lunes, 19 de enero de 2015

Las muchas tumbas de Federico

Con mar de fondo político se inició la segunda búsqueda de los restos de García Lorca en Andalucía, pero una investigación hecha libro abre una perspectiva inesperada.
Pala mecánica, Amorim y Lorca.
Pasadas las fiestas de fin de año, la pala excavadora que se les retiró porque hay que mantener libres de nieve los caminos andaluces en el invierno europeo, volverá a estar disponible para que los arqueólogos sigan con su búsqueda de los restos de Federico García Lorca en Víznar, tierras de Granada, la que cantara en sus versos el poeta fusilado.
Este es ya el segundo intento para localizar la fosa que compartiría García Lorca, asesinado en el verano de 1936, con el maestro Dióscoro Galindo y los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. Como dato tal vez intrascendente conviene señalar que los franquistas no fusilaron a ningún torero. Mientras los toreros se inclinaban por los nacionales, sus banderilleros, la gente de su cuadrilla, sus “obreros” de apoyo, eran republicanos.
Las primeras excavaciones, que despertaron una tumultuosa discusión en torno de si retirar o no los restos, en la que participó, por sí y por no la familia del poeta, se hicieron hace cinco años, en un punto al que remitían las investigaciones del hispanista Ian Gibson, quien se basaba en el testimonio de Manuel Castilla, supuesto enterrador de Lorca. Para tranquilidad de muchos, en el sitio excavado cuidadosamente durante mes y medio sólo se encontró una piedra.
Ahora, transcurrido un lustro, y con un presupuesto más reducido, tal vez por la crisis económica de España, la búsqueda se trasladó a un kilómetro de distancia, a la carretera que une Víznar y Alfacar, en un terreno conocido como Peñón Colorado.
Y otra vez resurge la discusión y el “ninguneo” por parte del partido que está en el gobierno. Seguramente porque de encontrar el enterramiento en ese sitio, un antiguo campo de instrucción de la Falange, actualizaría un tema que los españoles, en general, han preferido no tocar: los crímenes del franquismo.
En ese sentido, ante la acusación del Partido Popular de que la Junta de Andalucía está montando “un espectáculo publicitario en torno de la memoria histórica”, y el requerimiento de que retire las máquinas de la excavación porque “son necesarias en los muchos puntos de la provincia en los que hay carreteras, hospitales o colegios por construir o arreglar”, parece irrelevante que este hecho sea parte de una iniciativa mayor de la Dirección General de Memoria Democrática. “No estamos sólo buscando a Lorca –señala el arqueólogo Javier Navarro, al frente de la excavación–, sino a víctimas de la Guerra Civil. Yo a mis muertos quiero tenerlos en lugares dignos, y no entiendo que haya gente que no lo vea así. En cualquier caso, me parece que esto sobrepasa lo familiar. Federico García Lorca es de todos y es impresentable que España tenga a su poeta más universal tirado en un sitio como éste”. Y, por si algo faltara, los arqueólogos se ven obligados a justificar su trabajo desde el bajo costo que tienen los sistemas de microperforaciones que se utilizan.
Diversos testimonios apuntan a ese sitio, sin precisar exactamente la ubicación. Entre ellos, el de José María Nestares, mando militar del frente de Víznar, que señaló: “Llamé a Manolo Martínez Bueso para que los vigilara y presenciara la ejecución... Después, Manolo me dijo que Federico (García Lorca) iba en pijama y que los habían matado en el campo de instrucción de las tropas, a la derecha de la carretera... Me dijo que de los que se enterraron, Federico era el segundo por la izquierda”. Esto lo dijo al periodista Eduardo Molina Fajardo.
Distintas fuentes y distintos puntos de vista, como el del historiador Miguel Caballero, que continúa la investigación del falangista Molina Fajardo en su libro Las 13 últimas horas en la vida de Federico García Lorca. Caballero afirma que lo mataron por razones de inquina entre familias, y no por su posición política. 
En ese sentido, el escritor Luis García Montero ha sido muy claro al decir que sostener, como lo hace Miguel Caballero, que García Lorca no fue un personaje político, ni perteneció a ningún partido, “es desconocer el significado de su obra literaria y su repercusión en la España del primer tercio del siglo XX” y, al mismo tiempo, olvidar que “entre las más de 5.000 víctimas granadinas hubo muchas que estuvieron menos comprometidas políticamente que Federico García Lorca”.
Es cierta la trascendencia personal de Lorca, y no menos cierto su peso en la cultura rioplatense, porque en sus pasos por la Argentina y Uruguay despertaba pasiones. Lo que abre un interrogante que, de ser cierto, tiraría por tierra todas las discusiones peninsulares, es la investigación que precede a El amante uruguayo. Una historia real, libro del peruano Santiago Roncagliolo, publicado en 2012.
Rico y comunista. Enrique Amorim, escritor uruguayo nacido en Salto, es el personaje investigado por Santiago Roncagliolo para su libro. Reconocido en su momento en el ambiente cultural rioplatense, el oriental tenía un pasar económico que lo había convertido en un mecenas de la cultura de izquierda, y le valía ser parte de varios importantes encuentros del comunismo internacional en América del Sur y Europa. Su obra, pasado el tiempo, ha envejecido mal, tal vez por falta de profundidad. Si algo caracterizaba a Enrique Amorim era que construyó su vida pública como una película en colores, conservando lo privado en la opacidad, espacio en que el libro de Roncagliolo abre una ventanita.
Que Amorim tuviera un trato cercano con Federico García Lorca no es de dudar, porque ahí están las fotografías que lo documentan, de un tiempo en que el Photoshop no hacía estragos. Era un personaje infaltable en los encuentros formales e informales del mundillo de la cultura y la política, que solía concurrir a su mansión en Salto, para compartir, por lo menos, sol, mesas bien servidas y abundantes tragos. Hasta Borges aparece con Amorim, en un amontonamiento de amigos que se remojan en un arroyo.
Lo que coloca a este hombre en el camino de la búsqueda de los restos de Lorca es que, ya siendo amigo de destacadas figuras de su tiempo, como Pablo Neruda y el otro Pablo, Picasso, habría vivido una intensa ligazón amorosa con el poeta durante un viaje que éste hizo a Uruguay en 1934. Lo que no tendría mayor trascendencia si no fuera porque, en 1953, Enrique Amorim levantó en Salto lo que se considera el primer monumento en memoria de Lorca, dando origen a más de una sospecha o certeza, porque la ceremonia tuvo mucho de entierro. Idea quizás abonada porque Amorim había sido quien repatrió los restos de Horacio Quiroga a Salto.
En el discurso inaugural, al que asistió la exiliada actriz catalana Margarita Xirgu –que estrenara en 1945 "La casa de Bernarda Alba" en Buenos Aires–, Amorim se puso alegórico recitando unos versos de Antonio Machado, y dando a entender que algún día él mismo yacería junto a los restos del poeta. Para muchos de los memoriosos, algunos entrevistados por Roncagliolo para su libro, una misteriosa caja blanca que se ve en las fotos junto al monumento contenía los restos del autor de Romancero gitano. Restos que el escritor uruguayo habría rescatado de su primer enterramiento en España.
Visto el perfil de vida de Enrique Amorim y su exitosa carrera en la legitimación como comunista millonario y escritor, Santiago Roncagliolo, ganador del Premio Alfaguara en 2006 por Abril rojo, deja abierta la posibilidad de que con relaciones y dinero haya podido hacerse con lo que quedaba de su amante.
Santiago Roncagliolo dijo a Miradas al Sur, desde Barcelona, que la investigación y el libro habían sido un trabajo por encargo; que la editorial española Alcalá, dueña de los derechos de los libros de Amorim, lo había puesto sobre la pista, pero que él no había inventado nada. Con lo que tal vez las excavaciones en busca de los restos de Federico García Lorca deberían meter la pala en el monumento de Salto, parada obligada de miniturismo, como sugiere Roncagliolo. Si Enrique Amorim no era un delirante, en Salto está la Caja de Pandora que puede hacer saltar por los aires la historia conocida del poeta granadino, y todas las discusiones en torno del destino de sus huesos.

Recuadro 1:
Cronología de los misterios
1898 Nace Federico García Lorca en Fuente Vaqueros, Granada.
1934 Lorca llega a Buenos Aires, presencia Bodas de sangre, protagonizada por su amiga Lola Membrives, dirige Mariana Pineda y viaja a Uruguay, donde se encuentra con Enrique Amorim.
1936 Lorca es asesinado entre Víznar y Alfacar, Granada.
1953 Amorim inaugura el monumento donde podría haber restos de Lorca.
1955 Manuel Castilla, “El Comunista”, dice al investigador Agustín Penón que enterró a García Lorca en Alfacar.
1960 Muere Enrique Amorim.
1966 Castilla indica el mismo lugar a Ian Gibson, biógrafo de Lorca.
2008 El juez Baltasar Garzón ordena la exhumación de 19 fosas, entre las que se encontraba la posible de Lorca. La Audiencia Nacional lo paraliza.
2009 Después de tres meses de búsqueda, en Alfacar solo aparece una roca.
2012 Santiago Roncagliolo publica, con la editorial Alcalá, El amante uruguayo. Una historia real.
2012 Un nuevo equipo excava, en una posible ubicación, un campamento de Falange.
2014 Otro equipo excava, en otra posible ubicación, un nuevo campamento de Falange.

Recuadro 2:
Ser o no ser de Lorca
La derecha española, y parte del progresismo bien pensante, es decir moderado, aún mantienen vivo a García Lorca. Unos, porque lo demonizan como rojo come niños, atribuyéndole una importancia ideológica y política que justifica la suerte que corrió. Otros, porque en un extraño giro, lo redibujan como un apenas simpatizante, dedicado a su arte, del que se apropió la izquierda extrema luego de la Guerra Civil. Tal vez son los mismos que se complacen en señalar que se ha avanzado mucho, desde la llamada Transición Modélica, reconociendo que los malos no fueron sólo los republicanos, sino que se cometieron brutalidades en ambos bandos. Visto desde este lejano sur, y la persistencia de los argentinos en llevar ante la justicia a los genocidas, resulta entendible la posición de la derecha, e incomprensible ese “ni fu ni fa” de los llamados progresistas, si se tiene en cuenta que, terminada la guerra, las “sacas” de los pueblos sumaron más de 200.000 asesinados en las cuentas del franquismo. Y no sobra ningún cero.
Tal vez eso es lo que se discute, subterráneamente, en torno de la búsqueda de los restos del poeta granadino, del que se sabe que fue fusilado y enterrado a escondidas, como parte de una serie de asesinatos en tierras andaluzas, más precisamente, en un campo de entrenamiento de Falange. Es cierto que todos los desaparecidos, asesinados y enterrados en cualquier parte por los ganadores de la guerra, merecen que se los saque de debajo de la alfombra que oculta lo podrido, y que sus restos vuelvan a sus familias, para que cierren el duelo enterrándolos como mandan las costumbres. Pero, esa idea, justa en lo general, también suele ser manipulada por quienes son funcionales a la derecha, se llamen como se llamen. Lo cierto es que Federico García Lorca hubo uno solo, y su trascendencia como figura internacional, que podría haber optado por un seguro exilio para evitar los riesgos de la guerra, lo convierten en un referente obligado, en una bandera de los caídos de mala manera y enterrados como perros en cualquier cuneta.
Recordar que Federico García Lorca era un poeta largamente reconocido ya antes del enfrentamiento entre republicanos y nacionales, sería una obviedad imperdonable. Nadie ha podido pasar por la escuela, en el universo hispanoamericano, sin leer por lo menos unos versos de García Lorca. Y si el lector se dio un poco más de juego sabrá que, mientras Jorge Luis Borges lo apostrofaba como “andaluz profesional”, sus llegadas a Buenos Aires, donde estrenó su Bodas de sangre con Lola Membrives como protagonista, fue uno de los acontecimientos culturales más relevantes del primer terecio del siglo XX en el Río de la Plata.
García Lorca no sólo ya era famoso y reconocido, tenía conciencia de serlo, y eso es lo que puso a disposición de sus ideas cuando, en plena Guerra Civil, recorría los frentes con su teatro y sus poemas, apoyando a los combatientes. El testimonio de sus compañeros de lucha y las investigaciones del hispanista Ian Gibson dejan en claro que nunca tuvo un papel preponderante ni como ideólogo ni como conductor de la guerra. Tampoco fue un inocente. Sabía en qué bando estaba, sabía para quién jugaba, y lo hacía desde el espacio de combate que asumen los artistas y los intelectuales que no cambiaron las artes por los fusiles. Su elección es comparable a la experiencia de los teatros populares y barriales que sumaron actores y dramaturgos en la lejana primavera democrática de la Argentina en 1973, cuando los criminales de las Triple A los baleaban en cualquier esquina. Como poeta, como hombre de teatro, sabía que tenía límites, pero así y todo, le ponía el cuerpo a la coherencia de las ideas. Más que suficiente.
Demonizar a Federico García Lorca es un trabajo de la derecha, que preferiría que nunca hubiera existido. Presentarlo como un intelectual “a la violeta”, apropiado luego por la izquierda, es una perversión del razonamiento. La misma clase se retorcimiento que señaló, repetidas veces, que el ensañamiento de los franquistas con su figura se debía a su homosexualidad. No es descartable que para los católicos ultramontanos de aquel tiempo su elección sexual fuera inaceptable, al fin es de sospechar que los ultramontanos actuales tolerarían mejor al poeta granadino si no hubiera sido lo que era. Sólo que también es una exageración asegurar que lo fusilaron por ser homosexual. Ambas visiones rozan el ridículo. Alcanza con recordar que el “Brujo” López Rega, conductor de la banda nazi Triple A, y luego, en su fuga, embajador itinerante, afirmaba que todos los integrantes de los grupos revolucionarios de la Argentina, todos, eran “putos y drogadictos”. Ante la calificación convertida en insulto bien vale repetirse: todos fueron García Lorca.

Publicado en Miradas al Sur:

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