Tal
vez algún Sancho tendría que decir que la Real Academia Española no es un
gigante, sino un molino de viento.
Leo
la protesta de Teresa San Segundo, directora del Centro de Estudios de Génerode la UNED, sobre la inclinación de la balanza que hace la RAE con los términos“masculino” y femenino”, el primero asociado con lo fuerte y enérgico y el
segundo con lo débil, y me pregunto si no es hora de tomar medidas más
enérgicas, como ignorar totalmente la existencia de una institución
reaccionaria, que cree posible ponerle puertas al viento. Una institución que
se mira el ombligo en el espejo y se ve dueña de un idioma.
San
Segundo, con un criterio inapelable, señala que el lenguaje “es la forma
de expresión de una comunidad, pero además, configura el pensamiento”, y “lo
que no se nombra, no existe”. Con lo que devuelve a la palabra a su origen
primero, cuando la humanidad comenzó a poner nombre a las cosas, las ansias o
los temores, para de alguna manera hacerse con su dominio.
¿Con qué criterio homologa la RAE las palabras que surgen en el habla
espontáneamente? ¿O sólo (con o sin acento) se trata de una manera de
imperialismo tardío que roza en lo ridículo?
Creo que centrarnos en la ortografía y su tratamiento puede arrojar un poco
de luz sobre este asunto, porque se sigue insistiendo en que para la ortografía
hay reglas, y excepciones.
Es un principio básico de las ciencias que si hay excepciones no hay regla
general. La regla no admite excepciones. Dicho de otra manera: las llamadas
excepciones son la confirmación de la no existencia de una regla válida.
¿Qué nos queda entonces? La subjetividad de los señores o señoras de la
academia y sus togas, tan apolilladas como sus cabezas, que convierten en
“reglas” sus caprichos.
Sí, es cierto, me caen como una patada en los huevos, por Real y por
Academia, y lo reconozco. Pretender unificar y reglar una lengua que hablan
millones de personas y que, solo en Latinoamérica, tiene miles de variantes,
todas, para mí, igualmente válidas, es un gesto de soberbia inadmisible.
Y si puedo disentir en algo con las mujeres que cuestionan el sexismo de
las definiciones del diccionario de la RAE, es en el reconocimiento de hecho de
una autoridad en el idioma.
Digo, como en el caso de las monarquías, que los reyes no pueden existir si
antes muchos no se asumen como súbditos, como vasallos. Sin vasallos no hay
reyes que valgan, aparte de los de la baraja y el ajedrez.
La RAE no es un gigante, es un molino de viento.
Muy bueno el comentario. Nunca me cayó bien la RAE, y creo que por las mismas causas que vos. Un abrazo lejano en tiempo y espacio.
ResponderBorrarMe encantó!!! re clarito... tal cual!!! Gracias!!!
ResponderBorrarGracias por tu opinión. A veces uno se cansa de tanto fantasmón...
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