lunes, 30 de marzo de 2015

Muñeca, Discépolo, Audivert



El Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, en Corrientes al 1500, es uno de esos sitios a los que se quiere volver y, allí, en la sala del subsuelo, se puede ver Muñeca, la pieza que Armando Discépolo puso en escena en 1924 en el Teatro Nacional de Buenos Aires. Esta versión libre dirigida por Pompeyo Audivert y Andrés Mangone permite afirmar algo que podría ser una insolencia: que supera a su original de partida.
Con una puesta en escena sin los resquicios habituales que dejan tanto el grotesco como el género chico, todos los personajes ponen pólvora a una explosión conjunta que atraviesa los sentidos del espectador. Para entender por qué el rescate de Muñeca y cuál fue el camino hasta esta visión particularmente incisiva, Miradas al Sur dialogó con Pompeyo Audivert.
–¿Cómo llega a Muñeca, un texto algo desvaído respecto de la producción de Discépolo?
–Me gustan los materiales de este tipo. Muñeca parece casi un folletín romántico, un drama sentimental, pero esconde una tragedia metafísica. Funciona como un caballo de Troya: uno cree estar asistiendo a una escena convencional y cuando menos se lo espera se desata otra percepción, se abren otras puertas asociativas. Esa es la virtud poética de esta obra de Discépolo. El tema que me resulta central es el de la máscara como frontera entre la identidad histórica y la sagrada. Anselmo, el protagonista, es un oligarca riquísimo encerrado en un cuerpo espantoso, y para colmo enamorado de una chica que le han entregado casi como un regalo para calmarlo. Siente su cuerpo como una condena, lo rechaza como identidad, se siente otro, el de adentro, el que está atrás de la careta. Vaya una situación dramática y teatral. ¿Quién no ha sentido la extraña sensación de no ser el que le devuelve el espejo? Muñeca también produce resonancias pirandelianas, la sospecha de que el mundo es una construcción teatral, y nosotros sólo actores puestos aquí para unos fines que nunca se nos revelan, el destino del que hablaban los griegos. En Muñeca puedo poner en juego la visión que tengo del teatro como máquina de escrutación metafísica, como el lugar al que vamos a preguntarnos ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué estamos haciendo? Creo que el teatro está para intensificar poéticamente esas preguntas, ese es su sentido. Cuando se apaga la luz antes de empezar la obra que fuere, en ese instante donde se suspende el tiempo histórico, sentimos la sensación de estar en otro sitio, en ese lugar sin nombre al que pertenecemos y del que venimos. El ritual del teatro nos ayuda a suspender la identificación con la máscara que nos protege, nos permite alcanzarnos en otra latitud.
–La lectura de la realidad en que se mueven los personajes privilegia, como fondo, el contexto político. ¿Puede pensarse el teatro de ese tiempo sin lo político? Más, la puesta parece una mirada crítica de la coyuntura actual.

–Anselmo es Yrigoyen, Perón, Ramón Falcón, Uriburu, es una fuerza histórica estallada poéticamente, representa a la vez al pueblo y a sus asesinos; es contradictorio, no se lo puede estabilizar en un signo de nobleza que calme las aguas de la interpretación romántica. Esa es la gracia de esta obra, que no tiene moralina ni moraleja, no hay redención sino en la muerte. Anselmo es un actor, por lo tanto no tiene moral sino estructura, en ella resuena el caos histórico. Es dable asociar la casa de Anselmo con el país, a él como su dueño y a los parásitos que lo rodean como la clase política que siempre rodea al poder del capital, pero la obra es mucho más que esa relación histórica que el teatro suele reflejar por añadidura, lo central es el planteo antihistórico, es decir la cuestión metafísica y poética que Muñeca desata. No quisimos producir una reconstrucción espejo de aquella realidad de principio de siglo, no quisimos decir “somos esos”, sino situar la teatralidad como campo de realidad autónomo, la escena es lo real más allá de su referente que funciona como coartada o remitente, como carnada para concitar una unidad referencial con el público. Es decir, lo teatral por sus propios medios es la potencia significativa que es, a fin de cuentas, lo que me interesa, la razón poética de fondo de la estructura teatral. Muñeca nos permite intentar llevar adelante esa operación poético teatral, nuestro deber es hacerlo desde sus temáticas y sus razones aparentes, no traicionar su plan de contingencia, sino usarlo de trampolín.
–El travestismo de varios personajes –todos los femeninos, menos el personaje de Muñeca– ¿es una metáfora de la máscara, del travestismo/gatopardismo como estrategia de supervivencia o adaptación?
–El personaje de Perla que encarna Mosquito Sancineto es como ella misma se define “la reina de la casa mientras Muñeca no está”, una mujer de la noche que mantiene viva la farra con que tratan de sostener a Anselmo. También funciona como un corifeo, es la encargada de organizar ese coro de aduladores y de conectar con el público la obra. En esta versión el único personaje que es absolutamente femenino es el de Muñeca, los demás, Perla, Carlota y Estela están interpretados por hombres, son personajes travestidos; hay allí una intención de hablar de ese mundo, como un mundo de hombres misóginos que se regodean en la representación de la mujer.
–En esta puesta hay una vuelta de tuerca al grotesco, que siempre tiene una mirada piadosa hacia sus protagonistas. En esta puesta desaparece la piedad, y tanto la actuación como los textos se tensan al máximo. ¿El grotesco de Discépolo, Defilippis Novoa, etc., reclama tensión máxima para llegar al público actual?
–Creo que el grotesco y el sainete son nuestra expresión teatral por excelencia y por herencia, pero como toda herencia viene medio envenenada de mandato histórico, hay que tener cuidado de que no nos implique en el realismo costumbrista, esa forma nostálgica y atrasada del nacionalismo. Lo que intentamos hacer fue subvertir los modos de producción de este legado extraordinario, desechar las dinámicas costumbristas y lineales con que se agita tradicionalmente y sustituirlas por otras que le permitan desovar su notable carga metafísica, transparentar sus misterios y su nueva sangre que vendríamos a ser nosotros. Intentamos llevar el grotesco a una dinámica poetizante, cruzarlo con otros niveles de producción que veníamos investigando.
–Con los textos de Marusa Di Giorgio en boca de Muñeca, el personaje alcanza una potencia que no tiene en el original, en el que no se sabe si es tonta o a qué juega. Con esos textos, sexualmente animales, primarios, aparece su discurso interior. ¿La construcción de sus desplazamientos y silencios, como un robot humanoide, busca deconstruir el juego exterior/ interior?
–Tomamos textos de Marosa Di Giorgio para que Muñeca tenga una voz propia que dé cuenta de su carácter sobrenatural y poético, cosa que en la obra original no sucede pues es situada en el lugar de la víctima por un entorno misógino. Muñeca es un personaje muy misterioso, el punto y encaje de la tragedia; condensa muchas asociaciones y desata las fuerzas dormidas o latentes en ese mundo de hombres. Creo que en su nombre residen las claves de su enigma: Muñeca. Es un mecanismo, una especie de construcción artificial, mitad humana mitad inhumana. Los textos de Marosa nos permiten a su vez dar cuenta de su pertenencia a una zona salvaje e inapresable de la naturaleza femenina, ella es de la tierra, “soy la lengua de las rosas, no entiendo esta piel con que me cubren para deshabitarme, no comprendo esta máscara que anuncia que no estoy”, dice en un pasaje.
–¿Cuánto tiempo estuvieron trabajando en esta puesta?, porque no tiene fisuras, ni en la actuación ni en la reescritura del original.
–Trabajamos durante dos años. El primer año en el marco de una varieté metafísica que hacíamos en mi estudio probamos algunas escenas sueltas, ahí nos dimos cuenta de que estábamos ante un material muy potente. El segundo año fue de experimentación y montaje. Fue arduo y placentero.


Poder y sexo: Tal vez viejas costumbres criollas
Porque Armando Discépolo era capaz de ver el futuro, o porque los argentinos solemos repetirnos, esta versión de Muñeca, trasladada a la crisis del gobierno irigoyenista, represión y partidos con destino elástico, al espectador actual lo remite a las últimas noticias de la arena política. Pero, al mismo tiempo, como si lo pusiera el violoncelo que sostiene en vivo la música incidental de la puesta, el juego de decadencia es atravesado por un mito tan eterno que parece infantil, el de la bella y la bestia. Como dice Pompeyo Audivert en la entrevista, quién no se ha visto feo en el espejo.
Y allí, en el espejo más brutal, el de lo que convencionalmente suele llamarse amor, se juegan los factores básicos de la animalidad humana: hambre y sexo. Y las dos cosas, sumándose y alternándose, trenzándose, construyen una tercera: el poder. Por eso el poder es afrodisíaco. Por eso el poder concentra parásitos en torno, como bichos voladores las luces en la noche. Al fin, de eso trata Muñeca.

Cartelitos y cigarrillos


Uno. Cuando Ernesto Guevara, camino a ser el Che dejaba Argentina por Bolivia en el comienzo de su viaje iniciático por América latina, su grupo de amigos pensó que ahí mismo se le terminaba el camino. El asma no remitía, pese a los “Cigarrillos Balsámicos” del Doctor Andreu, que él fumaba para el asma.
Dos. “Fumar produce cáncer”, reza el cartelito que ocupa la mitad inferior de un paquete de cigarrillos 2015 de cualquier marca. ¿Qué eran los cigarrillos que fumaba Ernesto Guevara? ¿Qué sentido tienen esos cartelitos de la muerte?
La más fulera es que los cartelitos son un logro del lobby tabacalero, para que nadie les pueda hacer juicio aduciendo que no estaba enterado del daño que hace el tabaco. La rara es la de los puchos del Che, y el mundo de la inocencia que la caza de brujas convirtió en pecado. A principios del siglo XX, un farmacéutico catalán ponía en circulación las “Pastillas del Doctor Andreu” para la tos, y sus “Cigarrillos Balsámicos”, recomendados para el asma. Con sus laboratorios se hizo millonario. La fórmula de aquellos puchos de “Doc” Andreu era tabaco, marihuana y estramonio, un arbusto pariente de la papa, conocido como de norma en los aquelarres de las brujas, que con la decocción sus hojas y sus semillas volaban sin escoba. La marihuana y el estramonio eran broncodilatadores. Otras marcas, otras fórmulas, sumaban extracto de opio. ¿La farmacopea iba por izquierda? ¿Doc Andreu era un cártel mafioso?
Hasta que EE.UU. no empezó su guerra contra las drogas, prohibiendo todo lo que era barato y se compraba en la farmacia o en el bar, como el alcohol, el opio, la cocaína o el cannabis, convirtiéndolos en un fabuloso negocio ilegal, nadie pecaba. ¿O la Coca Cola no tenía, en el principio, 4,7% de cocaína? ¿O en el egipcio que pitaba la mujer de “Fumando espero” había otra cosa, aparte de tabaco y hachís, la resina del cannabis? Tal vez la jugada de Uruguay hacia la marihuana abra un camino. Y si no, que el palo sea parejo para todos, porque dos son las drogas que más muertes producen en Occidente: el tabaco y el alcohol. Y el alcohol ni siquiera trae el cartelito de la muerte.

Publicado en Miradas al Sur

Mederos: de tangos y papas fritas


Rodolfo Mederos es algo más que un hombre con un bandoneón, su espíritu crítico lo lleva a cuestionar la existencia misma del tango, y es capaz de decir, cuando comentaristas llenos de optimismo hablan de un resurgimiento de ese género, que “el tango se ha macdonalizado”, porque hay un público adiestrado para el consumo de “sonidos fabricados en oficinas de marketing, donde nada tiene historia y todo suena igual. Una globalización del gusto, la estética, la sensibilidad y las decisiones”.
Resulta duro escucharlo afirmar que los músicos están ante una realidad en la que “el tango, en su más pura manifestación, ya no existe”, Agregando que “dejó de ser la música cotidiana de un conjunto social para convertirse en ‘música de culto’ para entendidos y, desde lo comercial, para el turismo poco exigente”. Una recorrida por los escenarios tangueros de Buenos Aires, incluso los más alejados del turístico Caminito y sus bailarines de corte y quebrada, muestra rastros de esa orientación hacia el tópico vacío. Ese espacio que le lleva a decir que hoy no existe nada de lo que se vivió en los ’60 y ’70 en poesía, intérpretes o arregladores: “Lo que queda son fotocopias de fotocopias cada vez más borrosas”. Y de las fusiones, de las incursiones en la electrónica, también tiene algo que decir: “Eso no es música, es basura, es producto de la ignorancia, de la mediocridad y del oportunismo. Estos músicos no hacen música, hacen papas fritas”. 
En estos días, cuando en el Centro Cultural Torquato Tasso, frente al Parque Lezama, alterna los fines de semana su trío con su orquesta típica, accedió a dialogar con Miradas al Sur, sobre el hoy y si hay mañana para el tango. Y cómo lo anterior configura un interrogante que desborda por todos los costados, es preferible ir a la voz de Rodolfo Mederos, que a modo de repuesta dice:
–Ésa es la pregunta que me hago todos los días. La que me hago yo y le hago a mis alumnos todos los días. ¿Qué hacer? Una pregunta difícil de contestar, porque estamos en un territorio desvastado, mercantilizado, en el que no es fácil saber dónde estamos y qué queremos, porque la globalización de las culturas le ha quitado valor a todo. Hoy el tango es un negocio más, y como negocio ha entrado en liquidación.
–En ese sentido, el tango no se diferenciaría de otras músicas.
–Es que el tango es, fue, más que una música. En los años grandes del tango, en los ’40 y hasta los ’60, era parte de la vida de la gente; una manera de vivir y de sentir; una filosofía de vida. Era la música popular porque era la música de la gente en cualquier circunstancia de su vida. Pero ya no lo es, y lo que queda son los gestos, repetidos, gastados, el circo. Hoy la música que baila la gente, la que siente propia, son tal vez el cuarteto en Córdoba, el chamamé en el litoral y la cumbia; pero ya nadie baila el tango, como no sea en academias.
–Hasta los años ’50, los bailes populares contaban con orquesta típica y era una obligación saber bailar bien el tango, en el estilo de entonces, de salón. Después sucedió algo y se pasó a la escucha; muy lejos del baile.
–En esos años sesenta la presencia de Astor Piazzolla es responsable de la desaparición del tango. La discusión que tenían hacía tiempo, los puntos de vista distintos entre Piazzolla y Troilo (Aníbal), se inclinaron para un lado. Troilo defendía que el tango tenía que conservar su forma bailable, cuando Piazzolla empujaba por un tango para ser escuchado. En esa puja en los ’60 se fue dejando de bailar el tango y se impuso escuchar a Piazzolla.
–Parece como si Piazzolla fuera el responsable de la caída del tango, cuando, quizás, fue un emergente inevitable.
–Seguramente que era un emergente, pero fue la herramienta usada por el establishment para romper la que era profundo en la identidad. El avance de la globalización cultural estaba cuestionando todo. La música que difundían las radios y las grabadoras se habían estandarizado y acá teníamos productos como El Club del Clan y otros parecidos. Se usó a Piazzolla y su bandoneón se terminó con el tango bailable, el tango del barrio, porque la dominación también pasa por ahí.
–Tal vez tendríamos que definir qué es el tango, porque mientras algunos dicen que está “más vivo que nunca” usted sostiene que murió.
–El tango es una manera de vivir. Una manera de relacionarse con la gente, con el vecino, con el amigo, porque el tango es el barrio. Un barrio que ahora no se reconoce en el tango. A ver… todas las manifestaciones culturales han nacido en cierto momento, tuvieron un desarrollo, incubaron corrientes culturales posteriores, entraron en decadencia y luego se extinguieron. Sucedió con el barroco, con el renacimiento, con todas las corrientes; incluso las modas, lo que esté de moda, tiene que ver con eso, con un ciclo inevitable.
–Un ciclo que nos remite a lo biológico: nacer, crecer, decaer y desaparecer.
–Puede doler que algo se extinga, pero nada dura para siempre, y el tango ha tenido ese desarrollo, con su mayor esplendor en los ’40 y ’50, y luego su decadencia. ¿Por qué pensar que el tango debería ser eterno? Si fue popular era porque representaba una época y la gente se reconocía en él, hoy esa época es pasado; y el tango también. Nadie llora porque desapareció el barroco, Bach… todo eso que es pasado, y que sigue vivo, pero como pasado. Nada impide hoy que, en lo que se da en llamar la música clásica se interprete música del barroco, y yo suelo incursionar, jugar, con la música de Bach, maravillosa, pero lo hago desde hoy. Ni el barroco ni Bach son hoy populares. Y eso es lo que hay que asumir con el tango; ya no es popular. Lo que no quiere decir, otra vez, que no lo pueda disfrutar, sólo que ya no es como una lengua viva, ya no está en la calle, lo tengo que encontrar en el salón, casi en el museo.
–¿Entonces? Porque usted toca, compone y enseña tango. ¿Qué pasa con los jóvenes que se acercan al tango ahora?
–Lo que pasa es que lo tienen que aprender “in Vitro”. Tiene que buscar las grabaciones de unos y de otros, escucharlas, observarlas y aprender de ellas lo que puedan. Cuando yo era chico no tenía que ir a buscar el tango, estaba en mi casa, en el barrio, en el vecino que tocaba la guitarra o el bandoneón, en la vecina que cantaba. Hoy tenemos academias de música popular, donde los músicos pueden aprender los “yeites” indispensables. Antes no había academias porque el músico aprendía en contacto con los músicos, en la calle, en los clubes, en los escenarios; ahí estaba el tango. Por eso digo que hoy lo tienen difícil los que se acercan al tango.
–Esa clase de aprendizaje se parece a una búsqueda arqueológica. ¿Cuál es el imán, entonces, que atrae músicos hacia el tango?
–Tal vez una manera de mirar la vida; no sé. Sí sé que lo tienen muy complicado. Y yo también. ¿Qué podemos hacer? Hay que encontrar esa respuesta, ¿y mientras tanto, qué? Escuchar, incorporar, tocar, buscar… ¿Buscar desde dónde? Yo no creo que alguien pueda encerrarse en una torre de cristal y decir, voy a producir la música popular de este tiempo. Eso no sucede así, hay un proceso vivo, una vinculación de fondo, una raíz común con el pueblo o no hay manera. Si alguien, después, es reconocido por haber hecho algún aporte en ese sentido no es porque se haya encerrado entre cristales, sino porque estaba conectado, vivo.
–Se puede definir al origen del tango como la música del desarraigo. El pibe de la guitarra expulsado del campo por los latifundios, el pibe que aprendió el violín en una sinagoga europea, el italianito que toca el bandoneón  porque no tiene plata para un acordeón; y el bandoneón, instrumento para iglesias ambulantes empeñado en el puerto por marineros alemanes. Eso era el desarraigo. ¿Ya no hay tango porque falta del desarraigo?
–Lo que tengo claro es que el tango apareció con la inmigración europea, y que la cumbia que se baila en los sectores más populares es un producto de la inmigración latinoamericana. Sólo que en los primeros tiempos del tango la comunicación, la influencia de la comunicación mundial no era tanta como hoy, donde se impone una homogeneización, un achatamiento de los perfiles locales. Yo no sé si esa cumbia que se baila está cerca de la original o también es un producto del mercado. Lo que sé es que no quiero, no es lo mío tocar cumbias.
–¿Entonces? ¿Cuál es el camino?
–Ojala lo supiera. Pienso que es algo que tenemos que encontrar entre todos, hablando, haciendo. Yo toco con el trío y también con la orquesta típica. Podrían preguntarme, diciendo lo que dice, ¿qué sentido tiene tocar con una típica? No sé, un poco por pedagogía, para que la gente de hoy pueda escuchar como sonaba una orquesta típica, de la época en que había muchas, y otro poco porque es un placer. Algo que uno lleva. Pero hay que estar abierto, bien abierto.
–Justamente, eso me parece un tema. Ajustarse a un género, en este caso el tango, muerto o vivo, ¿no limita la ambición del músico? Tal vez por el lado de romper los moldes se pueda entender el tango electrónico, por ejemplo.
–No quiero atarme a un género como quien se ata a un reciente, algo que ya está preformado. En ese sentido, hoy miro hacia adelante y no me cierro a nada que sea auténtico, sin especulación comercial o de marketing. Hace tiempo, cuando comenzaba la dictadura, formamos “Generación Cero”, con la intención de explorar, experimentar. Ni siquiera llamábamos tango a lo que hacíamos, era un experimento.
–Sin embargo, cuando uno escucha, hoy, a “Generación Cero”, no tiene dudas de que eso es tango. Al menos es esa música urbana, con olor a asfalto recalentado, subte y cafés de parado, propia de la década del ’70.
–Puede ser, pero no era lo que nos proponíamos, más allá de juntar, encontrar, el rock, el jazz y el tango, para ver qué salía.
–Usted ha tocado con gente de muchos géneros, rock, folclore, jazz, incluso flamenco. ¿Cómo ve las versiones de tangos de Diego El Cigala?
–No me gustan.
–¿Por aquello de zapatero a tus zapatos?
–Yo no me meto con lo que no sé, como el flamenco. El problema de estos cantantes es que no piensan en lo que hacen.
–Una pregunta indiscreta. ¿Ponerle pulso tanguero al Himno Nacional Argentino fue un encargo, como el que recibió el catalán Blas Parera?
–No. Estaba jugando con la música y el bandoneón, cuando se me cruzó el Himno y empecé a improvisar. A mi hijo le gustó y la cosa quedó ahí. Tiempo después estaba grabando y el técnico, que no se cómo se había enterado, insistió para que grabara mi versión del Himno; y lo hice. Después lo eligieron para el bicentenario, y ahí está. 
–Su visión sobre el tango no deja de ser desoladora para un joven que se aproxime a él. ¿Algo de esperanza en el futuro?

–Reconozco que es desalentadora, pero también es un desafío, y los desafíos son atractivos. Podemos quedarnos quietos o seguir avanzando, quizás encontremos algo; al fin, la vida misma es un continuo desafío.

Recuerdos del futuro
Bandoneonista, arreglador, docente, Rodolfo Mederos es un referente de un tiempo de tránsito desde el tango como rey de los bailes populares a la marginalidad de los Centros Culturales, donde se escucha pero no se baila. Espacios que parecen tener su contracara –sólo parece– en las milongas y las academias donde se “curte” el tango con cortes y quebradas que ya era viejo y abandonado en los años ’50.
Rodolfo Mederos, reconocido como un joven bandoneonista talentoso por Astor Piazzolla –mientras Mederos estudiaba en la Universidad y tocaba en Córdoba– pega el salto a Buenos Aires y comienza una carrera siempre junto a los mejores. Así, a mediados de los ’60 graba Buenos Aires, al rojo, con temas propios, de Piazzolla y de Carlos Cobián y se presenta en público apadrinado por Eduardo Rovira. Poco después, siguiendo la senda de ese tiempo de la confluencia de poetas y músicos, pone su bandoneón al servicio de los poemas del Grupo Barrilete.
Ya en el ’69 integra la orquesta de Pugliese, con Daniel Binelli y Juan José Mosalini. Con ellos dos seguirá como arreglista en el “Quinteto Guardia Nueva”, pero ya en 1976 inicia un grupo que se constituiría en “conjunto de culto”. Esta calificación significa, normalmente, que el sujeto adjetivado no llegó a ser reconocido por el gran público, pero sí por los iniciados en el misterio áulico, y por sus colegas, que descubren a través de sus audacias nuevos caminos, nuevas puertas a que tocar.
Por cierto que “Generación Cero” –hoy fácil de acceder en Youtube– tuvo toda la irreverencia propia de esos tiempos y cruzó música de distintos orígenes, con sus pulsos y respiraciones propias. Los eruditos hablan de “triple fusión”, porque sumaron, entrecruzaron, el jazz, el rock y el tango. Desde la misma irreverencia de los músicos, se les podría cuestionar a los eruditos su clasificación, al fin, el jazz, el rock –al menos al argentino– y el tango tienen el mismo origen y la misma sangre: el suburbio, la marginación y el asfalto.
Para aquellos, trágicos, mediados de los ’70 la propuesta de Mederos en “Generación Cero” no sonaba como tango, pero tampoco lo negaba. Al fin, con la aparición de Astor Piazzolla y Eduardo Rovira se había roto un dique que condenaba al tango a una manera, a un estilo, a una mirada, que se estaba haciendo vieja y lejana para las nuevas generaciones. Los Beatles, Los Gatos, Manal y Almendra ganaban el baile de los jóvenes, alternando con las cumbias y los colombianos vallenatos de Los Wawancó y el Cuarteto Imperial. El baile y el club de barrio habían sido desplazados por las discotecas y la identidad local se hacía papel picado en nombre de la universalidad, cuando se le daba nombre.
El primer disco del grupo fue “Fuera de broma”, al que siguieron “De todas maneras”,”Todo hoy”,”Buenas noches, Paula”, “Verdades y mentiras” y “Reencuentros”.
Al fin, “Generación Cero”, tal vez anticipando la visión que hoy manifiesta Rodolfo Mederos sobre aquellos tiempos, fue adquiriendo cierta trascendencia y logró reconocimiento del público, especialmente en escenarios fuera de la Argentina. Algo así como recuerdos del futuro.

Publicado en Miradas al Sur

domingo, 1 de marzo de 2015

Sombras nada más

En remotos tiempos, algunas mujeres llevaban sus interrogantes sexuales al confesor, mientras que ahora recurren a las psicólogas de papel couché. Para una mirada masculina –machista, dirían un par de amigas que militan en la fobia–, observar los ecos de 50 sombras de Grey, en ese sector. Podemos tropezar con la psicóloga deportiva Patricia Ramírez, quien afirma que el libro y la peli “han sido una verdadera revolución de la fantasía sexual. Miles de mujeres queriendo ser las protagonistas del libro y tener un Christian Grey en sus casas. Y muchas son las mujeres que tímidamente preguntan en la consulta que si lo que han leído, y que además les ha excitado, es correcto imitarlo o no. Mujeres que no han disfrutado del sexo de forma plena, tal y como se describe en el libro, encuentran que podría ser la solución para sentirse igual de satisfechas. No sólo leen ellas el libro, sino que están deseando que sus parejas lo lean y se aprendan el papel del protagonista de memoria”.
Puesta en revolucionaria, la psicóloga calma conciencias aconsejando abrirse a nuevas experiencias, porque 50 sombras de Grey permite “fantasear con tipos de relaciones sexuales que la gente entiende como prohibidos. Y lo prohibido es atractivo. El libro lo presenta como algo que sí se puede hacer y explorar, y eso normaliza la idea de fantasear con cosas diferentes”. Revolución con límites, claro: “Jugar a esposarte, taparte los ojos, el spanking (el uso controlado de las palmadas suaves en las nalgas) pueden estar geniales siempre que sea algo consensuado. Muchas personas encuentran erótico la idea de ser dominados sexualmente, pero siempre que se sepa delimitar qué es un juego sexual y qué es la vida y convivencia fuera de este juego”. O sea sí, pero de ya te diré cuándo, cómo y dónde; con lo que la dominación deja de serlo, y no es necesario explicarlo.
Leyendo a la consejera podemos preguntarnos cuánta gente vive dentro de un tuper. Al fin, es más viejo que el alpiste que, en materia sexual, han hecho más las drogas y el alcohol que los consejeros o las películas, porque siempre han sido una coartada para salirse del molde sin culpa. Es que el verdadero tema no es el sexo, sino la culpa; lo único que parece tener claro la psicóloga deportiva.

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