La
historia de la popular bebida que une al fundador catalán Facundo Bacardí con
algunos aspectos ocultos de la historia revolucionaria de la isla rebelde.
De aquel pionero a la vuelta a Cuba luego del acuerdo con los EE.UU.
Facundo Bacardí I
Facundo Bacardí III
Bacardí y el bloqueo a Cuba
En
1862, el inmigrante catalán don Facundo Bacardí Massó, fundó en Santiago de
Cuba la destilería de ron más famosa del mundo, que en 1960 fue intervenida por
la naciente revolución de Fidel Castro, razón que motivó su traslado a Puerto
Rico. Pero, a la luz del reciente acercamiento entre La Habana y Washington, el
heredero del emporio que produce el ron Bacardí ha dicho que quiere regresar a
Cuba, ahora que parece estar cambiando de rumbo. “Cuba pasó de una postura de
línea dura, bajo Fidel, a Raúl Castro, que está dando pasos de bebé”, así de
tajante ha sido Facundo Bacardí III, en unas declaraciones que, una vez más,
han tenido un fuerte impacto en la comunidad exiliada cubana del sur de
Florida. Probablemente alguno recordó que la empresa Bacardí fue un motor
importante en las políticas anticastristas, participando, incluso, en la
redacción de la ley Helms-Burton, en que se basó el bloqueo económico. Más aún,
Pepín Bosch, máximo directivo de la multinacional en los años ’60, organizó el
bombardeo de las refinerías de petróleo de Cuba, acción que no se concretó
porque los delataron, y en el diario The New York Times apareció la
foto del bombardero B-26, sobrante de la Segunda Guerra.
Entre
el primer Facundo y el tercero hay una larga historia de inmigración,
alcoholes, revoluciones y contrarrevoluciones, en que se mezclan Cuba y
Cataluña como una misma cosa. Una saga que comienza antes, en 1791, cuando la
rebelión de los esclavos en Haití que trajo la destrucción de los ingenios
azucareros. Cuba, que entonces contaba con 300.000 habitantes, se convirtió en
el monopolio de las exportaciones de azúcar hacia Europa, y algo más, porque para
1860 había más de 1.000 destilerías en la isla. Sólo que el ron era una bebida
áspera, fuerte, reservada a los piratas del Caribe y los esclavos. Los cubanos
de mayor linaje preferían el vino, que llegaba en galeones desde España, y con
los calores del trópico y el bamboleo del Atlántico solía transformarse en
vinagre. De aquel tiempo, seguramente, ha sobrevivido un trago popular en
Cataluña, el ron quemado. Importa poco la calidad del mismo, porque se le
agrega azúcar, un puñado de granos de café y se lo prende fuego, con lo que si
es poco civilizado casi no se nota.
Bebida
de pobres. Sería la Guerra de la Independencia, en 1895, el punto de viraje
para que esta bebida cambiara de linaje. Las tropas españolas enviadas a
sofocar el alzamiento compartían con la casta hispano criolla el origen, pero
no sus vinos, porque eran tan pobres como los más pobres de los cubanos y, como
ellos, cataban el ron barato, tosco y grueso, que raspaba la garganta y que
invadía las tabernas y los puertos. El vino se había vuelto caro y lejano, y
hasta la oligarquía cubana volvió su mirada hacia el ron, reparando en que no
todo era áspero: estaba el que producía Facundo Bacardí, que había ganado la
Medalla de Oro en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876.
¿Quién
era el primer Facundo Bacardí? Como muchos catalanes había puestos sus miras en
Cuba, hacia la que se embarcó desde su ciudad natal, Sitges, a los quince años,
para hacer fortuna. Seguramente llevaba como consigna un axioma con el que se
definen sus paisanos: Els catalans de les pedres fan pans (Los
catalanes de las piedras hacen pan.) Fueron muchas las fortunas que se hicieron
en la isla lagarto verde, y los enriquecidos, cuando volvieron a sus orígenes,
se construyeron mansiones barrocas, alejadas de la sobriedad local,
justificando el apelativo de “indianos”. Pero en ese cruce del mar ida y vuelta
la inevitable nostalgia parió música, las habaneras, cuya melodía fue una de
las vertientes del tango. Aparte de eso, su contracción al trabajo, y el hecho
de que por lo general ocupaban puestos modestos, en el rango más bajo de la
sociedad blanca, se vio reflejada en el folklore popular de los negros: “Ay
madre, quién fuera blanco, aunque fuese catalán”.
Volviendo
al principio, en 1862 Facundo Bacardí fundó en Santiago de Cuba su destilería,
sobre alambiques y trapiches de una destilería que se cerraba. No conforme con
el ron habitual, de poco valor, trabajó en busca de suavizar su sabor y
aumentar su calidad. La leyenda afirma que hubo un secreto en el principio, pero
de todos los rones se dice lo mismo, y tal vez su mejoramiento se deba a que se
lo añejó en toneles de madera varios años. Parece que los Bacardí se inclinaron
por la crianza en barriles que antes habían curado whisky. Otras bodegas, como
es el caso de la que produce en Canarias el buen ron Arehucas, optan por curar
en barricas que antes criaron coñac en Francia.
El
amigo de Martí. En ese proceso de refinamiento del aguardiente de caña, el
primer Facundo ganaría años más tarde la Medalla de Oro y dejaría en manos de
su hijo la continuidad ronera. Entonces ocurrió la primera revolución, porque
el heredero, Emilio Bacardí, conoció a José Martí en Nueva York en 1892 y se
sumaría a la Guerra de la Independencia de Cuba, llegando a ser el primer
alcalde de Santiago post colonial. Probablemente, como catalán, no veía mal
hacer la guerra contra España.
Pero
no sólo el apellido Bacardí está ligado al ron antillano, hubo otros catalanes
en su salto de calidad. Emigrado de Santiago de Cuba, Andrés Brugal Montaner
refinó el muy conocido ron Brugal, desde República Dominicana, y Julián Barceló
llegó a fundar en la ciudad de Santo Domingo, Barceló y Compañía. Brugal y
Barceló, con Bacardí, son tres de los rones más apreciados. Del otro lado del
mar, en Gelida, ciudad catalana, se produce el muy conocido de los argentinos
ron Negrita.
Para
llegar al último, por ahora, Facundo Bacardí III, hay que repasar lo que sucede
ahora con el acercamiento y eventual desarme del bloqueo, porque como narra el
colombiano Hernando Calvo Ospina en su Ron Bacardí: la guerra oculta,
“valiéndose de su poder económico y de sus contactos en las altas instancias
políticas, (Bacardí) prácticamente redactó y acomodó a sus necesidades una ley
estadounidense. La Helms-Burton, como se le conoce, no sólo atenta contra la
soberanía de Cuba y la sobrevivencia de sus ciudadanos, sino que está aportando
a la locura en que se desliza peligrosamente el sistema comercial capitalista,
en sus ansias de derribar la mínima barrera de control”. Porque, en los años
’90, el ron Bacardí encontró un duro competidor por el mercado mundial, el ron
cubano Havana Club, perteneciente a un consorcio del Estado cubano y la
multinacional francesa Pernod-Ricard, y pugnó por quedárselo.
El
anteúltimo acto de esa pelea –porque el último está por verse– fue que,
ampliando la Ley Helms-Burton, se estableció que los Estados Unidos no pueden
reconocer ningún derecho a marca o patente de ninguna empresa extranjera, que
tenga conexión cualquiera con propiedades de algún ciudadano estadounidense,
que haya sido nacionalizada, sin indemnización, por el gobierno revolucionario
de Cuba. Con lo que Bacardí pudo comercializar un falso Havana Club, no cubano.
Tal
vez ahora, que parecen abrirse otras puertas y a Bacardí, que tiene muchos
intereses y marcas en juego, se le abren nuevas oportunidades en el Caribe,
cambien las cosas y la larga guerra entre los originales indianos y el
castrismo se cierre con un brindis entre Raúl Castro y Facundo Bacardí III.
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