lunes, 3 de noviembre de 2014

Tus fantasías, mis fantasías



Pequeñas columnas para sostener una radio (2)
Tus fantasías, mis fantasías

Cuando el tema de composición no es La Vaca, sino las fantasías, queda implícito que vamos a hablar de sexo. No de sexualidad, que es más académico y distante, de sexo desnudo y a secas. 
Parodiando a Cesar Bruto -autor admirado por Julio Cortázar- se puede afirmar del sexo lo que aquel filósofo de barrio decía del esqueleto: desde el más humilde proletario hasta el más chancho burgués, todo el mundo tiene su bonito esqueleto. Lo que, desvariando, o haciendo sicologismo también de barrio, nos podría llevar a que también el sexo tiene muchos esqueletos escondidos en su ropero.
Pero como esta pequeña columna arranca de una pregunta sobre mis fantasías en relación a mujeres reales o imaginarias, antes que el desvarío, prefiero la enunciación de principios: Uno, nunca, jamás, debe confesar sus fantasías.
Las fantasías sexuales son la radiografía, la autopsia más descarnada de las debilidades de su portador. Revelan los resortes de poder sobre ese humano, y como las relaciones entre ídem son casi siempre de poder, regalar puntos débiles es, por lo menos, una falta de sentido común. Lo que no significa una renuncia a las fantasías o, preconciliarmente, categorizarlas como pecados. El pecado sería renunciar al fantaseo. ¿Entonces?
Se me ocurre que podríamos aproximarnos, imaginar -¿fantasear?- las bases para un brevísimo manual utilitario del buen uso de las fantasías sexuales.
El primer, y único, axioma propuesto sería que las fantasías sexuales se pueden compartir, pero el usuario nunca debe descubrir las propias. Lo que parece una contradicción, una paradoja, o algo por el estilo, pero tiene su lógica. Tal como la locura. En Hamlet, Polonio, el padre de Ofelia, ante los aparentes desvaríos del príncipe del gran William, acepta que está orate diciendo “pero, hay lógica en su locura”.
Si el sujeto –palabra de género neutro que incluye a todos los sexos conocidos o por inventar- no es un pedazo de cemento, comprenderá pronto que no hay relación humana más entregada y bestial que la sexual. Y lo de bestial no es descalificatorio, todo lo contrario. Sacar a jugar la bestia, el animal, es un acto de honestidad y entrega no superable por nada. Al menos en la vida por la vida y no en el acto final de un suicida kamikaze.
La bestia actúa por instinto. Un instinto enriquecido por la fina capa de materia gris que nos hace lo que también somos. En la cabeza, donde se revuelcan y pelean los tres cerebros de que hablaba Carl Sagan, el reptiliano, el límbico o emocional y el neocórtex, habitan las pulsiones, y las explicaciones que nos damos para creer que las tenemos dominadas. Podemos negar el instinto, pero el instinto no nos niega a nosotros. Y el instinto, como animal de selva, intuye, huele en el otro el rastro de sus deseos más oscuros, por dónde van sus fantasías. Por lo que resulta provechoso no ir contra la bestia, porque es una guerra perdida.
Entonces, en el diálogo del sexo –aunque a veces parezca la suma de dos o más monólogos- jugar con las fantasías es un terreno de placer compartido. Sólo habría que tener en cuenta que las que hay que poner en juego son las de la otra parte. Las propias, aparte de lo ya dicho sobre los resortes de poder, son materia que quedará en manos de la otra parte. (Por eso es deseable tener suerte en el con quién). Exponer los ratoneos propios es, por lo menos, un acto de falta de urbanidad, cuando no una agresión de la peor clase, teniendo en cuenta que los actores están desnudos en el sentido más profundo. Si hay otra regla en esto de las fantasías es que todo vale, menos obligar a la otra parte a que se compare con nuestras fantasías y salga perdiendo, porque siempre se pierde en esa comparación. Más, la mayoría de los ratoneos no resisten el llevarlos a la práctica. La realidad los convierte en un trapo de piso muy usado.
Y bien, si no queda claro cuáles son mis fantasías, objetivo cumplido. Esta pequeña columna es una demostración de cómo se puede hacer la gambeta que aleje la carne de la jeringa. Pero, como el tono se acerca mucho a una perorata de púlpito, voy a proponer dos cierres. Uno con una bendición: que el Señor de las Moscas los haga tan buenos como sea posible, sin que pierdan la cabeza, reducto de las fantasías.
Para el otro cierre una frase para pensar, de cierto filósofo erótico de la Dinastía Ming, inédito y desconocido, que me acabo de inventar:
“Tu fantasía es mi fantasía, le dijo la mariposa al cerdo”.

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