Con
mar de fondo político se inició la segunda búsqueda de los restos de
García Lorca en Andalucía, pero una investigación hecha libro abre una
perspectiva inesperada.
Pala mecánica, Amorim y Lorca.
Pasadas
las fiestas de fin de año, la pala excavadora que se les retiró porque hay que
mantener libres de nieve los caminos andaluces en el invierno europeo, volverá
a estar disponible para que los arqueólogos sigan con su búsqueda de los restos
de Federico García Lorca en Víznar, tierras de Granada, la que cantara en sus
versos el poeta fusilado.
Este
es ya el segundo intento para localizar la fosa que compartiría García Lorca,
asesinado en el verano de 1936, con el maestro Dióscoro Galindo y los
banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. Como dato tal vez
intrascendente conviene señalar que los franquistas no fusilaron a ningún
torero. Mientras los toreros se inclinaban por los nacionales, sus
banderilleros, la gente de su cuadrilla, sus “obreros” de apoyo, eran
republicanos.
Las
primeras excavaciones, que despertaron una tumultuosa discusión en torno de si
retirar o no los restos, en la que participó, por sí y por no la familia del
poeta, se hicieron hace cinco años, en un punto al que remitían las
investigaciones del hispanista Ian Gibson, quien se basaba en el testimonio de
Manuel Castilla, supuesto enterrador de Lorca. Para tranquilidad de muchos, en
el sitio excavado cuidadosamente durante mes y medio sólo se encontró una
piedra.
Ahora,
transcurrido un lustro, y con un presupuesto más reducido, tal vez por la
crisis económica de España, la búsqueda se trasladó a un kilómetro de
distancia, a la carretera que une Víznar y Alfacar, en un terreno conocido como
Peñón Colorado.
Y
otra vez resurge la discusión y el “ninguneo” por parte del partido que está en
el gobierno. Seguramente porque de encontrar el enterramiento en ese sitio, un
antiguo campo de instrucción de la Falange, actualizaría un tema que los
españoles, en general, han preferido no tocar: los crímenes del franquismo.
En
ese sentido, ante la acusación del Partido Popular de que la Junta de Andalucía
está montando “un espectáculo publicitario en torno de la memoria histórica”, y
el requerimiento de que retire las máquinas de la excavación porque “son
necesarias en los muchos puntos de la provincia en los que hay carreteras,
hospitales o colegios por construir o arreglar”, parece irrelevante que este
hecho sea parte de una iniciativa mayor de la Dirección General de Memoria
Democrática. “No estamos sólo buscando a Lorca –señala el arqueólogo Javier
Navarro, al frente de la excavación–, sino a víctimas de la Guerra Civil. Yo a
mis muertos quiero tenerlos en lugares dignos, y no entiendo que haya gente que
no lo vea así. En cualquier caso, me parece que esto sobrepasa lo familiar.
Federico García Lorca es de todos y es impresentable que España tenga a su
poeta más universal tirado en un sitio como éste”. Y, por si algo faltara, los
arqueólogos se ven obligados a justificar su trabajo desde el bajo costo que
tienen los sistemas de microperforaciones que se utilizan.
Diversos
testimonios apuntan a ese sitio, sin precisar exactamente la ubicación. Entre
ellos, el de José María Nestares, mando militar del frente de Víznar, que
señaló: “Llamé a Manolo Martínez Bueso para que los vigilara y presenciara la ejecución...
Después, Manolo me dijo que Federico (García Lorca) iba en pijama y que los
habían matado en el campo de instrucción de las tropas, a la derecha de la
carretera... Me dijo que de los que se enterraron, Federico era el segundo por
la izquierda”. Esto lo dijo al periodista Eduardo Molina Fajardo.
Distintas
fuentes y distintos puntos de vista, como el del historiador Miguel Caballero,
que continúa la investigación del falangista Molina Fajardo en su
libro Las 13 últimas horas en la vida de Federico García Lorca. Caballero
afirma que lo mataron por razones de inquina entre familias, y no por su
posición política.
En
ese sentido, el escritor Luis García Montero ha sido muy claro al decir que
sostener, como lo hace Miguel Caballero, que García Lorca no fue un personaje
político, ni perteneció a ningún partido, “es desconocer el significado de su
obra literaria y su repercusión en la España del primer tercio del siglo XX” y,
al mismo tiempo, olvidar que “entre las más de 5.000 víctimas granadinas hubo
muchas que estuvieron menos comprometidas políticamente que Federico García
Lorca”.
Es
cierta la trascendencia personal de Lorca, y no menos cierto su peso en la
cultura rioplatense, porque en sus pasos por la Argentina y Uruguay despertaba
pasiones. Lo que abre un interrogante que, de ser cierto, tiraría por tierra
todas las discusiones peninsulares, es la investigación que precede a El
amante uruguayo. Una historia real, libro del peruano Santiago Roncagliolo,
publicado en 2012.
Rico
y comunista. Enrique Amorim, escritor uruguayo nacido en Salto, es el
personaje investigado por Santiago Roncagliolo para su libro. Reconocido en su
momento en el ambiente cultural rioplatense, el oriental tenía un pasar
económico que lo había convertido en un mecenas de la cultura de izquierda, y
le valía ser parte de varios importantes encuentros del comunismo internacional
en América del Sur y Europa. Su obra, pasado el tiempo, ha envejecido mal, tal
vez por falta de profundidad. Si algo caracterizaba a Enrique Amorim era que
construyó su vida pública como una película en colores, conservando lo privado
en la opacidad, espacio en que el libro de Roncagliolo abre una ventanita.
Que
Amorim tuviera un trato cercano con Federico García Lorca no es de dudar,
porque ahí están las fotografías que lo documentan, de un tiempo en que el
Photoshop no hacía estragos. Era un personaje infaltable en los encuentros
formales e informales del mundillo de la cultura y la política, que solía
concurrir a su mansión en Salto, para compartir, por lo menos, sol, mesas bien
servidas y abundantes tragos. Hasta Borges aparece con Amorim, en un
amontonamiento de amigos que se remojan en un arroyo.
Lo
que coloca a este hombre en el camino de la búsqueda de los restos de Lorca es
que, ya siendo amigo de destacadas figuras de su tiempo, como Pablo Neruda y el
otro Pablo, Picasso, habría vivido una intensa ligazón amorosa con el poeta
durante un viaje que éste hizo a Uruguay en 1934. Lo que no tendría mayor
trascendencia si no fuera porque, en 1953, Enrique Amorim levantó en Salto lo
que se considera el primer monumento en memoria de Lorca, dando origen a más de
una sospecha o certeza, porque la ceremonia tuvo mucho de entierro. Idea quizás
abonada porque Amorim había sido quien repatrió los restos de Horacio Quiroga a
Salto.
En
el discurso inaugural, al que asistió la exiliada actriz catalana Margarita
Xirgu –que estrenara en 1945 "La casa de Bernarda Alba" en Buenos
Aires–, Amorim se puso alegórico recitando unos versos de Antonio Machado, y
dando a entender que algún día él mismo yacería junto a los restos del poeta.
Para muchos de los memoriosos, algunos entrevistados por Roncagliolo para su
libro, una misteriosa caja blanca que se ve en las fotos junto al monumento
contenía los restos del autor de Romancero gitano. Restos que el escritor
uruguayo habría rescatado de su primer enterramiento en España.
Visto
el perfil de vida de Enrique Amorim y su exitosa carrera en la legitimación
como comunista millonario y escritor, Santiago Roncagliolo, ganador del Premio
Alfaguara en 2006 por Abril rojo, deja abierta la posibilidad de que con
relaciones y dinero haya podido hacerse con lo que quedaba de su amante.
Santiago
Roncagliolo dijo a Miradas al Sur, desde Barcelona, que la investigación y
el libro habían sido un trabajo por encargo; que la editorial española Alcalá,
dueña de los derechos de los libros de Amorim, lo había puesto sobre la pista,
pero que él no había inventado nada. Con lo que tal vez las excavaciones en
busca de los restos de Federico García Lorca deberían meter la pala en el
monumento de Salto, parada obligada de miniturismo, como sugiere Roncagliolo.
Si Enrique Amorim no era un delirante, en Salto está la Caja de Pandora que
puede hacer saltar por los aires la historia conocida del poeta granadino, y
todas las discusiones en torno del destino de sus huesos.
Recuadro
1:
Cronología de
los misterios
1898 Nace
Federico García Lorca en Fuente Vaqueros, Granada.
1934 Lorca
llega a Buenos Aires, presencia Bodas de sangre, protagonizada por su amiga
Lola Membrives, dirige Mariana Pineda y viaja a Uruguay, donde se encuentra con
Enrique Amorim.
1936 Lorca
es asesinado entre Víznar y Alfacar, Granada.
1953 Amorim
inaugura el monumento donde podría haber restos de Lorca.
1955 Manuel
Castilla, “El Comunista”, dice al investigador Agustín Penón que enterró a
García Lorca en Alfacar.
1960 Muere
Enrique Amorim.
1966 Castilla
indica el mismo lugar a Ian Gibson, biógrafo de Lorca.
2008 El
juez Baltasar Garzón ordena la exhumación de 19 fosas, entre las que se encontraba
la posible de Lorca. La Audiencia Nacional lo paraliza.
2009 Después
de tres meses de búsqueda, en Alfacar solo aparece una roca.
2012 Santiago
Roncagliolo publica, con la editorial Alcalá, El amante uruguayo. Una historia
real.
2012 Un
nuevo equipo excava, en una posible ubicación, un campamento de Falange.
2014 Otro
equipo excava, en otra posible ubicación, un nuevo campamento de Falange.
Recuadro
2:
Ser
o no ser de Lorca
La
derecha española, y parte del progresismo bien pensante, es decir moderado, aún
mantienen vivo a García Lorca. Unos, porque lo demonizan como rojo come
niños, atribuyéndole una importancia ideológica y política que justifica la
suerte que corrió. Otros, porque en un extraño giro, lo redibujan como un
apenas simpatizante, dedicado a su arte, del que se apropió la izquierda
extrema luego de la Guerra Civil. Tal vez son los mismos que se complacen en
señalar que se ha avanzado mucho, desde la llamada Transición Modélica,
reconociendo que los malos no fueron sólo los republicanos, sino que se
cometieron brutalidades en ambos bandos. Visto desde este lejano sur, y la
persistencia de los argentinos en llevar ante la justicia a los genocidas,
resulta entendible la posición de la derecha, e incomprensible ese “ni fu ni
fa” de los llamados progresistas, si se tiene en cuenta que, terminada la
guerra, las “sacas” de los pueblos sumaron más de 200.000 asesinados en las
cuentas del franquismo. Y no sobra ningún cero.
Tal
vez eso es lo que se discute, subterráneamente, en torno de la búsqueda de los
restos del poeta granadino, del que se sabe que fue fusilado y enterrado a
escondidas, como parte de una serie de asesinatos en tierras andaluzas, más
precisamente, en un campo de entrenamiento de Falange. Es cierto que todos los
desaparecidos, asesinados y enterrados en cualquier parte por los ganadores de
la guerra, merecen que se los saque de debajo de la alfombra que oculta lo
podrido, y que sus restos vuelvan a sus familias, para que cierren el duelo
enterrándolos como mandan las costumbres. Pero, esa idea, justa en lo general,
también suele ser manipulada por quienes son funcionales a la derecha, se
llamen como se llamen. Lo cierto es que Federico García Lorca hubo uno solo, y
su trascendencia como figura internacional, que podría haber optado por un
seguro exilio para evitar los riesgos de la guerra, lo convierten en un
referente obligado, en una bandera de los caídos de mala manera y enterrados
como perros en cualquier cuneta.
Recordar
que Federico García Lorca era un poeta largamente reconocido ya antes del
enfrentamiento entre republicanos y nacionales, sería una obviedad
imperdonable. Nadie ha podido pasar por la escuela, en el universo
hispanoamericano, sin leer por lo menos unos versos de García Lorca. Y si el
lector se dio un poco más de juego sabrá que, mientras Jorge Luis Borges lo
apostrofaba como “andaluz profesional”, sus llegadas a Buenos Aires, donde
estrenó su Bodas de sangre con Lola Membrives como protagonista, fue
uno de los acontecimientos culturales más relevantes del primer terecio del
siglo XX en el Río de la Plata.
García
Lorca no sólo ya era famoso y reconocido, tenía conciencia de serlo, y eso es
lo que puso a disposición de sus ideas cuando, en plena Guerra Civil, recorría
los frentes con su teatro y sus poemas, apoyando a los combatientes. El
testimonio de sus compañeros de lucha y las investigaciones del hispanista Ian
Gibson dejan en claro que nunca tuvo un papel preponderante ni como ideólogo ni
como conductor de la guerra. Tampoco fue un inocente. Sabía en qué bando estaba,
sabía para quién jugaba, y lo hacía desde el espacio de combate que asumen los
artistas y los intelectuales que no cambiaron las artes por los fusiles. Su
elección es comparable a la experiencia de los teatros populares y barriales
que sumaron actores y dramaturgos en la lejana primavera democrática de la
Argentina en 1973, cuando los criminales de las Triple A los baleaban en
cualquier esquina. Como poeta, como hombre de teatro, sabía que tenía límites,
pero así y todo, le ponía el cuerpo a la coherencia de las ideas. Más que
suficiente.
Demonizar
a Federico García Lorca es un trabajo de la derecha, que preferiría que nunca
hubiera existido. Presentarlo como un intelectual “a la violeta”, apropiado
luego por la izquierda, es una perversión del razonamiento. La misma clase se
retorcimiento que señaló, repetidas veces, que el ensañamiento de los
franquistas con su figura se debía a su homosexualidad. No es descartable que
para los católicos ultramontanos de aquel tiempo su elección sexual fuera
inaceptable, al fin es de sospechar que los ultramontanos actuales tolerarían
mejor al poeta granadino si no hubiera sido lo que era. Sólo que también es una
exageración asegurar que lo fusilaron por ser homosexual. Ambas visiones rozan
el ridículo. Alcanza con recordar que el “Brujo” López Rega, conductor de la
banda nazi Triple A, y luego, en su fuga, embajador itinerante, afirmaba que
todos los integrantes de los grupos revolucionarios de la Argentina, todos,
eran “putos y drogadictos”. Ante la calificación convertida en insulto bien
vale repetirse: todos fueron García Lorca.
Publicado
en Miradas al Sur:
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