jueves, 13 de octubre de 2016

El corresponsal de guerra


Ernie Pyle

*Por estos días se supo que los correos, y otros buzones de la red de redes, de algunos periodistas, habían sido hackeados, espiados, por los servicios de inteligencia que, se supone, se verticalizan al Poder Ejecutivo.

*Hace años, con fuerte criterio de márquetin, una editorial tituló “El siglo de las guerras” a un panorama detallado de los conflictos bélicos durante el pasado siglo XX; que abarcaban casi todo el mundo conocido.

*Aquí estoy, de regreso, después de un silencio de años. Siempre con mis historias "no periodísticas"; por algo no pude publicar nada en tanto tiempo. La Segunda Guerra Mundial me sigue tan viva en el recuerdo como el primer día, y si el mundo estuviera en paz seguiría escribiendo como antes, sobre Normandía, o Tarawa, o El Alamein. Pero cañones y fusiles siguen su diálogo letal: hoy la guerra se llama Vietnam. (Héctor Germán Oesterheld/ Ernie Pike)

Tres acápites para una nota son un síntoma de caos mental o una invitación a completar el puzle, el rompecabezas. Ordenemos las piezas, comenzando por el siglo de las guerras, y ya veremos dónde encajan.
Llamar al siglo XX de esa manera supone desconocer que, en los tiempos precedentes, las guerras cambiaron cien veces las fronteras internas de Europa, creando y borrando del mapa países enteros. ¿Por qué centrarnos en Europa? Porque es el corazón del mundo conocido, y porque hay infinidad de testimonios documentales. Y, para muestra, basta un botón; o dos. Primer botón: La guerra de los Treinta Años asoló, bajo banderas supuestamente religiosas, al Sacro Imperio Romano Germánico. Mesnadas de mercenarios enterraron en el hambre a poblaciones enteras. (Ya se sabe, el que tiene la fuerza come, el otro, se jode) Muchas ciudades, hoy parte de Alemania, vieron morir por hambre, o sus efectos colaterales, a la mitad de su población. Algunas investigaciones señalan que el origen de un relato tan conocido como “Hansel y Gretel” fue ese caldo, con padres que abandonaban a sus hijos a los lobos para no compartir la comida.
Segundo botón: Las Cruzadas. Por donde pasaron los cruzados quedó tierra arrasada. Especialmente en Europa, porque en el otro lado del charco demostraron ser bastante ineficientes. Cosa que es comprensible, porque en la borrosa Palestina que se proponían conquistar había poco para robar. Llevar la cruz no está mal, pero enriquecerse suele estar mejor.
Bonus track: Las guerras de conquista. En nombre de la civilización, las regiones más tarde llamadas del tercer mundo, África, India, Oriente, América, fueron esquilmadas por bandas que no practicaban el fair play.
¿Cuál es la diferencia con el siglo XX? La tecnología y sus efectos sociales. El afianzamiento de los grandes diarios y la masificación de la imagen, como fotografía o como cine, sin olvidar la radio, dieron conocimiento de lo que, de otra manera, nadie se enteraba. Por esas tecnologías hemos sido testigos, más o menos manipulados, de lo que sucedía más allá del barrio, del pueblo, de las fronteras tangibles. Y es en ese tiempo en el que aparece una figura, una profesión, el corresponsal de guerra. Lo que nos lleva al texto de Oesterheld. 
Ernie Pike (Oesterheld)
Con las palabras del tercer acápite, enmascaradas detrás de un personaje de ficción devaluada -es decir de historieta- llamado Ernie Pike, Héctor Germán Oesterheld justificaba su vuelta al ruedo en 1971. Tiempo en que, imaginamos, cocinaba su decisión de sumarse a la lucha revolucionaria. Compromiso que sería sancionado con su desaparición y la de sus hijas.
La raíz de ese personaje, al que el guionista hasta le prestó su cara, fue Ernie Pyle, corresponsal en la campaña de África y la invasión de Italia, durante la Segunda Guerra Mundial. Pyle, que moriría bajo fuego amigo en Okinawa, narró el conflicto no desde las banderas, sino desde las personas; lo que lo hizo distinto a todo el resto.
Ernie Pyle, sin cruzar la barrera que impedía la crítica directa, supo contar del hombre metido en una máquina de triturar sin escape. Los desembarcos en Sicilia, Anzio, Salerno y, luego, Normandía, tuvieron una constante: enviar soldados al combate como quien arroja mierda a un pozo. Los mandos aliados fueron más letales para sus propias fuerzas que el enemigo. ¿Podía Pyle extender su mirada más allá de las historias individuales, pese a que vivía esa masacre como una úlcera que lo carcomía? No. Si hubiera ido un paso más allá seguramente no le habrían publicado ni una línea; por derrotista. Bertolt Brecht decía que, para narrar la verdad, primero hay que conocerla y, luego, disfrazarla para que no nos impidan contarla. En ese sentido hay una sintonía profunda entre Brecht, Pyle y Oesterheld.
Hoy, nuevos saltos tecnológicos, ya integrados a la vida cotidiana, nos hablan de un nuevo escenario. Un escenario del que no terminamos de enterarnos, y que cambia a cada momento. Alguien dijo que la tecnología es una locomotora, sin maquinista, que acelera todo el tiempo y nos lleva a la rastra. En el último vagón, mirando la vía que se deja atrás, viajan los “inteligentes”, que explican lo que pasó, pero nada saben de lo que viene, porque el futuro es ciencia ficción. Situación que nos acerca al primer acápite, la intrusión en los correos privados, o sea en la vida privada. ¿O la vida privada es cosa del pasado, como las Cruzadas?
Las guerras ya no se libran con uniformes y campos de batalla claramente determinados. Politólogos (¿operadores políticos, más que analistas?) como Gene Sharp, a quien se atribuye la invención de las “guerras blandas”, señalan ese cambio. En lugar de ejércitos de ocupación se batalla con medios de comunicación con intereses afines, con lo que, aquello que en el siglo XX era sólo una herramienta más, la guerra psicológica, reemplaza las flotillas de bombarderos, y la bomba de Hiroshima no apunta a los cuerpos, sino a las mentes.
¿Es de extrañar, entonces, que los servicios de inteligencia metan la nariz en lo privado, cuando hasta se comercia con esa información? No hay que tener una memoria privilegiada para recordar que, en el episodio que involucró al presidente Mauricio Macri en supuestas escuchas ilegales, afloró una mini red que hackeaba correos para vender esos datos a políticos, empresarios y programas de la televisión basura. En un universo de usuarios de las redes, cuya ingenuidad se parece tanto a la estupidez, no es necesaria la intervención de la CIA para que te pinchen los correos.
Con lo que, como en otra vuelta del círculo, que, en rigor, es una espiral, la figura del corresponsal de guerra cobra actualidad. Corresponsal en una guerra que no se libra en las trincheras del Marne o el sitio a Saigón, sino en la radio que escuchamos, en la tele que vemos, y hasta en el tres al precio de dos de los supermercados. Hoy, cada periodista es un corresponsal de guerra. Y no solamente los periodistas comprometidos (muéstrenme alguno no “comprometido” y me caeré de culo), todos, hasta los no periodistas, somos corresponsales de una guerra.
Como tengo cierta debilidad por Brecht, cito una frase suya que ha supervivido en el tiempo y se hace actual: “Hasta el último coolie chino tiene que hacer política internacional”.
Publicado en LaTecl@ Eñe: http://www.lateclaene.com/argemral

1 comentario:

  1. Terrorista hijo de puta, solamente en un pais de mierda como este un sorete como vos puede andar suelto y publicando esas cagadas que escribis que no las conoce ni la compra nadie. Asesino por la espalda cagon en esta sociedad de chorros corruptos y cobardes encajas perfectamente BOSTA HUMANA.
    Alvaro José Varela.

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