“Cuando te
mueras te vamos a hacer un ataúd redondo, para llevarte al cementerio rodando y
a patadas”.
El dicho, que
expresa mucho, mucho odio, parece haberse vuelto real con la búsqueda de un
cacho de tierra para enterrar a Erich Priebke, criminal de guerra protagonista
en la masacre de las Fosas Ardeatinas.
Ya lo conté un
par de veces, pero no me canso de contarlo, especialmente en Alemania.
El primer acto
sucedió en Italia, cuando la resistencia emboscó y mató a 33 soldados nazis, en
marzo del 44. Hitler se cabreó y ordenó un “10 por 1” como represalia.
Priebke, capitán
de las SS recolectó presos, judíos, lo que había a mano y –claro, no lo hizo
solo- arreó el grupo hasta las cavernas conocidas como Fosas Ardeatinas.
El mal chiste es
que tenían orden de cepillarse a 330, pero habían llevado a 335. ¿Qué hacer con
los cinco que sobraban, y cuáles de todos eran?
Este tremendo
drama de conciencia le confesó el propio Priebke, ciudadano destacado de
Bariloche, Argentina, al periodista Esteban Bach.
Priebke decía
que los culpables eran los guerrilleros, que si no se cargaban a 33 no lo
ponían ante ese dilema. Dilema que resolvieron matando a los 335, y
arrojando sus cadáveres a las cuevas.
La fundación de
Simón Wiesenthal, detectó al tipo contando batallitas y le inició juicio; que
terminó con la extradición a Italia y una condena. Ese fue el segundo acto.
Un segundo acto
en el que un subordinado, llamado a declarar por la defensa de Erich Priebke lo
justificó, porque no podía hacer oídos sordos a una orden de Hitler, pero… acá
viene lo bueno: no justificaba que hubiera matado a los 5 que sobraban, porque
para eso no tenía una orden.
En una charla en
el Sindicato del Metal de Frankfurt, me preguntaron por qué yo había dicho en
una entrevista que somos capaces de matar a nuestra madre si la orden viene
convenientemente sellada. Y yo conté de Priebke y su sargento. La orden de
asesinar a 330 era legal y no los convertía en asesinos. Los otros 5, muertos
sin sello burocrático, no eran admisibles.
Me temo que no
hay que ser nazi, ni siquiera alemán, para que alguien mate a su madre, si le
llega una orden con el sello correspondiente, que lo libera de la
responsabilidad individual. Es parte de un retorcimiento perverso de la mente
humana sometida al imperio del orden social.
Y bueno, tercer
acto, o la historia del ataúd redondo, o el último paseo.
Hace poco murió
Erich Priebke. Y un montón de ciudades italianas se opusieron a que lo enterraran en su cementerio. Con lo que el “jonca” del susodicho paseó de acá
para allá, buscando tierra. No lo llevaban a patadas, lo trasladaban en un
furgón policial, pero eso es lo de menos.
Al fin, lo
enterraron por ahí, en el fondo de un cementerio, escondido y sin
identificación.
Pobre, la
ultraderecha italiana y católica se quedó sin el héroe, a quien querían
homenajear.
¿Y todo porque
mató a 5 para los que no tenía una orden, o algo así?.
Qué injusticia.
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