Hace unas horas, domingo,
vi Odiseo.com en el CELCIT (Centro
Latinoamericano de Creación e Investigación Teatral), en Buenos Aires.
Vía Skype, aunque dudo,
porque el mío desfasa, mal, imagen y sonido, tres agonistas. Una actriz en Brasil,
otra en Chile, y el actor de cuerpo presente en Buenos Aires.
La historia,
intrascendente: un triángulo. La puesta, incómoda. Uno tiene la sensación de asistir
como colado a relaciones privadas, que incluyen hasta esa variante sexual de la
masturbación interpósita.
Lo interesante es que los
espectadores rodean al actor, con lo que, si uno está en el sitio adecuado,
puede observar sus reacciones ante lo que sucede. Ahí está lo mejor de todo:
ver como las féminas se reconocen en los ejercicios de poder que permite la
histeria, para utilizar un título froidiano; cuando Freud no sabía un carajo de
las mujeres.
Mañana haré el comentario
de la obra, con la distancia intelectual que merece. Hoy se me ocurre una sola
cosa. Al hombre que tiene –o cree tener- dos mujeres, habría que recordarle
aquello que Confucio mereció haber dicho: El hombre con dos mujeres es un perro
con demasiados dueños.
Cuando escribo esto tengo la radio encendida y una
aproximación a lo que será mi Infierno: estaré rodeado de periodistas
deportivos. Supongo que me lo merezco.
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