lunes, 19 de enero de 2015

Sendra y Matías

Está exponiendo su muestra “Vacaciones con Matías” en el Museo del Humor de la Costanera Sur. Y desde allí, habló de su origen, de la cercanía entre personajes de otros autores y de la masacre ocurrida en Charlie Hebdo.



Fernando Sendra, o simplemente Sendra, es el padre de Matías, un personajito de papel dibujado que resume, como la mejor enciclopedia posible, el ser o no ser de los argentinos o, para ser más precisos, de los porteños en este siglo XXI que corre. Con motivo de la muestra “Vacaciones con Matías”, que se puede visitar hasta los primeros días de marzo en el Museo del Humor, en la Costanera Sur, donde alguna vez estuvo la mítica cervecería Munich, Miradas al Sur dialogó con el creador.
–¿Cómo surge, desde dónde, este pequeño Matías, con sus amigos y sus reflexiones?
–Hay personajes que son creaciones de uno y otros que emergen por sí mismos, por su propia fuerza. Matías asomó como un secundario en “Prudencio”, una historieta donde el protagonista era un guapo, y terminó quedándose con la tira.
–Como en el caso de Clemente y Bartolo.
–Y como en el de Patoruzú. Al principio, el protagonista era Isidoro, en la tira “Julián del Montepío”. Apareció Patoruzú e Isidoro se convirtió en su acompañante. No es nuevo ese proceso, también pasó con otra historietas famosas en otras partes del mundo. Es el caso de Dagwood, de la historieta que en Argentina se conoció como “Lorenzo y Pepita”. La familia de Lorenzo (Dagwood) era millonaria, dueña de ferrocarriles, cuando aparece Pepita, que se llamaba Blondie, con la intención de cazar al padre de Lorenzo. Pero se enamoran y la familia decide que si siguen adelante desheredan a Lorenzo. Estos se casan, los desheredan y pasan a tener los problemas económicos no sólo de la clase media, sino de la crisis del ’30. Con lo que hacen un cambio y una evolución notable. El caso de “Trifón y Sisebuta” es similar. La millonaria es ella, y él un casi mendigo que se convierte en otra cosa, y mantiene amigos desastrados. En mi caso no fue tampoco casual. Tiene que ver que en esa época tenía cuatro hijos pequeños, y como trabajo en casa, los tenía todo el día alrededor. Los materiales de trabajo de un dibujante son justo los que les gusta a los pibes para jugar, como los lápices de colores. Empecé a pensar en cómo pensaban y qué veían, pero, los pibes solos no me terminaban de convencer. En realidad, lo que yo necesitaba era su relación con los grandes, entonces apareció la madre de Matías, para que la tira fuera realidad. De alguna manera la madre soy yo, porque al fin lo que se produce entre Matías y la madre es algo semejante al diálogo que sostengo yo, Sendra pibe, con yo Sendra adulto.
–Resulta curioso que muchas veces los adultos se olvidan del pibe que fueron. Por ejemplo, de que estaban atentos a todo, y que lo que no sabían lo adivinaban. Y entonces repiten, sin recordarlo, lo que escucharon de otros cuando eran chicos: “hablá tranquilo, que los pibes no entienden”. Y los pibes por ahí, poniendo cara de “no entiendo” y parando la oreja.
–Por eso yo estoy en las dos partes del diálogo, porque los chicos son personas en una etapa especial, pero son personas que piensan. Siempre digo que no soy chico ni soy viejo: estoy chico o estoy viejo. Son distintas etapas, con distinta experiencia acumulada, pero en las dos hay deseos y voluntades.
–Pienso en la madre de Matías, que nunca se ve de cuerpo entero, porque la narración es a la altura de la mirada del pibe, y se me ocurre que es pariente de las mujeres de Maitena y de los personajes femeninos de Betibú, la novela de Claudia Piñeiro. En sus diálogos y en la forma que encara las situaciones de su diario vivir, son una radiografía de mujeres de un sector social, muy actualizadas. Mujeres independientes, que quieren gustar y que se preocupan por su aspecto físico, a veces hasta la obsesión.
–Uno de los problemas que tuve que enfrentar cuando empecé a trabajar a la madre fue que tenía que pensar como una mujer, pero una mujer de este tiempo. Antes, las madres de las tiras eran amas de casa, dedicadas a sus hijos, yo diría madres “tangueras” porque son las que nos cuentan los tangos. Pero las mujeres han cambiado. Cuando uno era chicos usaban medias con costura, después fueron sin costura, después fueron de red, más tarde negras y siguieron cambiando hasta hoy, que son de cualquier manera, como les guste a cada una. Con lo que aquello que parecía una figura estable, sin cambios, pasó a ser inestable, con cambios. Para decirlo mejor, lo último que cambió fue la historieta, primero cambiaron ellas y luego aparecieron los personajes que las representan, ya lejos de los estereotipos de otros tiempos. Porque los cambios en la realidad fueron graduales y se dieron en todos los aspectos. Por ejemplo, en el siglo XX el psicoanális y el surrealismo incorporaron cierta calidad de lo onírico, pero con un supuesto racional. Después fue el tiempo de Picasso, desarmando la imagen y mostrando distintos puntos de vista para verla, que se corresponde con Einstein y su teoría de la relatividad. Esos cambios tardaron en aparecer en la historieta.
–Es inevitable que un lector de Matías lo compare con otra loca bajita mítica, Mafalda. De esa mirada surge que Mafalda era como más lógica y Matías más de los sentimientos y las simpatías. Y también, que el entorno familiar es distinto. El grupo de Mafalda era la familia tipo: papá, mamá y Guille, el hermanito. En tanto que Matías tiene a su alcance sólo a su madre –el padre se presupone, por razones biológicas–, un psicoanalista de a ratos y su grupo de amiguitos.
–No podría haber hecho mi tira si antes no hubiera existido Mafalda. Mafalda y tener hijos propios, las dos cosas. Y las diferencias son evidentes. Mafalda es más racional, más clásica. En general sus historias son un reflejo de la sociedad de ese momento en escala infantil. Están todas las clases sociales representadas en uno u otro personaje, como Susanita, que es la burguesa. Quino, en ese sentido siempre fue muy coherente con su visión del mundo, y lo refleja en Mafalda. Matías, por su lado, es más del Edipo, más de los afectos. Matías no cuestiona al mundo ni se propone cambiarlo, lo vive.
–Recuerdo una conversación con Horacio Altuna. Yo le decía que muchos leímos en su historieta “El loco Chávez” una crítica subterránea a la dictadura argentina, en plena actividad en ese tiempo. Y Altuna reconocía que no había sido su intención un mensaje político, pero que había sido leída así. Lo que demuestra algo ya sabido, que los creadores están atravesados por su realidad y suelen decir más de lo que se proponen voluntariamente.

–Es así. Cuando me preguntan qué es el arte yo suelo decir que el arte consiste en decir algo sin saber uno lo que está diciendo, para que otro entienda, sin saber lo que entendió. Al fin, hablar es recortar la realidad, que una gran parte quede oculta, lo que no quiere decir que no está, sino que no es evidente. Una gran parte de nuestras comunicaciones se dan en el plano de lo no dicho. Pienso en la primera relación de un hombre y una mujer. De pronto, por un gesto, por lo que no se dijo, se establece esa relación que hace que uno se reconozca en el otro y sienta que pasa algo. Con los personajes de una tira y su relación con el lector sucede eso. Ahora escribo cuentos cortos. Arranco con una palabra, con una frase y me dejo llevar. Cuando termina, apareció lo que quería contar y no sabía. Así funciona el arte.

Recuadro 1:
Breve ficha caótica
-Fernando Sendra nació en Mar del Plata, por culpa de su abuelo, que llegó hasta allí poniendo vías para el ferrocarril.
-Se dice que el padre de Matías era un tal Prudencio, con tira propia, del que su madre se separó por aburrido y tanguero.
-Sendra fue publicista, charlista, trabajó para campañas sociales, para televisión y tuvo una editorial. Sus biógrafos sospechan que su verdadera aspiración fue ser amigo de Inodoro Pereyra, y que lo dibujara Fontanarrosa.
-La madre de Matías se llama Mariana, como para ahorrar en iniciales, y es una activa investigadora de las virtudes de las máscaras faciales.
 El deporte preferido de Sendra, al que se dedica una vez por semana con gran disciplina, es el póquer.
-La tortuga o tortugo de Matías quiere llamarse Rodríguez y busca pareja, sin tener muy claro de qué sexo. El psicoanalista oficial de la tira no parece servirle de mucho.
-Sendra admite que se salvó del servicio militar por atorrante. Otra razón puede ser que usa barba desde los 19 años, y las Fuerzas Armadas de este país en el que le tocó nacer tienen alergia a las barbas.
-Matías juega al papá y la mamá por iniciativa de su amiguita Tatiana, pero no tiene muy claro para qué sirve, entonces se aburre.
-A Sendra, el Concejo Deliberante de Mar del Plata lo nombró Ciudadano Ejemplar de esa ciudad balnearia. Desde ese día se ve distinto en el espejo, no se conoce.

Recuadro 2, hablando en serio:
Una profesión de riesgo
Quino, Carlos Garaycochea, Hermenegildo Sábat y Sendra, apoyados por obras de Liniers, Rep y Mordillo, testimoniaron su compromiso por los humoristas asesinados de Charlie Hebdo en el Museo del Humor de Buenos Aires. El tema era ineludible en la charla con Fernando Sendra porque parece que, en ciertas circunstancias, el humor es una profesión de riesgo.
“Me parece que lo que sucedió es propio de la globalización –señaló a Miradas al Sur–. Grupos sociales que provienen de otras reglas, de otras formas de relación, impulsados muchas veces por el hambre, emigran y aparecen las diferencias. Muchos árabes han emigrado a Francia, y sus hijos, nacidos franceses, tienen una identidad tironeada entre dos culturas, la de su familia y la de la escuela; con lo que se produce una colisión de valores. No es que sean unos mejores que otros, son distintos y provienen de orígenes distintos”.
La globalización económica, y su efecto colateral, la pauperización de los países periféricos, sumada a la facilidad de traslado –aviones, barcos y la mirada de Internet sobre el mundo– han producido una relocalización de grupos poblacionales que, sin quererlo, cuestiona la hegemonía de los pobladores originarios de cualquier frontera. Un fenómeno que llegó para quedarse, y que sólo se puede esperar que siga en aumento. ¿Cuáles son sus manifestaciones? En ese sentido Sendra dice: “Lo importante son las reglas que compartimos. Si pienso que alguien me robó, o él piensa que lo insulté, los dos iremos ante la justicia para resolverlo. Compartimos idea en común, no vamos más allá, como sucedió en París. El argumento que usaron en la masacre no involucra a todos los musulmanes, si queremos una prueba es el rechazo de la comunidad islámica argentina. Puede entender que alguien se sienta marginado y sufra esa marginación, como entiendo, aunque no lo acepte para mí, que alguien pueda sufrir tanto que opte por el suicidio”.
Un tema candente en estos casos es el de los límites. No los límites impuestos por la censura posterior o previa, sino los que se pone el productor de ideas en comunicación con la gente. Respecto a eso Sendra señaló: “Siempre tengo en cuenta quien va a ver lo que yo hago. Cómo lo digo, para que se entienda lo que digo y no otra cosa. No es lo mismo publicar en un medio que en otro, porque los lectores son distintos. Ni siquiera es lo mismo hablar de fútbol en una revista deportiva que en un semanario financiero. Pero, aparte de eso, se lo que quiero decir. Después, la aproximación depende del sentido común. Puedo dibujar a un político metiendo la mano en la lata sin tener pruebas de que lo hace, pero su actitud, que mucha gente piense eso, y que él mismo no lo desmienta, fundamentan mi caricatura”.
Una viñeta de Sendra, con el texto “Han logrado muchas lágrimas. Pero ninguna sonrisa”, resume la actitud de los humoristas argentinos ante la masacre de Francia. Al fin, como dijo Quino en el Museo del Humor, “cuando la respuesta al ingenio es la muerte es para sentirse terriblemente mal”.
Publicado en Miradas al Sur

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