Como las elecciones de este próximo 26 de
junio en España prometen ser un calco de la del 20 de diciembre, resulta
interesante hablar de bueyes perdidos, o de la migración de vocablos que se
hacen internacionales, como sorpasso, palabra que los analistas han hecho suya
para describir el avance de la alianza Unidos Podemos hacia el primer puesto.
En la Argentina de los años 60 ese concepto impregnaba el habla cotidiana y,
especialmente, la narrativa de la Fórmula 1. El fenómeno tuvo arranque en la
película Il sorpasso, protagonizada por Vittorio Gassman y
Jean-Louis Trintignant. El personaje de Gassman era de los que van rápido por
la vida, sin ataduras que le impidan ser ganadores. Y por eso el título,
producto de la sabiduría de calle italiana, que define la jugada del que
arrebata, oportunamente, el primer puesto, si es posible en la última vuelta de
la carrera, cuando ya el otro no puede recuperarse. Valentino Rossi, “il
profesore”, as del motociclismo italiano, más de una vez ganó carreras con esta
mezcla de sorpresa, oportunismo y audacia. Como los oportunistas tienen mala
prensa conviene recordar que Lenin decía que un revolucionario es un
oportunista con principios. (Si a alguien le incomoda esta referencia marxista
puede recurrir al Martín Fierro, donde encontrará definiciones semejantes,
pero más folclóricas).
Es posible que estas sutilezas estén lejos de las
intenciones de los analistas, pero el concepto ancló fuerte en esta campaña,
incluyendo entre los “sorpasistas” al partido en el gobierno, que amenaza la
supremacía histórica del PSOE en Andalucía; un escenario ideal para observar la
fragmentación interna que sacude a los socialistas.
Con una sumatoria de señoritos “felipistas” y
trabajadores históricamente de izquierda, en las últimas elecciones el PSOE
conservó el poder, afianzando a la presidenta de la Junta de Andalucía, Susana
Díaz, por algo más de dos puntos sobre el PP. Pero esta vuelta la cosa es más
complicada, porque la disputa interna al PSOE obliga a Susana Díaz a una doble
apuesta: ganar en Andalucía y que pierda Pedro Sánchez, el candidato de su
partido a nivel nacional. (Cualquier analogía o comparación con las últimas
elecciones en Argentina, y la campaña por el candidato oficial, corre por
cuenta de la suspicacia del lector.)
Así las cosas, con una diferencia previa mínima, los
socialistas andaluces encaran la última curva, atentos a los espejos
retrovisores, porque hay amenaza de sorpasso por
izquierda y por derecha. Si eso sucede, si los socialistas andaluces suben al
podio en el tercer puesto, el pase de facturas cruzadas será sangriento, porque
el PSOE habrá dejado de ser la alternancia natural al PP y, para no hacerse
papel picado, deberá sumarse a quien mejor negocio le proponga.
A esto se suma que, como España es España, y las
identidades históricas tienen mucho peso, la onda de choque iniciada por
Podemos y potenciada por su alianza con Izquierda Unida, amenaza a una fuerza
tradicional como es el PNV (Partido Nacionalista Vasco) y sucede lo mismo con
Unión del Pueblo Navarro (UPN) y el Partido Aragonés (PAR), los tibios
nacionalistas de Navarra y Aragón. El partido de Pablo Iglesias, por sí sólo,
les arrebató una buena cantidad de votos en las últimas elecciones. Ahora, con
Izquierda Unida, que le da un toque de confiabilidad tradicional que no tenía,
es posible que arrastre al progresismo de esos partidos, con lo que la onda de
choque amaga con tener efectos de tsunami.
Lo único seguro es que, después de estas elecciones,
poco será semejante a lo que era antes porque, si bien en las encuestas
“inversas”, donde se pregunta no a quien se votaría, sino a quien nunca se
votaría, Unidos Podemos aparece como el campeón de los campeones, el voto a
PNV, UPN y PAR naufraga en la duda, con lo que es de prever que la inercia y el
conservadorismo arrimen sufragios al PP, o sumen gente a la abstención.
Este panorama no pasa desapercibido para los
dirigentes tanto del partido de Mariano Rajoy como del PSOE, que con mayor o
menor entusiasmo se inclinan por pactar un gobierno conjunto. En ese sentido se
han pronunciado los presidentes autonómicos de Aragón y Extremadura -Javier
Lambán y Guillermo Fernández Vara- que sugieren una alianza con el oficialismo,
algo que coincide con la idea de tres históricos del socialismo, como son
Felipe González, Alfonso Guerra y José Bono. Es un rumor ampliamente compartido
que, si Pedro Sánchez, secretario general del PSOE, pierde las elecciones, su
partido le exigirá la renuncia y que se permita gobernar al PP. Algo así como
que si no se puede ser cabeza de león bien vale ser cola de ratón para pararle
las patas a los “extremistas venezolanos”, con o sin sorpasso.
De todas maneras, no las tienen todas consigo. En
los últimos días, tanto el presidente de gobierno como el arco que se juega la
supervivencia han empezado a mover la idea de que, si no hay acuerdo para
nombrar la sucesión, se deje gobernar al que más votos logre, o sea la primera
minoría. Huele a un salvavidas desesperado, que, incluso, cuestiona las leyes
electorales. Pero, como suele decirse, de perdidos al agua, que quizás cuela.
Para cerrar este panorama algo caótico, una
referencia a lo dicho al principio sobre los vocablos importados a la lucha
política, en este caso en relación con el líder de Ciudadanos -partido que
arrancó en Barcelona como Ciutadans pel Canvi (Ciudadanos Por el
Cambio) a favor de la “España una”-, el catalán Albert Rivera. Después de un
acto en su tierra, donde fue acosado por CUP, tendencia independentista que le
recrimina ser todo lo contrario, se quejó de ser víctima de los escraches, una palabra de la jerga argentina que,
junto con corralito, parece haber sacado carta de ciudadanía,
con perdón de Ciudadanos.
Extremistas venezolanos, sorpasso, escraches,
corralito y, potencialmente, un “que se vayan todos”. Tal parece que la
política desde la calle exporta tecnología. Ya se verá qué nuevas e irónicas
categorías inventa nuestro sur del sur cuando se arribe a un nuevo 2001, que
podemos presagiar por el rumbo hacia la tormenta que lleva el gobierno de
Argentina. En todo caso, seguiremos exportando. Hay que ser positivo.
Yo no sé si realmente esperaba algo de estas elecciones, supongo que sí, considerando la sensación de náusea, el hartazgo y la vergüenza. La vergüenza de pertenecer a un país manipulable y borrego, miedoso, vomitivo. Miedo al "extremismo", pero nunca a la extrema derecha, desde luego. Miedo a que se les rompa o se les cuestione España, pero ningún tipo de aspaviento ante la corrupción absolutamente generalizada (que roben lo que puedan, pero que roben los míos). Si quedaba algún asomo de esperanza (qué esperanza), ha saltado por los aires; todo está más claro que nunca, como estuvo siempre. Este país recibe lo que se merece. Pueden estar tranquilos: España no es Venezuela. Por puñetera desgracia.
ResponderBorrarUn fuerte abrazo. Desde España, por supuesto.