lo atribuido a la reina María Luisa de Parma por su confesor a la hora de su muerte, un 8 de enero de 1819. Según Fray Juan de Almaraz, la reina descargó su alma diciéndole –pasado a un castellano moderno– que “ninguno de mis hijos lo es de mi esposo el rey Carlos IV y, por consiguiente, la dinastía de Borbón se ha extinguido en España”. Esto lo escribió de puño y letra el fraile, que mantuvo el secreto un buen tiempo, el 2 de junio de 1827. Parece que a Carlos IV le tiraba más irse de cacería que quedarse en casa y el favorito de la corte, el ministro Manuel Godoy, era quien se ocupaba de la reina. Al fin, el ministro llevaba las riendas del poder y Carlos IV estaba a gusto compartiendo el mismo techo, la misma mujer y la misma comida. El futuro Fernando VII, muy conocido en sudamérica porque cuando fue secuestrado por los franceses sirvió –sin quererlo– de “máscara” a la liberación del Virreinato del Río de la Plata, nació en octubre del mismo año de la entrada de Godoy en palacio. Como en todo palacio que se precie, corrían las maledicencias, y un cuadro, el retrato de la familia real pintado por Francisco Goya, levantó rumores acerca de que los infantes Francisco y María Luisa se parecían mucho a Godoy. Como dato de época vale la pena reseñar que María Luisa de Parma tuvo 14 hijos, la mayor parte fallecidos cuando muy pequeños, y 11 abortos. Aseguran algunos historiadores irreverentes que, enterado de las historias, su hijo, Fernando VII, hizo encerrar de por vida a María Luisa de Parma en la prisión de Peñíscola; la misma prisión, pero se supone que en cuartos distintos, donde encerró al fraile Almaraz cuando tuvo la mala idea de contarle lo que sabía. En los hechos, Fernando VII le hizo una gambeta a su hermano Carlos María coronando a su hija Isabel, casándola con otra rama de los Borbón no destinada a reinar, y dando pie a lo que serían los “carlistas”, que acusan a los descendientes de Isabel II de ser algo así como falsos borbones. Probablemente, Fernando VII quiso desterrar de la familia los genes de Manuel Godoy sin lograrlo del todo. Isabel II engendró a Alfonso XII, al estilo de su abuela María Luisa; ese Alfonso era adicto a la pornografía y llegó a filmar una película de ese género, mientras su hijo Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos I, se desvivía por las prostitutas. Por su parte, Juan de Borbón sembró progenie por el mundo, pero se vio ampliamente superado por su hijo, el arrepentido cazador de elefantes, que seguramente repitió muchas veces “no lo volveré a hacer”. Con lo que se llega hasta hoy, cuando Felipe de Borbón, de la rama sospechada de los borbones, hijo de Juan Carlos I, asumirá como rey de España con el nombre de Felipe VI, mientras que el catalán y tal vez separatista Albert Solà Jiménez podría ser reconocido como el verdadero primogénito Borbón. Situación que, teniendo en cuenta lo reseñado antes, reclama un esperpento de Ramón del Valle-Inclán, que ponga en primer plano a la reina María Luisa de Parma confesando en su lecho de muerte que el último –¿y verdadero?– Borbón fue Carlos IV. Cosas de palacio.

Publicado en Miradas al Sur 


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