viernes, 11 de diciembre de 2015

Entre la puerta y la pared


Rubashov, el ciudadano N.S. Rubashov, no vuelve la cabeza cuando la puerta se cierra a sus espaldas. Ignora el camastro con la frazada gris y camina sin apuro, siete pasos y medio, hasta esa pared con la ventana enrejada que muestra el cielo. Un cielo que ya mismo comienza a negar, porque es hora de trazar una línea y cerrar las cuentas: de esa celda, de ese edificio, saldrá con un tiro en la nuca.
Respira hondo y enciende uno de los cigarrillos que le quedan. Por un instante se le cruza la idea de arrojarlos por la ventana, pero la rechaza. Esas heroicas intenciones siempre se presentan, a traición, en las primeras horas de cárcel; y después se hacen insoportables. Mientras dure el tabaco, fumará.
Gira sobre sus pasos y recupera, paulatinamente, esa manera de caminar la celda que tienen los presos de Berlín, Buenos Aires o Moscú. Pasos de autómata, giros que se repiten ante la puerta y la pared. Un andar que cansa el cuerpo y libera la mente para lo único que importa: el claro espacio que media entre el cero y el infinito.
Rubashov sabe que es el último de aquellos primeros. Stalin liquidó a todos los que ofrecían dudas, y él sobrevivió a la mayoría. Todavía no quiere recordar a costa de qué renuncias, pero lo hará. De eso se va a ocupar Arthur Koestler, que se mira en él como en un espejo. Aunque todavía faltan páginas para eso.
Cuando gira bajo la ventana alcanza a ver como se cierra la mirilla de vigilancia de la puerta. No los escuchó antes.
-Debo de estar perdiendo reflejos –piensa, y agrega con socarronería- Me estoy aburguesando...
¿Este era el resultado inevitable? ¿La revolución devorando a sus hijos? ¿O podía hacerse de otra manera? Rubashov, curtido en la pelea contra los enemigos en las calles, y quemado en la lucha con los propios tras la barricada de los escritorios, sabe que no podrá desprenderse de esa duda. Que le buscará una respuesta cuando duerma, cuando camine esas baldosas, cuando su cuerpo se rompa bajo las manos de los torturadores; y que el punto final lo pondrá una escueta explosión de rabia en el corazón de una pistola. Una pregunta que nunca se hizo le detiene los pasos:
-¿Oiré el disparo, o sólo será como un golpe de oscuridad?
Se saca los lentes y limpia los cristales con el pañuelo, sin necesidad. Vuelve la cabeza en un gesto casual y la mirilla sigue cerrada. Camina hasta la puerta y apoya la oreja en la madera. Afuera, en el corredor, no hay nadie. Un llanto contenido, que quizás no sea un llanto, trata de no sobresalir en el silencio.
Retoma la caminata y la reflexión mientras enciende un cigarrillo. Le duelen los pies. Tendría que haber elegido un calzado más cómodo cuando fueron a detenerlo.
El chino lo observa, sentado en el borde del camastro. El otro, se recuesta bajo la ventana, en el rincón más alejado del cubo que los carceleros le destinaron a las deposiciones.
INTERIOR. DÍA.
(Rubashov, con el cigarrillo en la boca, orina ruidosamente en el cubo. Habla sin girar la cabeza.)
RUBASHOV: Sun Tzú y Nicolás Maquiavelo, supongo...
SUN TZÚ (con un brillo de burla en los ojos): Supone bien.
RUBASHOV: Sólo falta Von Clausewitz.
MAQUIAVELO: ¿Para qué? Ese prusiano no podría encontrar su culo ni con un mapa.
SUN TZÚ (a medias irónico): Ya... Para usted, la política es la continuación de la guerra por otros medios.
MAQUIAVELO: Y también el amor ¿qué duda cabe? (ríe)
La puerta se cierra con violencia. Rubashov se tambalea hasta la cama y se deja caer sobre la frazada. Tiene un rictus de derrota en el rostro muy pálido. Se pasa la lengua por los labios resecos y hace una mueca. Se mete un dedo en la boca y observa la sangre con ojos miopes. Luego enciende un cigarrillo, y se da un tiempo antes de decir:
-Estuve a punto de retractarme, de aceptar que soy un traidor, para que me dejen en paz.
(e-mail de B.B. a Erasmo de Rotterdam) (A:dudas) Nuestro amigo va por mal camino. No se atreve a ser El Que Dijo No.
(e-mail de E.D.R. a Bertold Bretch) (A: Re/dudas) Se dejó atrapar por la Razón. Hay que recordarle que Sófocles hizo el mejor elogio de mi amiga, la Locura: “Cuanto menos sabiduría se tiene, más feliz se es.”
... de aceptar que soy un traidor a la revolución, para que me dejen en paz- dice Rubashov, ahogando la rabia con el humo del tabaco.
Sun Tzú, se despega de las sombras y murmura a modo de sentencia: Cuando estés seguro de que te darán muerte, conserva la cara. Es lo único que te llevarás de este mundo.
-Ya no se trata de vivir... –contesta Rubashov- se trata de saber, y para eso necesito tiempo. ¿Dónde está Nicolás?
LECTOR 1- Cada vez entiendo menos. Esta nota es un caos.
LECTOR 2- De eso se trata. La revolución es un sueño eterno, y los sueños son el caos.
LECTOR 1- ¡Ah! Ya me parecía que... ¿te queda un cigarrillo?
Rubashov camina por un corredor oscuro con las manos esposadas. Sabe que no llegará a ver el final. Antes, en un movimiento sin aviso, el guardia que lo sigue apretará el gatillo. A su lado, Maquiavelo no deja de hablar: El que funda una república y no mata a los hijos de Bruto, gobernará poco tiempo. ¿De los otros que importa? Los hombres perdonan más fácilmente la muerte del padre que una olla vacía. ¿Te queda claro?
Rubashov no tiene fuerzas para contestar, pero piensa: No. Allí estará siempre la maldita piedra, para que tropiecen los que recojan nuestras banderas. Aunque quizás/ GOLPE DE OSCURIDAD. CORTE.
ATARDECER PERPETUO. SÉPTIMO CÍRCULO. FUMAROLAS DE AZUFRE.
(El hombre de barba rala y boina se inclina, y enciende un cigarro en las ascuas en que se tuesta Teresa de Calcuta. Retoma su caminar. El hombre que lo acompaña se levanta la túnica, y sacude el pie para liberarse de un carboncillo que le quedó en la sandalia. Da una carrerita y lo alcanza.)
ERNESTO: No, Dante... no me venga con cambios. El verdadero Infierno es saber que soy una cara en una camiseta. Como esos putos cocodrilos de Lacoste.
DANTE (insiste): Su caso se puede revisar, y yo puedo sacarlo de acá.
ERNESTO (lo apunta con el cigarro y sonríe): Ni se le ocurra. Con los asesinos uno sabe a que atenerse, con los idiotas no hay manera.
(FUNDIDO A NEGRO, MUY LENTO.)

(Este texto fue publicado en “R de réel”, revista parisina que publicó cada número con relación a una letra del abecedario. A mí me tocó participar, hace ya unos años, en el número “R”, de resístanse, ridicule, r.i.p. o Rubashov. Traducido, claro. Lo acabo de reencontrar en su versión en castellano y, como para darle un poco de aire a mi blog, lo vuelvo a colgar. Nada nuevo mi admiración hacia “El cero y el infinito” de Arthur Koestler, a quién rindo homenaje.)

lunes, 30 de marzo de 2015

Muñeca, Discépolo, Audivert



El Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, en Corrientes al 1500, es uno de esos sitios a los que se quiere volver y, allí, en la sala del subsuelo, se puede ver Muñeca, la pieza que Armando Discépolo puso en escena en 1924 en el Teatro Nacional de Buenos Aires. Esta versión libre dirigida por Pompeyo Audivert y Andrés Mangone permite afirmar algo que podría ser una insolencia: que supera a su original de partida.
Con una puesta en escena sin los resquicios habituales que dejan tanto el grotesco como el género chico, todos los personajes ponen pólvora a una explosión conjunta que atraviesa los sentidos del espectador. Para entender por qué el rescate de Muñeca y cuál fue el camino hasta esta visión particularmente incisiva, Miradas al Sur dialogó con Pompeyo Audivert.
–¿Cómo llega a Muñeca, un texto algo desvaído respecto de la producción de Discépolo?
–Me gustan los materiales de este tipo. Muñeca parece casi un folletín romántico, un drama sentimental, pero esconde una tragedia metafísica. Funciona como un caballo de Troya: uno cree estar asistiendo a una escena convencional y cuando menos se lo espera se desata otra percepción, se abren otras puertas asociativas. Esa es la virtud poética de esta obra de Discépolo. El tema que me resulta central es el de la máscara como frontera entre la identidad histórica y la sagrada. Anselmo, el protagonista, es un oligarca riquísimo encerrado en un cuerpo espantoso, y para colmo enamorado de una chica que le han entregado casi como un regalo para calmarlo. Siente su cuerpo como una condena, lo rechaza como identidad, se siente otro, el de adentro, el que está atrás de la careta. Vaya una situación dramática y teatral. ¿Quién no ha sentido la extraña sensación de no ser el que le devuelve el espejo? Muñeca también produce resonancias pirandelianas, la sospecha de que el mundo es una construcción teatral, y nosotros sólo actores puestos aquí para unos fines que nunca se nos revelan, el destino del que hablaban los griegos. En Muñeca puedo poner en juego la visión que tengo del teatro como máquina de escrutación metafísica, como el lugar al que vamos a preguntarnos ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué estamos haciendo? Creo que el teatro está para intensificar poéticamente esas preguntas, ese es su sentido. Cuando se apaga la luz antes de empezar la obra que fuere, en ese instante donde se suspende el tiempo histórico, sentimos la sensación de estar en otro sitio, en ese lugar sin nombre al que pertenecemos y del que venimos. El ritual del teatro nos ayuda a suspender la identificación con la máscara que nos protege, nos permite alcanzarnos en otra latitud.
–La lectura de la realidad en que se mueven los personajes privilegia, como fondo, el contexto político. ¿Puede pensarse el teatro de ese tiempo sin lo político? Más, la puesta parece una mirada crítica de la coyuntura actual.

–Anselmo es Yrigoyen, Perón, Ramón Falcón, Uriburu, es una fuerza histórica estallada poéticamente, representa a la vez al pueblo y a sus asesinos; es contradictorio, no se lo puede estabilizar en un signo de nobleza que calme las aguas de la interpretación romántica. Esa es la gracia de esta obra, que no tiene moralina ni moraleja, no hay redención sino en la muerte. Anselmo es un actor, por lo tanto no tiene moral sino estructura, en ella resuena el caos histórico. Es dable asociar la casa de Anselmo con el país, a él como su dueño y a los parásitos que lo rodean como la clase política que siempre rodea al poder del capital, pero la obra es mucho más que esa relación histórica que el teatro suele reflejar por añadidura, lo central es el planteo antihistórico, es decir la cuestión metafísica y poética que Muñeca desata. No quisimos producir una reconstrucción espejo de aquella realidad de principio de siglo, no quisimos decir “somos esos”, sino situar la teatralidad como campo de realidad autónomo, la escena es lo real más allá de su referente que funciona como coartada o remitente, como carnada para concitar una unidad referencial con el público. Es decir, lo teatral por sus propios medios es la potencia significativa que es, a fin de cuentas, lo que me interesa, la razón poética de fondo de la estructura teatral. Muñeca nos permite intentar llevar adelante esa operación poético teatral, nuestro deber es hacerlo desde sus temáticas y sus razones aparentes, no traicionar su plan de contingencia, sino usarlo de trampolín.
–El travestismo de varios personajes –todos los femeninos, menos el personaje de Muñeca– ¿es una metáfora de la máscara, del travestismo/gatopardismo como estrategia de supervivencia o adaptación?
–El personaje de Perla que encarna Mosquito Sancineto es como ella misma se define “la reina de la casa mientras Muñeca no está”, una mujer de la noche que mantiene viva la farra con que tratan de sostener a Anselmo. También funciona como un corifeo, es la encargada de organizar ese coro de aduladores y de conectar con el público la obra. En esta versión el único personaje que es absolutamente femenino es el de Muñeca, los demás, Perla, Carlota y Estela están interpretados por hombres, son personajes travestidos; hay allí una intención de hablar de ese mundo, como un mundo de hombres misóginos que se regodean en la representación de la mujer.
–En esta puesta hay una vuelta de tuerca al grotesco, que siempre tiene una mirada piadosa hacia sus protagonistas. En esta puesta desaparece la piedad, y tanto la actuación como los textos se tensan al máximo. ¿El grotesco de Discépolo, Defilippis Novoa, etc., reclama tensión máxima para llegar al público actual?
–Creo que el grotesco y el sainete son nuestra expresión teatral por excelencia y por herencia, pero como toda herencia viene medio envenenada de mandato histórico, hay que tener cuidado de que no nos implique en el realismo costumbrista, esa forma nostálgica y atrasada del nacionalismo. Lo que intentamos hacer fue subvertir los modos de producción de este legado extraordinario, desechar las dinámicas costumbristas y lineales con que se agita tradicionalmente y sustituirlas por otras que le permitan desovar su notable carga metafísica, transparentar sus misterios y su nueva sangre que vendríamos a ser nosotros. Intentamos llevar el grotesco a una dinámica poetizante, cruzarlo con otros niveles de producción que veníamos investigando.
–Con los textos de Marusa Di Giorgio en boca de Muñeca, el personaje alcanza una potencia que no tiene en el original, en el que no se sabe si es tonta o a qué juega. Con esos textos, sexualmente animales, primarios, aparece su discurso interior. ¿La construcción de sus desplazamientos y silencios, como un robot humanoide, busca deconstruir el juego exterior/ interior?
–Tomamos textos de Marosa Di Giorgio para que Muñeca tenga una voz propia que dé cuenta de su carácter sobrenatural y poético, cosa que en la obra original no sucede pues es situada en el lugar de la víctima por un entorno misógino. Muñeca es un personaje muy misterioso, el punto y encaje de la tragedia; condensa muchas asociaciones y desata las fuerzas dormidas o latentes en ese mundo de hombres. Creo que en su nombre residen las claves de su enigma: Muñeca. Es un mecanismo, una especie de construcción artificial, mitad humana mitad inhumana. Los textos de Marosa nos permiten a su vez dar cuenta de su pertenencia a una zona salvaje e inapresable de la naturaleza femenina, ella es de la tierra, “soy la lengua de las rosas, no entiendo esta piel con que me cubren para deshabitarme, no comprendo esta máscara que anuncia que no estoy”, dice en un pasaje.
–¿Cuánto tiempo estuvieron trabajando en esta puesta?, porque no tiene fisuras, ni en la actuación ni en la reescritura del original.
–Trabajamos durante dos años. El primer año en el marco de una varieté metafísica que hacíamos en mi estudio probamos algunas escenas sueltas, ahí nos dimos cuenta de que estábamos ante un material muy potente. El segundo año fue de experimentación y montaje. Fue arduo y placentero.


Poder y sexo: Tal vez viejas costumbres criollas
Porque Armando Discépolo era capaz de ver el futuro, o porque los argentinos solemos repetirnos, esta versión de Muñeca, trasladada a la crisis del gobierno irigoyenista, represión y partidos con destino elástico, al espectador actual lo remite a las últimas noticias de la arena política. Pero, al mismo tiempo, como si lo pusiera el violoncelo que sostiene en vivo la música incidental de la puesta, el juego de decadencia es atravesado por un mito tan eterno que parece infantil, el de la bella y la bestia. Como dice Pompeyo Audivert en la entrevista, quién no se ha visto feo en el espejo.
Y allí, en el espejo más brutal, el de lo que convencionalmente suele llamarse amor, se juegan los factores básicos de la animalidad humana: hambre y sexo. Y las dos cosas, sumándose y alternándose, trenzándose, construyen una tercera: el poder. Por eso el poder es afrodisíaco. Por eso el poder concentra parásitos en torno, como bichos voladores las luces en la noche. Al fin, de eso trata Muñeca.

Cartelitos y cigarrillos


Uno. Cuando Ernesto Guevara, camino a ser el Che dejaba Argentina por Bolivia en el comienzo de su viaje iniciático por América latina, su grupo de amigos pensó que ahí mismo se le terminaba el camino. El asma no remitía, pese a los “Cigarrillos Balsámicos” del Doctor Andreu, que él fumaba para el asma.
Dos. “Fumar produce cáncer”, reza el cartelito que ocupa la mitad inferior de un paquete de cigarrillos 2015 de cualquier marca. ¿Qué eran los cigarrillos que fumaba Ernesto Guevara? ¿Qué sentido tienen esos cartelitos de la muerte?
La más fulera es que los cartelitos son un logro del lobby tabacalero, para que nadie les pueda hacer juicio aduciendo que no estaba enterado del daño que hace el tabaco. La rara es la de los puchos del Che, y el mundo de la inocencia que la caza de brujas convirtió en pecado. A principios del siglo XX, un farmacéutico catalán ponía en circulación las “Pastillas del Doctor Andreu” para la tos, y sus “Cigarrillos Balsámicos”, recomendados para el asma. Con sus laboratorios se hizo millonario. La fórmula de aquellos puchos de “Doc” Andreu era tabaco, marihuana y estramonio, un arbusto pariente de la papa, conocido como de norma en los aquelarres de las brujas, que con la decocción sus hojas y sus semillas volaban sin escoba. La marihuana y el estramonio eran broncodilatadores. Otras marcas, otras fórmulas, sumaban extracto de opio. ¿La farmacopea iba por izquierda? ¿Doc Andreu era un cártel mafioso?
Hasta que EE.UU. no empezó su guerra contra las drogas, prohibiendo todo lo que era barato y se compraba en la farmacia o en el bar, como el alcohol, el opio, la cocaína o el cannabis, convirtiéndolos en un fabuloso negocio ilegal, nadie pecaba. ¿O la Coca Cola no tenía, en el principio, 4,7% de cocaína? ¿O en el egipcio que pitaba la mujer de “Fumando espero” había otra cosa, aparte de tabaco y hachís, la resina del cannabis? Tal vez la jugada de Uruguay hacia la marihuana abra un camino. Y si no, que el palo sea parejo para todos, porque dos son las drogas que más muertes producen en Occidente: el tabaco y el alcohol. Y el alcohol ni siquiera trae el cartelito de la muerte.

Publicado en Miradas al Sur

Mederos: de tangos y papas fritas


Rodolfo Mederos es algo más que un hombre con un bandoneón, su espíritu crítico lo lleva a cuestionar la existencia misma del tango, y es capaz de decir, cuando comentaristas llenos de optimismo hablan de un resurgimiento de ese género, que “el tango se ha macdonalizado”, porque hay un público adiestrado para el consumo de “sonidos fabricados en oficinas de marketing, donde nada tiene historia y todo suena igual. Una globalización del gusto, la estética, la sensibilidad y las decisiones”.
Resulta duro escucharlo afirmar que los músicos están ante una realidad en la que “el tango, en su más pura manifestación, ya no existe”, Agregando que “dejó de ser la música cotidiana de un conjunto social para convertirse en ‘música de culto’ para entendidos y, desde lo comercial, para el turismo poco exigente”. Una recorrida por los escenarios tangueros de Buenos Aires, incluso los más alejados del turístico Caminito y sus bailarines de corte y quebrada, muestra rastros de esa orientación hacia el tópico vacío. Ese espacio que le lleva a decir que hoy no existe nada de lo que se vivió en los ’60 y ’70 en poesía, intérpretes o arregladores: “Lo que queda son fotocopias de fotocopias cada vez más borrosas”. Y de las fusiones, de las incursiones en la electrónica, también tiene algo que decir: “Eso no es música, es basura, es producto de la ignorancia, de la mediocridad y del oportunismo. Estos músicos no hacen música, hacen papas fritas”. 
En estos días, cuando en el Centro Cultural Torquato Tasso, frente al Parque Lezama, alterna los fines de semana su trío con su orquesta típica, accedió a dialogar con Miradas al Sur, sobre el hoy y si hay mañana para el tango. Y cómo lo anterior configura un interrogante que desborda por todos los costados, es preferible ir a la voz de Rodolfo Mederos, que a modo de repuesta dice:
–Ésa es la pregunta que me hago todos los días. La que me hago yo y le hago a mis alumnos todos los días. ¿Qué hacer? Una pregunta difícil de contestar, porque estamos en un territorio desvastado, mercantilizado, en el que no es fácil saber dónde estamos y qué queremos, porque la globalización de las culturas le ha quitado valor a todo. Hoy el tango es un negocio más, y como negocio ha entrado en liquidación.
–En ese sentido, el tango no se diferenciaría de otras músicas.
–Es que el tango es, fue, más que una música. En los años grandes del tango, en los ’40 y hasta los ’60, era parte de la vida de la gente; una manera de vivir y de sentir; una filosofía de vida. Era la música popular porque era la música de la gente en cualquier circunstancia de su vida. Pero ya no lo es, y lo que queda son los gestos, repetidos, gastados, el circo. Hoy la música que baila la gente, la que siente propia, son tal vez el cuarteto en Córdoba, el chamamé en el litoral y la cumbia; pero ya nadie baila el tango, como no sea en academias.
–Hasta los años ’50, los bailes populares contaban con orquesta típica y era una obligación saber bailar bien el tango, en el estilo de entonces, de salón. Después sucedió algo y se pasó a la escucha; muy lejos del baile.
–En esos años sesenta la presencia de Astor Piazzolla es responsable de la desaparición del tango. La discusión que tenían hacía tiempo, los puntos de vista distintos entre Piazzolla y Troilo (Aníbal), se inclinaron para un lado. Troilo defendía que el tango tenía que conservar su forma bailable, cuando Piazzolla empujaba por un tango para ser escuchado. En esa puja en los ’60 se fue dejando de bailar el tango y se impuso escuchar a Piazzolla.
–Parece como si Piazzolla fuera el responsable de la caída del tango, cuando, quizás, fue un emergente inevitable.
–Seguramente que era un emergente, pero fue la herramienta usada por el establishment para romper la que era profundo en la identidad. El avance de la globalización cultural estaba cuestionando todo. La música que difundían las radios y las grabadoras se habían estandarizado y acá teníamos productos como El Club del Clan y otros parecidos. Se usó a Piazzolla y su bandoneón se terminó con el tango bailable, el tango del barrio, porque la dominación también pasa por ahí.
–Tal vez tendríamos que definir qué es el tango, porque mientras algunos dicen que está “más vivo que nunca” usted sostiene que murió.
–El tango es una manera de vivir. Una manera de relacionarse con la gente, con el vecino, con el amigo, porque el tango es el barrio. Un barrio que ahora no se reconoce en el tango. A ver… todas las manifestaciones culturales han nacido en cierto momento, tuvieron un desarrollo, incubaron corrientes culturales posteriores, entraron en decadencia y luego se extinguieron. Sucedió con el barroco, con el renacimiento, con todas las corrientes; incluso las modas, lo que esté de moda, tiene que ver con eso, con un ciclo inevitable.
–Un ciclo que nos remite a lo biológico: nacer, crecer, decaer y desaparecer.
–Puede doler que algo se extinga, pero nada dura para siempre, y el tango ha tenido ese desarrollo, con su mayor esplendor en los ’40 y ’50, y luego su decadencia. ¿Por qué pensar que el tango debería ser eterno? Si fue popular era porque representaba una época y la gente se reconocía en él, hoy esa época es pasado; y el tango también. Nadie llora porque desapareció el barroco, Bach… todo eso que es pasado, y que sigue vivo, pero como pasado. Nada impide hoy que, en lo que se da en llamar la música clásica se interprete música del barroco, y yo suelo incursionar, jugar, con la música de Bach, maravillosa, pero lo hago desde hoy. Ni el barroco ni Bach son hoy populares. Y eso es lo que hay que asumir con el tango; ya no es popular. Lo que no quiere decir, otra vez, que no lo pueda disfrutar, sólo que ya no es como una lengua viva, ya no está en la calle, lo tengo que encontrar en el salón, casi en el museo.
–¿Entonces? Porque usted toca, compone y enseña tango. ¿Qué pasa con los jóvenes que se acercan al tango ahora?
–Lo que pasa es que lo tienen que aprender “in Vitro”. Tiene que buscar las grabaciones de unos y de otros, escucharlas, observarlas y aprender de ellas lo que puedan. Cuando yo era chico no tenía que ir a buscar el tango, estaba en mi casa, en el barrio, en el vecino que tocaba la guitarra o el bandoneón, en la vecina que cantaba. Hoy tenemos academias de música popular, donde los músicos pueden aprender los “yeites” indispensables. Antes no había academias porque el músico aprendía en contacto con los músicos, en la calle, en los clubes, en los escenarios; ahí estaba el tango. Por eso digo que hoy lo tienen difícil los que se acercan al tango.
–Esa clase de aprendizaje se parece a una búsqueda arqueológica. ¿Cuál es el imán, entonces, que atrae músicos hacia el tango?
–Tal vez una manera de mirar la vida; no sé. Sí sé que lo tienen muy complicado. Y yo también. ¿Qué podemos hacer? Hay que encontrar esa respuesta, ¿y mientras tanto, qué? Escuchar, incorporar, tocar, buscar… ¿Buscar desde dónde? Yo no creo que alguien pueda encerrarse en una torre de cristal y decir, voy a producir la música popular de este tiempo. Eso no sucede así, hay un proceso vivo, una vinculación de fondo, una raíz común con el pueblo o no hay manera. Si alguien, después, es reconocido por haber hecho algún aporte en ese sentido no es porque se haya encerrado entre cristales, sino porque estaba conectado, vivo.
–Se puede definir al origen del tango como la música del desarraigo. El pibe de la guitarra expulsado del campo por los latifundios, el pibe que aprendió el violín en una sinagoga europea, el italianito que toca el bandoneón  porque no tiene plata para un acordeón; y el bandoneón, instrumento para iglesias ambulantes empeñado en el puerto por marineros alemanes. Eso era el desarraigo. ¿Ya no hay tango porque falta del desarraigo?
–Lo que tengo claro es que el tango apareció con la inmigración europea, y que la cumbia que se baila en los sectores más populares es un producto de la inmigración latinoamericana. Sólo que en los primeros tiempos del tango la comunicación, la influencia de la comunicación mundial no era tanta como hoy, donde se impone una homogeneización, un achatamiento de los perfiles locales. Yo no sé si esa cumbia que se baila está cerca de la original o también es un producto del mercado. Lo que sé es que no quiero, no es lo mío tocar cumbias.
–¿Entonces? ¿Cuál es el camino?
–Ojala lo supiera. Pienso que es algo que tenemos que encontrar entre todos, hablando, haciendo. Yo toco con el trío y también con la orquesta típica. Podrían preguntarme, diciendo lo que dice, ¿qué sentido tiene tocar con una típica? No sé, un poco por pedagogía, para que la gente de hoy pueda escuchar como sonaba una orquesta típica, de la época en que había muchas, y otro poco porque es un placer. Algo que uno lleva. Pero hay que estar abierto, bien abierto.
–Justamente, eso me parece un tema. Ajustarse a un género, en este caso el tango, muerto o vivo, ¿no limita la ambición del músico? Tal vez por el lado de romper los moldes se pueda entender el tango electrónico, por ejemplo.
–No quiero atarme a un género como quien se ata a un reciente, algo que ya está preformado. En ese sentido, hoy miro hacia adelante y no me cierro a nada que sea auténtico, sin especulación comercial o de marketing. Hace tiempo, cuando comenzaba la dictadura, formamos “Generación Cero”, con la intención de explorar, experimentar. Ni siquiera llamábamos tango a lo que hacíamos, era un experimento.
–Sin embargo, cuando uno escucha, hoy, a “Generación Cero”, no tiene dudas de que eso es tango. Al menos es esa música urbana, con olor a asfalto recalentado, subte y cafés de parado, propia de la década del ’70.
–Puede ser, pero no era lo que nos proponíamos, más allá de juntar, encontrar, el rock, el jazz y el tango, para ver qué salía.
–Usted ha tocado con gente de muchos géneros, rock, folclore, jazz, incluso flamenco. ¿Cómo ve las versiones de tangos de Diego El Cigala?
–No me gustan.
–¿Por aquello de zapatero a tus zapatos?
–Yo no me meto con lo que no sé, como el flamenco. El problema de estos cantantes es que no piensan en lo que hacen.
–Una pregunta indiscreta. ¿Ponerle pulso tanguero al Himno Nacional Argentino fue un encargo, como el que recibió el catalán Blas Parera?
–No. Estaba jugando con la música y el bandoneón, cuando se me cruzó el Himno y empecé a improvisar. A mi hijo le gustó y la cosa quedó ahí. Tiempo después estaba grabando y el técnico, que no se cómo se había enterado, insistió para que grabara mi versión del Himno; y lo hice. Después lo eligieron para el bicentenario, y ahí está. 
–Su visión sobre el tango no deja de ser desoladora para un joven que se aproxime a él. ¿Algo de esperanza en el futuro?

–Reconozco que es desalentadora, pero también es un desafío, y los desafíos son atractivos. Podemos quedarnos quietos o seguir avanzando, quizás encontremos algo; al fin, la vida misma es un continuo desafío.

Recuerdos del futuro
Bandoneonista, arreglador, docente, Rodolfo Mederos es un referente de un tiempo de tránsito desde el tango como rey de los bailes populares a la marginalidad de los Centros Culturales, donde se escucha pero no se baila. Espacios que parecen tener su contracara –sólo parece– en las milongas y las academias donde se “curte” el tango con cortes y quebradas que ya era viejo y abandonado en los años ’50.
Rodolfo Mederos, reconocido como un joven bandoneonista talentoso por Astor Piazzolla –mientras Mederos estudiaba en la Universidad y tocaba en Córdoba– pega el salto a Buenos Aires y comienza una carrera siempre junto a los mejores. Así, a mediados de los ’60 graba Buenos Aires, al rojo, con temas propios, de Piazzolla y de Carlos Cobián y se presenta en público apadrinado por Eduardo Rovira. Poco después, siguiendo la senda de ese tiempo de la confluencia de poetas y músicos, pone su bandoneón al servicio de los poemas del Grupo Barrilete.
Ya en el ’69 integra la orquesta de Pugliese, con Daniel Binelli y Juan José Mosalini. Con ellos dos seguirá como arreglista en el “Quinteto Guardia Nueva”, pero ya en 1976 inicia un grupo que se constituiría en “conjunto de culto”. Esta calificación significa, normalmente, que el sujeto adjetivado no llegó a ser reconocido por el gran público, pero sí por los iniciados en el misterio áulico, y por sus colegas, que descubren a través de sus audacias nuevos caminos, nuevas puertas a que tocar.
Por cierto que “Generación Cero” –hoy fácil de acceder en Youtube– tuvo toda la irreverencia propia de esos tiempos y cruzó música de distintos orígenes, con sus pulsos y respiraciones propias. Los eruditos hablan de “triple fusión”, porque sumaron, entrecruzaron, el jazz, el rock y el tango. Desde la misma irreverencia de los músicos, se les podría cuestionar a los eruditos su clasificación, al fin, el jazz, el rock –al menos al argentino– y el tango tienen el mismo origen y la misma sangre: el suburbio, la marginación y el asfalto.
Para aquellos, trágicos, mediados de los ’70 la propuesta de Mederos en “Generación Cero” no sonaba como tango, pero tampoco lo negaba. Al fin, con la aparición de Astor Piazzolla y Eduardo Rovira se había roto un dique que condenaba al tango a una manera, a un estilo, a una mirada, que se estaba haciendo vieja y lejana para las nuevas generaciones. Los Beatles, Los Gatos, Manal y Almendra ganaban el baile de los jóvenes, alternando con las cumbias y los colombianos vallenatos de Los Wawancó y el Cuarteto Imperial. El baile y el club de barrio habían sido desplazados por las discotecas y la identidad local se hacía papel picado en nombre de la universalidad, cuando se le daba nombre.
El primer disco del grupo fue “Fuera de broma”, al que siguieron “De todas maneras”,”Todo hoy”,”Buenas noches, Paula”, “Verdades y mentiras” y “Reencuentros”.
Al fin, “Generación Cero”, tal vez anticipando la visión que hoy manifiesta Rodolfo Mederos sobre aquellos tiempos, fue adquiriendo cierta trascendencia y logró reconocimiento del público, especialmente en escenarios fuera de la Argentina. Algo así como recuerdos del futuro.

Publicado en Miradas al Sur

domingo, 1 de marzo de 2015

Sombras nada más

En remotos tiempos, algunas mujeres llevaban sus interrogantes sexuales al confesor, mientras que ahora recurren a las psicólogas de papel couché. Para una mirada masculina –machista, dirían un par de amigas que militan en la fobia–, observar los ecos de 50 sombras de Grey, en ese sector. Podemos tropezar con la psicóloga deportiva Patricia Ramírez, quien afirma que el libro y la peli “han sido una verdadera revolución de la fantasía sexual. Miles de mujeres queriendo ser las protagonistas del libro y tener un Christian Grey en sus casas. Y muchas son las mujeres que tímidamente preguntan en la consulta que si lo que han leído, y que además les ha excitado, es correcto imitarlo o no. Mujeres que no han disfrutado del sexo de forma plena, tal y como se describe en el libro, encuentran que podría ser la solución para sentirse igual de satisfechas. No sólo leen ellas el libro, sino que están deseando que sus parejas lo lean y se aprendan el papel del protagonista de memoria”.
Puesta en revolucionaria, la psicóloga calma conciencias aconsejando abrirse a nuevas experiencias, porque 50 sombras de Grey permite “fantasear con tipos de relaciones sexuales que la gente entiende como prohibidos. Y lo prohibido es atractivo. El libro lo presenta como algo que sí se puede hacer y explorar, y eso normaliza la idea de fantasear con cosas diferentes”. Revolución con límites, claro: “Jugar a esposarte, taparte los ojos, el spanking (el uso controlado de las palmadas suaves en las nalgas) pueden estar geniales siempre que sea algo consensuado. Muchas personas encuentran erótico la idea de ser dominados sexualmente, pero siempre que se sepa delimitar qué es un juego sexual y qué es la vida y convivencia fuera de este juego”. O sea sí, pero de ya te diré cuándo, cómo y dónde; con lo que la dominación deja de serlo, y no es necesario explicarlo.
Leyendo a la consejera podemos preguntarnos cuánta gente vive dentro de un tuper. Al fin, es más viejo que el alpiste que, en materia sexual, han hecho más las drogas y el alcohol que los consejeros o las películas, porque siempre han sido una coartada para salirse del molde sin culpa. Es que el verdadero tema no es el sexo, sino la culpa; lo único que parece tener claro la psicóloga deportiva.

Posdata en Miradas al Sur

jueves, 26 de febrero de 2015

Iñárritu, la bruja y el ateo


Yo no creo en las brujas, pero que haberlas, haylas, aseguró Silvia C. repitiendo con una sonrisa cómplice un antiguo dicho español. El ateo unió la cosa con las costumbres “cabuleras” de jugadores de fútbol, actores, cantantes y toreros, ya que estaba en España, y encendió un pucho, evaluando si lo que acababan de contarle no daba para un relato de humor cáustico. Porque el ateo, entre otros oficios, era escritor, y la historia tenía miga.
Alejandro González Iñárritu, el director de cine que había tenido un gran éxito con tres buenas películas, “Amores perros”, “21 gramos” y “Babel”, había llegado a Barcelona para filmar su cuarta película. Silvia C., pongamos que era amiga de una periodista que le hacía prensa, o producción, no viene al caso, y la amiga le había contado que G. Iñárritu estaba desconsolado y no quería comenzar el rodaje, porque todo saldría mal: había perdido una piedra cargada que le diera una bruja en México. Era su talismán, y sin la piedra era como Superman ante la kriptonita. En realidad, esa idea cruzó jocosamente la cabeza del ateo, pero tampoco viene al caso.
La cosa se presentaba mal, pero, de perdidos al agua, y cuando Silvia C. le propuso pasarle el teléfono de su madre, que tenía fama de bruja, aunque ejerciera de forma amateur porque se ganaba la vida con un puesto de carnes en un mercado de barrio, la amiga aceptó pasárselo a Iñárritu, a ver si se calmaba con un sucedáneo amateur de su bruja mexicana. Así lo hizo, y el director acojonado la llamó por teléfono. Lo que retuvo la atención del ateo fue el relato de Silvia C.
Medio olvidada del asunto, o porque pensaba que no sucedería nada, no puso al tanto a la madre, y así fue que recibió la llamada sin tener la más miserable idea de quién era su interlocutor. El hombre no habría llegado a presentarse, más allá de aclarar por quién había recibido su número, cuando Chelo –ese es su nombre–, que enseguida entendió por qué la llamaba, lo interrumpió para decirle que no importaba quién era, pero que ella sentía que hacía poco había perdido algo así como su mitad y que eso lo tenía mal. 
El ateo imaginó un silencio contundente y a G. Iñárritu como de piedra. Después de tres exitosas películas con Guillermo Arriaga como guionista –y ya se sabe, porque es una discusión vieja como el cine, que guionistas y directores compiten por la paternidad del niño– habían roto la relación, y que te garúe finito. Para Iñárritu, lo de la mitad perdida estaba más claro que el agua, y la Chelo, que tenía manos de ángel para cortar bifes y más sangre andaluza que el leré leré, superaba cualquier expectativa. Había que ser muy ateo para no ver en ese encuentro casi casual un toque de magia, una llamada del Destino.
Lo cierto es que el desconsolado tuvo su piedra cargada, volvió a ser el director mexicano Alejandro González Iñárritu y comenzó el rodaje en Barcelona, con el hollywoodense Javier Bardem. El que por un tiempo olvidó el caso fue el ateo; escritor, ya dijimos.
La crisis económica estaba haciendo estragos en España y también en la familia tipo del ateo: mujer y dos pibes, uno heredado y la otra de cosecha propia. El desastre minaba el día a día, y en el horizonte sólo se veían promesas de peores desastres. Fue entonces que su mujer le propuso ver a “la Chelo”; como amigos, por la cercanía con Silvia C.; para al fin pedirle ayuda: una piedra de la suerte era mejor que nada. Y el ateo, que presumía de no discutir boludeces, agarró viaje. Al fin, él y su mujer eran ateos y racionalistas, aunque en el caso de ella eso fuera difícil, porque los españoles nacen católicos.
El encuentro con Chelo, cuando había cerrado la carnicería, no tuvo escenarios especiales, ni búhos y sahumerios; que fue en la sala de su casa, como quien dice en pantuflas. El ateo, esquizo como todo escritor, estaba en dos planos. En uno como “paciente”, y en el otro, como observador que le hace una radiografía a un potencial personaje.
Unos masajes con las manos de la bruja en los hombros, un café y una piedra para cada uno. La del ateo, azul con vetas celestes, lo que le permitió inducir que los colores tenían que ver con la magia. Y, cuando ya se iban, la Chelo que le dice, como si no se atreviera a decir yo no creo mucho en esto: agarrarse de una piedra es mejor que no tener nada de dónde agarrarse.
La consigna era no perderla y nunca separarse de ella. El ateo se dijo que mejor no discutir zonceras, y la pasaba meticulosamente de un bolsillo a otro cada vez que se cambiaba de ropa. Cosa que se convirtió en rutina, y la piedra azul viajó en su bolsillo a un festival literario de Bilbao. Allí, rodeado de escritores, gente que el vulgo suele creer muy inteligente porque escriben, el ateo contó a quien quisiera oír la historia de Iñárritu y las brujas y las piedras, porque le parecía muy literaria; decía.
Probablemente su ateísmo, cuestionado por el pase de piedra de bolsillo en bolsillo, le impidió ver un brillo voraz, como de hambre de saqueo, en aquellos escritores. Ninguno dijo ni creo ni no creo en las brujas, pero pedían tocar la piedra, jaraneaban con que les vendría muy bien tener una, y hasta anda por ahí, perdida en la red, una foto del ateo mostrando la piedra azul, muy sonriente.
Tal vez la piedra de G. Iñárritu no estaba bien cargada, o es que para un mexicano la bruja tiene que ser mexicana, lo cierto es que “Biutiful”, la película que filmó en Barcelona, fue muy flojita. Así y todo, el hombre, con códigos, en los agradecimientos finales de la cinta incluyó a Chelo.
Al ateo se le perdió la piedra azul y ya no tuvo otra. Para qué, si era ateo. Porque el neoliberalismo, la acumulación desigual del capital, la troika neocolonialista europea, la mafia de las finanzas, los políticos paniaguados o porque había perdido la piedra, el penúltimo acto fue el naufragio. No fue especial ni fue el único, pero los naufragios propios duelen más que las estadísticas. Así, el ateo, que era, es argentino, ya sin laburo, sin familia y sin un mango, agarró el bolsito y subió a un avión, porque para remar la distancia era larga; aunque fuera más barato.
En el último acto, el ateo, escritor ya dijimos, periodista cuando hay que parar la olla, escuchó que alguien nombraba a Alejandro González Iñárritu y su última película, Birdman, que coqueteaba con los Oscar. Jocoso el tipo, irónico el tipo, disparó un ¡ja!, con Iñárritu compartimos la misma bruja. Alguien lo miró como diciendo qué me estás contando y, sin quererlo, sin buscarlo, se encontró escribiendo aquella historia que no había escrito cuando Silvia C. contó de la pérdida, de G. Iñárritu, de la película, de Chelo y de las piedras cargadas.
El ateo, que no puede creer en brujas ni bultos que se menean, y que suele definirse como marxista –salgariano, para quitarle solemnidad– a veces, entre mate y mate, otra vez en Buenos Aires, repasa las fisonomías de aquellos escritores concurrentes a Bilbao, reconstruye los encuentros posteriores, con quién y dónde, y se pregunta cuál habrá sido el muy turrito desaprensivo que le robó la piedra azul con vetas celestes que le cargó la Chelo.

Publicado en Miradas al Sur.







domingo, 8 de febrero de 2015

Argentinos: arma de destrucción masiva


Jorge Luis Borges, el hombre metáfora, ciego al comando de una biblioteca nacional, el mismo que aseguró que el truco, el juego del truco, era la mejor síntesis del ser nacional: mentira, farol y parada, alguna vez ironizó que los argentinos descendían de los barcos. Esta afirmación forzó un rictus en la frente de Colin Powell, ex general cuatro estrellas estadounidense, cuando fue confrontado por un becario suplente de sociales, cultura y espectáculo en un periódico no muy conocido de Santa Bárbara, California. Allí, entre música de los Beach Boys y alternadoras de minifalda, Powell –el mismo que denunció la existencia, inexistente, de armas de destrucción masiva en Irak– compartía mojitos con dos agentes de la CIA, uno disfrazado de rapero cubano y el otro de fallera valenciana. No hay fotografías del hecho porque el dueño del tugurio portuario, un ex fabricante argentino de pañales para bebé que quebró con la crisis del 2001 y cambió de rubro, apuesta por el bajo perfil y la media luz. 
Hubiera sido mejor, dijo, pensativo, el hombre de las cuatro estrellas, que los argentinos no hubieran bajado nunca de los barcos. Al pasante, becario, dragoneante de periodista, que había hecho una pregunta sobre cultura general robada de Google, tal vez para poner en aprietos al general de origen jamaiquino, se le escaparon las implicancias de la respuesta, toda vez que en los muelles de Santa Bárbara (California-EE.UU.) flamea la bandera argentina. Junto a la rusa, la yanqui y la española, pero flamea.
Al que no se le escaparon es al analista de política internacional que nos puso sobre la pista. El papelón de las armas de destrucción masiva, que quedó como un trauma flotante en la psiquis del guerrero, volvía en una nueva versión, que implicaba a los argentinos. Tal afirmación puede hacer pensar que dicho analista, que después de la revelación cambió de nombre y buscó refugio en lo que queda de Krakatoa, entre Java y Sumatra, esgrimiendo lejano parentesco con Sandokán, necesita un par de electroshocks, pero su recuento de hechos conduce a otras conclusiones. Es que la coincidencia de Powell con la bandera argentina en Santa Bárbara y la extraña afirmación de deseo de que nunca hubieran bajado de los barcos, daba mucho jugo. Ordenando los factores todo se ve más claro.
A caballo entre 1817 y 1818, Hipólito Bouchard, uno que había nacido en otra parte pero había bajado del barco en Argentina para hacerse marinero y argentino, volvió a bajar del barco, esta vez de guerra, con su diploma de corsario oficial en el bolsillo, para ocupar Monterrey, todavía española, un cacho al sur de San Francisco. Saqueo mediante, de algo tiene que vivir un corsario, la bandera argentina flameó seis días, liberando Monterrey. Pero había que trabajar, y Bouchard siguió hacia el sur.
Completaría su singladura de combate liberando de godos y gachupines Santa Bárbara y San Juan de Capistrano, ese sitio mitológico desde donde parten, dicen, las golondrinas que llegarán hasta Buenos Aires para de los balcones sus nidos a colgar.
Es cierto que fueron liberaciones más bien simbólicas, de corta duración, pero fueron.
Tras los pasos del toco y me voy de Hipólito Bouchard, un día de 1982, Diego Armando Maradona, un morochito que la rompía, desembarcó en Europa, jugando para el Barcelona. Hasta ahí era lo que parecía, un talentoso jugador de fútbol, pero un día se fue a jugar al Nápoles de Italia y empezó a cambiar de música. En poco tiempo, consustanciado con la identidad “cabecita negra” de los tanos del sur, se convirtió en el más odiado para los italianos del norte, que se ven más cerca de los austríacos que de los sicilianos. Como un auténtico artista del dadaísmo, como un émulo de Salvador Dalí, se compró un par de Ferraris de lujo delirante y mientras soltaba incomodidades verbales incomprensibles por surrealistas –atribuidas a los malos hábitos por las malas lenguas–, se paseaba con abrigos de piel que recordaban aquel tapado de armiño todo forrado en lamé, que tu cuerpito abrigaba al salir del cabaret, que narraba un tango. Pero eso fue sólo el comienzo, porque su carrera en esa dirección se definió aún más al hacerse amigo de Fidel Castro y Hugo Chávez, desnudando así su verdadera identidad anárquica y antisistema, camuflada tras el peronismo. Pero nadie advirtió que Maradona no era una mosca blanca. Que podía ser la cabecera de playa de un desembarco a largo plazo, parte de un arma de destrucción masiva, como pensaba, según nuestro analista, el pobre Colin, mojito mediante, en un tugurio de Santa Bárbara.
Hace poco, muy poco, en España, un país sin izquierda política durante, al menos, el último medio siglo, apareció Podemos. Para nuestro analista refugiado en lo que queda de Krakatoa, son “Felipe González con Internet”. Para el franquismo gobernante y su correlato bipartidista o bipolar, son la peste roja, el fin del mundo conocido. Lo cierto es que ante la sorpresa universal metieron cuatro diputados en el Parlamento Europeo. Y uno de ellos, Pablo Echenique-Robba, nació en Rosario, Argentina, y reparte su corazón entre el Barça y Newell’s Old Boys.
El caso no era para preocuparse porque, en rigor, los eurodiputados pinchan poco y cortan menos, sólo que a los astutos estrategas de la inteligencia internacional no se les pasa nada, con lo que abrieron ficha y relacionaron datos. Sospechas, teorías de conspiración que se confirmaron en muy poco tiempo en Grecia, un país sangrado por las imposiciones de sus socios mayores en la comunidad europea, subordinados y cómplices del Fondo Monetario Internacional. Rechiflados, los griegos decidieron patear el tablero y votaron a Syriza, una propuesta de izquierda que mira para Latinoamérica y se dice, si a esos, que los hizo bolsa el FMI, les va bien, probemos. 
No es motivo de esta nota el análisis político de Syriza, sino la alimentación de la conspiranoia: el viceministro de Defensa, o coministro, se llama Costas Isychos, es nieto de griegos, nació en Quilmes, provincia de Buenos Aires, y es hincha de Independiente de Avellaneda.
Se puede argumentar que Pablo Echenique-Robba y Costas Isychos, por las razones que fueran, no viven en Argentina. Pero ese patriotismo de bajo vuelo olvida que las dictaduras y el neoliberalismo sembraron el mundo de argentinos, y que los argentinos vienen subiendo y bajando de los barcos desde el siglo XIX, y por parecidas razones. En todo caso, lo que cuenta, es que más allá de Máxima Zorreguieta, argentina y reina de Holanda, que puede considerarse una jugada de distracción, el desembarco argentino, con su raíz de truco, fútbol y populismo explica la preocupación de Colin Powell. Al fin, entre Maradona y el rosarino y el quilmeño, aterrizó un porteño, hincha de San Lorenzo de Almagro, para quedarse con la corona de uno de los estados más pequeños y poderosos del mundo, El Vaticano, tomando como nombre de guerra el de Francisco.

Nuestro analista anónimo, a la convicción de que lo dicho por Colin Powell implica la calificación de arma de destrucción masiva para los argentinos, lo que podría explicar los ataques de fondos buitre, sumó como observador inquisitivo que en el tugurio del ex fabricante de pañales el ex general bebía mojitos, un trago cubano por excelencia. Lo dijo, guiñó un ojo cómplice y suspicaz y desapareció hacia el mar de Java sin explicar qué tiene que ver una cosa con otra. Es lo que tienen los analistas. No se puede confiar. Siempre inventan algo. Quien puede creer que sea descendiente de Sandokán.
Publicado en Miradas al Sur

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sábado, 7 de febrero de 2015

Jugo de tomate frío

Corrían los años 70, y cómo corrían. Todavía se vivía la ola folclórica que habían comenzado en los 60. Nunca me llevé bien con el folclore. Hoy tampoco. Tal vez ya era un anarcomarxista salgariano sin saberlo: ni Dios, ni Patria, ni Rey.
Lo cierto es que me daban en los huevos los que cantaban zambitas, y en plan petardo agarraba la viola y atacaba con dos temas de Manal: Jugo de tomate frío y No pibe.
Hoy, por una nota en Berisso Blues, “Manal, un sueño premonitorio”, he vuelto a aquellos precarios blues de Manal. Precarios porque se adelantaban al punk “robando” música con un par de tonos.
Ahí van:



domingo, 1 de febrero de 2015

Incursión al país de los ricos

Están cerca, a veces tomando sol a 150 metros del suelo, a veces jugando squash en el tercer subsuelo de la torre, y no son alienígenas, sino argentinos con pasiones, amigos y costumbres que no entran en los “precios cuidados” de los supermercados.

Soledad Vallejos, exploradora de la vida de los ricos./ Libro.Vida de ricos, costumbres y manías de argentinos con dinero./ Piscina para estar cerca del cielo./ Cristiano Rattazzi, empresario y famoso./ Patricia Della Giovampaola, princesa D’Arenberg./ Juanita Viale, “societé” y nieta de Mirtha Legrand./ Alberto Nisman con Daniel Tangona, “personal” de ricos y famosos.

Incursión al país de los ricos
Publicó Amalita, una biografía de Amalia Lacroze de Fortabat, en colaboración con Marina Abiuso, y Trimarco, la mujer que lucha por todas las mujeres, un retrato de Susana Trimarco y su lucha contra la trata; dos temas poco relacionados que muestran la amplitud de mirada de Soledad Vallejos, la periodista que ahora firma Vida de ricos, costumbres y manías de argentinos con dinero, editado por Aguilar. En su expedición al mundo de los ricos y sus rituales retoma, indirectamente, la senda de un éxito editorial de los años ’60, Buenos Aires, vida cotidiana y alienación, libro que catapultó al conocimiento público a Juan José Sebreli.
Las diferencias que se observan entre uno y otro libro señalan el paso del tiempo y la mirada, crítica e ideológica en los ’60, pragmática y distante en la actualidad; el agua corrida bajo los puentes, y los muros y los imperios derruidos ya se escurrieron en ese reloj de arena. Sebreli se detenía en lo que consideraba las cuatro clases básicas de aquella sociedad. Hoy, neoliberalismo mediante, la distancia entre los que tienen mucho y los que tienen casi nada se agigantó, y no son pocos los que se proponen atisbar qué sucede en ese mundo poco visible, que se oculta en edificios torres que, para un habitante del conurbano bonaerense sur, rozan los delirios de los fumadores de hachís de Las mil y una noches.
La lectura de Vida de ricos dibuja el perfil actual de quienes tienen dinero en cantidad suficiente para no titubear ante el consumo suntuario, que en muchos casos se concibe como una necesidad cotidiana. Por ejemplo, más allá de los viajes, el avión propio, los entrenadores físicos personales o los colegios exclusivos, son los compradores de obras de arte, hecho que, más allá de que está predeterminado por el tener o no tener, se ve como una necesidad espiritual. Así, una lectura del capítulo titulado “Comprar belleza”, informa del galerista que dice: “Sé que está catalogado como un lujo, como un objeto suntuario, y la verdad es que no es así. El arte es el trabajo de otro trabajador, que trabaja en el arte, que lo que hace es vender su producto. (...) Si uno piensa que es un trabajo de un artista, que lo que hace es hacerte mejor al alma, mejorarte la vida cuando lo comprás... No es una joya, no es un diamante que de por sí tiene valor, que no se mueve. Es fluctuante”; lo que abre una puerta al componente de la inversión especulativa, porque lo que hoy se compra por poco tal vez mañana cueste mucho, o al contrario.
Soledad Vallejos dialogó con Miradas al Sur, que le propuso algo así como una ampliación de temas desde la óptica del periodista que investiga, para saber, entre otras cosas, si había tenido muchas dificultades para hacer este trabajo.
“En todo momento dejé claro que soy periodista, y que estaba trabajando para escribir un libro, no quería ocultarme, y la respuesta que tuve fue muy buena. A veces sorprendente, porque hay gente de la que uno piensa que será de difícil acceso, y te llaman al otro día para confirmarte la entrevista. En cambio otros, que parecen más fáciles, dan vueltas y vueltas y al final, nada”, dice. 
El periodista tiene que conectar con el otro y, al mismo tiempo, mantener la distancia que le permita observar, lo que no siempre es fácil: “En todo el libro, yo no doy opinión sobre lo que observo, lo cuento, lo narro; mi intención era mostrar. Y, en ese sentido, tuve la satisfacción de que cuando se publicó hubo entrevistados que me llamaron para agradecerme que hubiera respetado sus declaraciones”.
Como lo mejor de un libro es poder leerlo, esta nota cruza fragmentos de Vida de ricos, costumbres y manías de argentinos con dinero, con breves comentarios, como para que el lector de Miradas al Sur tenga un aperitivo de lo que encierra entre tapa y contratapa.
Viejos y nuevos ricos. Para los foráneos, puede ser incomprensible que las pequeñas batallas por el prestigio se diriman en terrenos ajenos y supuestamente neutrales como peluqueros, maquilladoras, personal trainers. En el combate todo vale para generar clima. Un estilista que recorre las zonas acomodadas de Buenos Aires para atender a sus clientes dice que todo el tiempo escucha las cantinelas: “El viejo rico te habla mal del nuevo rico. El rico nuevo te dice: Ah, pero ésos son los ricos viejos, los de antes. (…) Los que hablan mal son siempre los ricos viejos de los ricos nuevos. Te dicen: ‘Estos qué se creen, mirá Puerto Madero, todos corruptos’. Claro, porque el rico viejo dice que hizo la plata bien. Bueno, que la heredó.”
“Es algo muy típico de la gente rica de la Argentina verse como alguien aristocrático, término que yo evito, porque aquí no hay aristocracias, solo burguesía, alguna más antigua y otra más reciente”, precisa Soledad Vallejos. El tema, como un sonsonete, se repite de generación en generación desde principios del siglo XX: “Ya en Caras y Caretas se hablaba de los arribistas, y de las primeras familias, hay algo snob en esa actitud que aún persiste”.
Vestidos. La elegancia de la sangre necesita el dinero, y sin embargo el dinero no siempre garantiza esa elegancia. Los viejos ricos, los de apellidos conocidos, pueden tener debilidad por señalar esa paradoja. La distinción, insisten, tal como lo señalaban en los años veinte los cronistas sociales temerosos de la aparición de parvenus y rastaquoères, esos arribistas sin gusto, no viene sola con los billetes.
En países también nuevos, como Australia, sus viejas familias se enorgullecen de ser descendientes de presidiarios expulsados de Inglaterra, en la Argentina pocos quieren recordar que su ancestro fue un pastor vasco o escocés analfabeto. “Creo que debería ser al revés –dice Vallejos–, que alguien haya comenzado de abajo, como inmigrante, hasta tener fortuna es meritorio, algo así como un símbolo.”
Fiestas benéficas. En las tazas humea el té. Ante las mesas hay señoras vestidas con el esmero que merece todo cóctel; algunas hasta se han provisto de tocados. Aunque en la vida hay un tiempo para jugar a la sociedad y otro para disfrutar de la buena moda, aquí se puede hacer todo a la vez. Además, el ambiente es todo lo exclusivo que puede desearse para un rato de “small talk”, besos, saludos. Si algo viene a demostrar el Six O’Clock Tea, el té-desfile que Carminne Dodero –hija del naviero y autodefinido “historiador autodidacta” Alberto Dodero y Marina Tchomlekdjoglou, famosa por su amistad con Christina Onassis– organiza en embajadas que fueron palacios de familias tradicionales y mansiones que pertenecen a grandes fortunas actuales, es que el chic cotidiano es posible.
En tal vez añorada época, las señoras de la sociedad hacían beneficencia anónimamente, pero desde hace un tiempo se encaminaron hacia el show, como el desfile de modas a la hora del té. Para Soledad Vallejos “en esos encuentros hay más cercanía entre los nuevos y los viejos ricos, y se busca la participación de la prensa. No son como antes, donde se privilegiaba la exclusividad. Ahora se mezclan los de antes y los famosos”. En ese sentido es un claro ejemplo la gala anual de Fundaleu (fundación para combatir la leucemia), donde hay que ser elegido y pagar para compartir mesa con famosos.
Red carpet. “Gana el smoking, claro”, señala Gloria Basavilbaso (Relaciones Institucionales de Fundaleu), para quien el hecho de que la cita cumpla a rajatabla las exigencias de una gala no es menor. “Es la única fundación que sigue haciéndolo. La nuestra es la única gala. (…) Que sea gala, a las famosas les encanta, y a los diseñadores también, porque es el momento de lucir sus productos. Nosotros hacemos red carpet (alfombra roja), es un momento como los Oscar. Sobre esa red carpet quiso caminar Ricardo Fort, pero sin suerte, porque sus gestores fracasaron en el intento de ganarle el pedido de ser famoso para la velada. (…)”. Para mantener el concepto de “gala”, la consigna es sencilla: el escándalo y la polémica no suman a la idea de glamour.
“Fundaleu, en su origen, era el esfuerzo de algunas mujeres que lo llevaban con dificultades y hoy, en ese sentido, es modélico, se lo administra como una empresa rigurosa y su fiesta anual es una manera de recaudar los fondos que se necesitan para asistir a la investigación médica –señala la autora de Vida de Ricos, costumbres y manías de argentinos con dinero–. En la gala todo está preparado para explotar el show, como la red carpet que recorren a la entrada los famosos para que la prensa los fotografíe. Es una costumbre que comenzó en la época de Menem, y de alguna manera tiene ese estilo; hay mucho de cholulismo.”
Modelos de mujer. Aunque el atletismo común y silvestre, convertido en running a fuerza de marketing, esté cada vez más de moda y se haya extendido a un mercado amplio, en el mundo de los que tienen entrenadores personales lo preferible es caminar y no correr. Por lo menos las mujeres, con cuerpos intervenidos y tan trabajados por la ciencia que el universo de ejercicios posibles se reduce. Pecho operado y aumentado, cola modelada en quirófano son tan habituales que difícilmente se comenten, aun entre conocidos. (…) Por eso son pocos los que se ofenden y muchos los que están acostumbrados a escuchar las preguntas cuando el personal, o el health staff de turno, es nuevo y prepara la rutina. “¿Algún toquecito en la cara?”, “¿Lolas, lipo, algo retocado?”, “¿Tenés extensiones, alguna cosita nueva?”, “¿Qué otra cosa hacés?”. “Es gente que consume todo eso, que está acostumbrada. Y tenés que saber, porque si no sabés, por ahí lo ponés en riesgo”, explica un entrenador que también prefiere quedar en el anonimato por razones obvias.
Resulta interesante observar que a fines del siglo XIX o principios del XX, los perfiles de la “mujer de bien” y la “artista” se diferenciaban drásticamente, y que hoy, en las galas, la mayor parte de las mujeres asistentes se parecen mucho, sean modelos siliconadas o empresarias. Soledad Vallejos observa que “la relación de la mujer con su representación en la sociedad cambia todo el tiempo. En la antigua Caras y Caretas uno puede ver a aquellas mujeres, con unas cinturas estrechas que no podían ser naturales, que se asfixiaban con los corsets. Pero el cambio no es de ahora, ya en los ’40 la mujer estaba más suelta, más activa, y hoy se encuentra que tiene que responder a un modelo de juventud eterna. Siempre bien, siempre lozana, y recurre al gimnasio, a los masajes, a la cirugía. Pero nada de eso es exclusivo de los ricos”. La moda, hasta hace poco, de sortear retoques de pechos en las discotecas, o que fuera el regalo de quince en la clase media, señala esa democratización de un recurso. “Antes se hacía un elogio de la virtud y ahora del cuerpo perfecto –dice Soledad Vallejos–. Creo que se ha cambiado una esclavitud por otra.”
Lo que se tiene que saber. Para no pasar por un colado, los códigos de lenguaje son importantes. En ese sentido lo que manda es el inglés. En una invitación a gala, fiesta privada, boda o reunión social, se precisa la vestimenta, y no es lo mismo casual dress (ropa casual), que dress down (ropa sencilla) y menos dress suit, traje de etiqueta. Aunque en ciertas ocasiones el sentido es ambiguo, como dress up, que puede ser vestirse de etiqueta o incluso disfrazarse, dependiendo de la fiesta. Todo circuito social requiere cierto grado de atención a los códigos compartidos, para saber que hasta un cumpleaños puede ser un party time, que exija formal dress, si es por la tarde, y party dress, o sea traje de noche, si es por la noche. Por las dudas, si hay que señalar algo, es mejor hacerlo en inglés.

Postales por un peso
Tradición: Diálogo con un socio del Jockey Club (40 años, hijo de socio), sobre la no admisión de mujeres socias. –Bueno, son tradiciones. Es un lugar con seis mil socios, todos hombres, muchos con una mentalidad medio cerrada. Como es un lugar que siempre fue de hombres, no lo conocen abierto.
–¿Es tema esto en el club?
–No, ni siquiera se trata.
Parvenus y rastaquoères. Hay recelos entre ricos de antes y nuevos ricos, acepta Carminne Dodero, la organizadora del Six O’Clok Tea. Como vivió en los Estados Unidos dice que era un “país superdemocrático donde nunca vi esta boludez. Este país (habla de la Argentina) es un pueblo. Queda lejos. Andá a decirle a un americano me llamo Anchorena. Te va a responder ‘¿y a mí qué me importa?’”.
Sudor caro. De Daniel Tangona, el personal (con acento en la “e”) trainer de ricos y famosos: “Tengo que poder sentarme a una mesa con ellos y poder hablar sobre cómo es Venecia, cómo es Milán. Estar aggiornado. No puedo ser un ignorante que anda de musculosa, ojotas, con el tatuaje y nada más”.
Socialité. Se dice de quién realza las fiestas con su presencia, sin que se le conozcan méritos especiales.
Princesas. De Patricia della Giovampaola, princesa D’Arenberg, heredera de empresas de su marido: “En la Argentina ser princesa o no, no importa, no existe, ni siquiera yo me acuerdo. En Francia vas a una comida y por tu título sabés que vas sentada a la derecha del dueño de casa”. Preguntada si se siente una socialité, dice: “No soy una actriz, ni soy cantante, no soy bailarina, ni modelo. Entonces, probablemente sí, socialité”.
Confesiones de un masajista. Si una clienta le comenta que consiguió tres pasajes a Nueva York por 10.000 dólares, dice: “Qué suerte, encontraste barato. A Juan le salió 30 mil. Imaginate que si yo digo ‘¡qué barbaridad!’, no me cuentan más nada. Y a mí me gusta charlar con la gente, hace que se sienta cómoda”.

EL LIBRO
Título: Vida de ricos. Costumbres y manías de argentinos con dinero
Autor: Soledad Vallejos
Editorial: Aguilar