El Centro
Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, en Corrientes al 1500, es uno de
esos sitios a los que se quiere volver y, allí, en la sala del subsuelo, se
puede ver Muñeca, la pieza que
Armando Discépolo puso en escena en 1924 en el Teatro Nacional de Buenos Aires.
Esta versión libre dirigida por Pompeyo Audivert y Andrés Mangone permite
afirmar algo que podría ser una insolencia: que supera a su original de
partida.
Con una puesta en
escena sin los resquicios habituales que dejan tanto el grotesco como el género
chico, todos los personajes ponen pólvora a una explosión conjunta que
atraviesa los sentidos del espectador. Para entender por qué el rescate de Muñeca y cuál fue el camino hasta esta
visión particularmente incisiva, Miradas
al Sur dialogó con Pompeyo Audivert.
–¿Cómo llega a Muñeca,
un texto algo desvaído respecto de la producción de Discépolo?
–Me gustan los
materiales de este tipo. Muñeca parece
casi un folletín romántico, un drama sentimental, pero esconde una tragedia
metafísica. Funciona como un caballo de Troya: uno cree estar asistiendo a una
escena convencional y cuando menos se lo espera se desata otra percepción, se
abren otras puertas asociativas. Esa es la virtud poética de esta obra de
Discépolo. El tema que me resulta central es el de la máscara como frontera
entre la identidad histórica y la sagrada. Anselmo, el protagonista, es un
oligarca riquísimo encerrado en un cuerpo espantoso, y para colmo enamorado de
una chica que le han entregado casi como un regalo para calmarlo. Siente su
cuerpo como una condena, lo rechaza como identidad, se siente otro, el de
adentro, el que está atrás de la careta. Vaya una situación dramática y
teatral. ¿Quién no ha sentido la extraña sensación de no ser el que le devuelve
el espejo? Muñeca también produce
resonancias pirandelianas, la sospecha de que el mundo es una construcción
teatral, y nosotros sólo actores puestos aquí para unos fines que nunca se nos
revelan, el destino del que hablaban los griegos. En Muñeca puedo poner en juego la visión que tengo del teatro como
máquina de escrutación metafísica, como el lugar al que vamos a preguntarnos
¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? ¿Qué estamos haciendo? Creo
que el teatro está para intensificar poéticamente esas preguntas, ese es su
sentido. Cuando se apaga la luz antes de empezar la obra que fuere, en ese
instante donde se suspende el tiempo histórico, sentimos la sensación de estar
en otro sitio, en ese lugar sin nombre al que pertenecemos y del que venimos.
El ritual del teatro nos ayuda a suspender la identificación con la máscara que
nos protege, nos permite alcanzarnos en otra latitud.
–La lectura de la realidad en que se mueven los personajes
privilegia, como fondo, el contexto político. ¿Puede pensarse el teatro de ese
tiempo sin lo político? Más, la puesta parece una mirada crítica de la
coyuntura actual.
–Anselmo es
Yrigoyen, Perón, Ramón Falcón, Uriburu, es una fuerza histórica estallada
poéticamente, representa a la vez al pueblo y a sus asesinos; es
contradictorio, no se lo puede estabilizar en un signo de nobleza que calme las
aguas de la interpretación romántica. Esa es la gracia de esta obra, que no
tiene moralina ni moraleja, no hay redención sino en la muerte. Anselmo es un
actor, por lo tanto no tiene moral sino estructura, en ella resuena el caos
histórico. Es dable asociar la casa de Anselmo con el país, a él como su dueño
y a los parásitos que lo rodean como la clase política que siempre rodea al
poder del capital, pero la obra es mucho más que esa relación histórica que el
teatro suele reflejar por añadidura, lo central es el planteo antihistórico, es
decir la cuestión metafísica y poética que Muñeca
desata. No quisimos producir una reconstrucción espejo de aquella realidad de
principio de siglo, no quisimos decir “somos esos”, sino situar la teatralidad
como campo de realidad autónomo, la escena es lo real más allá de su referente
que funciona como coartada o remitente, como carnada para concitar una unidad
referencial con el público. Es decir, lo teatral por sus propios medios es la
potencia significativa que es, a fin de cuentas, lo que me interesa, la razón
poética de fondo de la estructura teatral. Muñeca
nos permite intentar llevar adelante esa operación poético teatral, nuestro
deber es hacerlo desde sus temáticas y sus razones aparentes, no traicionar su
plan de contingencia, sino usarlo de trampolín.
–El travestismo de varios personajes –todos los femeninos, menos
el personaje de Muñeca– ¿es una
metáfora de la máscara, del travestismo/gatopardismo como estrategia de
supervivencia o adaptación?
–El personaje de
Perla que encarna Mosquito Sancineto es como ella misma se define “la reina de
la casa mientras Muñeca no está”, una mujer de la noche que mantiene viva la
farra con que tratan de sostener a Anselmo. También funciona como un corifeo,
es la encargada de organizar ese coro de aduladores y de conectar con el
público la obra. En esta versión el único personaje que es absolutamente
femenino es el de Muñeca, los demás, Perla, Carlota y Estela están
interpretados por hombres, son personajes travestidos; hay allí una intención
de hablar de ese mundo, como un mundo de hombres misóginos que se regodean en
la representación de la mujer.
–En esta puesta hay una vuelta de tuerca al grotesco, que
siempre tiene una mirada piadosa hacia sus protagonistas. En esta puesta
desaparece la piedad, y tanto la actuación como los textos se tensan al máximo.
¿El grotesco de Discépolo, Defilippis Novoa, etc., reclama tensión máxima para
llegar al público actual?
–Creo que el
grotesco y el sainete son nuestra expresión teatral por excelencia y por
herencia, pero como toda herencia viene medio envenenada de mandato histórico,
hay que tener cuidado de que no nos implique en el realismo costumbrista, esa
forma nostálgica y atrasada del nacionalismo. Lo que intentamos hacer fue
subvertir los modos de producción de este legado extraordinario, desechar las
dinámicas costumbristas y lineales con que se agita tradicionalmente y
sustituirlas por otras que le permitan desovar su notable carga metafísica,
transparentar sus misterios y su nueva sangre que vendríamos a ser nosotros.
Intentamos llevar el grotesco a una dinámica poetizante, cruzarlo con otros
niveles de producción que veníamos investigando.
–Con los textos de Marusa Di Giorgio en boca de Muñeca, el
personaje alcanza una potencia que no tiene en el original, en el que no se
sabe si es tonta o a qué juega. Con esos textos, sexualmente animales,
primarios, aparece su discurso interior. ¿La construcción de sus
desplazamientos y silencios, como un robot humanoide, busca deconstruir el juego
exterior/ interior?
–Tomamos textos
de Marosa Di Giorgio para que Muñeca tenga una voz propia que dé cuenta de su
carácter sobrenatural y poético, cosa que en la obra original no sucede pues es
situada en el lugar de la víctima por un entorno misógino. Muñeca es un
personaje muy misterioso, el punto y encaje de la tragedia; condensa muchas
asociaciones y desata las fuerzas dormidas o latentes en ese mundo de hombres.
Creo que en su nombre residen las claves de su enigma: Muñeca. Es un mecanismo,
una especie de construcción artificial, mitad humana mitad inhumana. Los textos
de Marosa nos permiten a su vez dar cuenta de su pertenencia a una zona salvaje
e inapresable de la naturaleza femenina, ella es de la tierra, “soy la lengua
de las rosas, no entiendo esta piel con que me cubren para deshabitarme, no
comprendo esta máscara que anuncia que no estoy”, dice en un pasaje.
–¿Cuánto tiempo estuvieron trabajando en esta puesta?, porque no
tiene fisuras, ni en la actuación ni en la reescritura del original.
–Trabajamos
durante dos años. El primer año en el marco de una varieté metafísica que
hacíamos en mi estudio probamos algunas escenas sueltas, ahí nos dimos cuenta
de que estábamos ante un material muy potente. El segundo año fue de
experimentación y montaje. Fue arduo y placentero.
Poder y sexo: Tal vez viejas
costumbres criollas
Porque
Armando Discépolo era capaz de ver el futuro, o porque los argentinos solemos
repetirnos, esta versión de Muñeca,
trasladada a la crisis del gobierno irigoyenista, represión y partidos con
destino elástico, al espectador actual lo remite a las últimas noticias de la
arena política. Pero, al mismo tiempo, como si lo pusiera el violoncelo que
sostiene en vivo la música incidental de la puesta, el juego de decadencia es
atravesado por un mito tan eterno que parece infantil, el de la bella y la
bestia. Como dice Pompeyo Audivert en la entrevista, quién no se ha visto feo
en el espejo.
Y
allí, en el espejo más brutal, el de lo que convencionalmente suele llamarse
amor, se juegan los factores básicos de la animalidad humana: hambre y sexo. Y
las dos cosas, sumándose y alternándose, trenzándose, construyen una tercera:
el poder. Por eso el poder es afrodisíaco. Por eso el poder concentra parásitos
en torno, como bichos voladores las luces en la noche. Al fin, de eso trata Muñeca.