En el
boxeo suele usarse la calificación de “tiempista” para algunos púgiles. Son boxeadores
que manejan con inteligencia los tiempos de la pelea, la regulan en función de
sus posibilidades, combinando ataques con pequeñas treguas, siempre a su favor.
Funciona bien cuando el contrincante es un peleador de pocas luces. Cuando el
manejo de los tiempos no es ajustado, el resultado puede ser catastrófico, más
allá de un “zapallazo” que lo emboque cuando va ganando por puntos y lo deje mirando
la lona de cerca.
Como en
revuelto cajón de sastre, se me mezclaron los boxeadores con Nicolás Maquiavelo,
y todo como observación de la política diaria del actual gobierno de Argentina,
porque uno de los ejes más importantes de “El príncipe” es la conciencia y el
uso de los tiempos políticos.
Digo,
como comentario al margen, que el analista político más importante de varios
siglos, Maquiavelo, tiene mala prensa. El retorcido accionar de cualquier
político, o lo que fuere, de alto o bajo vuelo, es denostado como maquiavélico,
y eso es una burrada; como tantas. Antonio Gramsci, que parece estar de moda
tanto para un roto como para un descocido, rescataba “El príncipe” como uno de
los grandes aportes para entender cómo funciona el poder en la política. Tenía
claro que Maquiavelo no sugería maneras, formas de perpetuarse en el poder,
sino que, con la excusa de aconsejar a un príncipe -necesaria para que no le
cortaran el cogote- hacía una radiografía documentada de los mecanismos del
juego. Pero volvamos al uso de los tiempos.
De la
observación de etapas ya sucedidas, desprendía que, entre otras cosas, quienes
habían sabido manejar esa escurridiza categoría se habían consolidado, y
quienes no lo supieron fueron arrasados por sus enemigos. Para resumir la ley
que mandaba en esa situación señalaba que todo príncipe que llega al poder
tiene un tiempo de gracia. Los que perduraron hicieron de ese tiempo el tiempo
del cuchillo, aplicando la violencia institucional, y no tanto, sin concesiones,
eliminando a sus opositores y todo aquello que pueda favorecer a los que no son
los suyos. Lo que, en criollo, se dice machacar al hierro mientras está
caliente. El jacobino Mariano Moreno decía, en su manifiesto, más o menos lo
mismo. A los amigos todo, a los neutralizables tratar de no joderlos y al
contrario ni agua.
Sólo
que, informaba Maquiavelo, el tiempo de la sangre -incluso la metafórica- tiene
un límite, poco antes del cual hay que cambiar el ritmo, porque la paciencia, e
incluso el miedo también tienen límites. Si la cosa ha funcionado bien para el
príncipe levantar la mano dura es un buen negocio y habrá logrado la aceptación
de un estado de cosas. Si no lo hace tendrá que comenzar a pelear por su
supervivencia, lo que siempre es una situación difícil, muy difícil de
revertir; porque algunos propios y muchos neutrales ya lo verán con malos ojos.
Napoleón
Bonaparte leyó atentamente el libro de Maquiavelo y lo acotó en los márgenes.
Se le atribuye, sobre este asunto del tiempo de avanzar sin remilgos y la necesidad
de abandonarlo cuando caduca, haber dicho: “las bayonetas sirven para muchas
cosas, pero no para sentarse sobre ellas”. Rescato esta frase de Napoleón, que
no encontré en el ejemplar de “El príncipe” comentado que tuve, porque si no la
dijo podría haberla dicho y, casi siempre, la leyenda expresa mejor a la
realidad que lo documental.
No dudo
de que Durán Barba, asesor publicitario del presidente Mauricio Macri, leyó a
Maquiavelo con la misma dedicación que Gramsci y Napoleón. Pero, el que está en
medio del ring es Macri, y los segundos de su rincón pueden proponer, pero, en
medio de la pelea no deciden. En ese sentido la insularidad del boxeador es
absoluta. Como dijo Ringo Bonavena para explicar por qué hacía lo que le
parecía mejor en medio de las piñas: “cuando suena el gong te quitan hasta el
banquito”, estás solo.
Visto lo
que va de la presidencia de Mauricio Macri se nos hace evidente que calibró con
acierto la debilidad de la oposición, contando a políticos, sindicalistas, etc,
etc, y transforma la realidad en función de los intereses de su sector social,
sin detenerse a contabilizar los costos; porque hasta hoy han sido bajos.
Todavía está en el tiempo de gracia, el tiempo de los cuchillos. El
interrogante que campea en la cabeza de los observadores políticos es si tiene
conciencia de la caducidad y si sabrá cuando tiene que cambiar de ritmo, porque
está liquidando esa etapa con una velocidad sorprendente, en gran parte por la
desprolijidad de muchas de sus medidas, que le ganan enemigos gratuitamente.
¿Qué
pueden hacer los integrantes de su equipo si no quieren encontrarse con una
papa caliente en las manos? Poco, porque ni siquiera sus consejeros más
cercanos pueden decidir en lugar del número uno.
Un
creativo publicitario que participó en la campaña presidencial de Ricardo
Alfonsín señaló cierta vez las limitaciones de lo que puede hacer un asesor. Si
el candidato no es capaz de resolver los problemas que se le presentan el
asesor no puede hacer nada por él. Si el asesor fuera mejor, debería ser el
candidato, estaría en el centro del ring, no en el rincón, custodiando el
banquito y las toallas.
Resumiendo
desde la fragilidad de los tiempos, los “tiempistas” y las lealtades, en esta
ensalada de Maquiavelo, Napoleón y Macri es saludable recordar que, cuando el
boxeador pierde se va su casa con la cara abollada, sus segundos empiezan a buscarse
un nuevo pupilo, y sus seguidores a otro a quien admirar. Como cierre
convengamos que, aunque como figura literaria esto último sea bonito, no es del
todo real. El boxeador pierde sólo. Si es un presidente, los que tendrán la
cara abollada serán miles.(Publicado en "Zoom")
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