Pequeñas columnas para sostener una radio (2)
Tus fantasías, mis fantasías
Cuando el tema de composición no es La Vaca, sino
las fantasías, queda implícito que vamos a hablar de sexo. No de sexualidad,
que es más académico y distante, de sexo desnudo y a secas.
Parodiando a
Cesar Bruto -autor admirado por Julio Cortázar- se puede afirmar del sexo lo
que aquel filósofo de barrio decía del esqueleto: desde el más humilde proletario
hasta el más chancho burgués, todo el mundo tiene su bonito esqueleto. Lo que,
desvariando, o haciendo sicologismo también de barrio, nos podría llevar a que
también el sexo tiene muchos esqueletos escondidos en su ropero.
Pero como
esta pequeña columna arranca de una pregunta sobre mis fantasías en relación a
mujeres reales o imaginarias, antes que el desvarío, prefiero la enunciación de
principios: Uno, nunca, jamás, debe confesar sus fantasías.
Las fantasías
sexuales son la radiografía, la autopsia más descarnada de las debilidades de su
portador. Revelan los resortes de poder sobre ese humano, y como las relaciones
entre ídem son casi siempre de poder, regalar puntos débiles es, por lo menos, una
falta de sentido común. Lo que no significa una renuncia a las fantasías o,
preconciliarmente, categorizarlas como pecados. El pecado sería renunciar al
fantaseo. ¿Entonces?
Se me ocurre
que podríamos aproximarnos, imaginar -¿fantasear?- las bases para un brevísimo
manual utilitario del buen uso de las fantasías sexuales.
El primer, y
único, axioma propuesto sería que las fantasías sexuales se pueden compartir,
pero el usuario nunca debe descubrir las propias. Lo que parece una
contradicción, una paradoja, o algo por el estilo, pero tiene su lógica. Tal
como la locura. En Hamlet, Polonio, el padre de Ofelia, ante los aparentes
desvaríos del príncipe del gran William, acepta que está orate diciendo “pero,
hay lógica en su locura”.
Si el sujeto
–palabra de género neutro que incluye a todos los sexos conocidos o por
inventar- no es un pedazo de cemento, comprenderá pronto que no hay relación
humana más entregada y bestial que la sexual. Y lo de bestial no es
descalificatorio, todo lo contrario. Sacar a jugar la bestia, el animal, es un
acto de honestidad y entrega no superable por nada. Al menos en la vida por la
vida y no en el acto final de un suicida kamikaze.
La bestia
actúa por instinto. Un instinto enriquecido por la fina capa de materia gris que
nos hace lo que también somos. En la cabeza, donde se revuelcan y pelean los
tres cerebros de que hablaba Carl Sagan, el reptiliano, el límbico o emocional
y el neocórtex, habitan las pulsiones, y las explicaciones que nos damos para
creer que las tenemos dominadas. Podemos negar el instinto, pero el instinto no
nos niega a nosotros. Y el instinto, como animal de selva, intuye, huele en el
otro el rastro de sus deseos más oscuros, por dónde van sus fantasías. Por lo
que resulta provechoso no ir contra la bestia, porque es una guerra perdida.
Entonces, en
el diálogo del sexo –aunque a veces parezca la suma de dos o más monólogos- jugar
con las fantasías es un terreno de placer compartido. Sólo habría que tener en
cuenta que las que hay que poner en juego son las de la otra parte. Las
propias, aparte de lo ya dicho sobre los resortes de poder, son materia que
quedará en manos de la otra parte. (Por eso es deseable tener suerte en el con
quién). Exponer los ratoneos propios es, por lo menos, un acto de falta de
urbanidad, cuando no una agresión de la peor clase, teniendo en cuenta que los
actores están desnudos en el sentido más profundo. Si hay otra regla en esto de
las fantasías es que todo vale, menos obligar a la otra parte a que se compare
con nuestras fantasías y salga perdiendo, porque siempre se pierde en esa
comparación. Más, la mayoría de los ratoneos no resisten el llevarlos a la
práctica. La realidad los convierte en un trapo de piso muy usado.
Y bien, si no
queda claro cuáles son mis fantasías, objetivo cumplido. Esta pequeña columna
es una demostración de cómo se puede hacer la gambeta que aleje la carne de la
jeringa. Pero, como el tono se acerca mucho a una perorata de púlpito, voy a
proponer dos cierres. Uno con una bendición: que el Señor de las Moscas los
haga tan buenos como sea posible, sin que pierdan la cabeza, reducto de las
fantasías.
Para el otro
cierre una frase para pensar, de cierto filósofo erótico de la Dinastía Ming,
inédito y desconocido, que me acabo de inventar:
“Tu fantasía
es mi fantasía, le dijo la mariposa al cerdo”.
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