Ayer se cumplieron 30 años de la vuelta a la
democracia en Argentina.
Ayer
por la tarde y tarde por la noche, cientos de miles ocuparon la Plaza de Mayo
para ver a los artistas que se convocaron en el escenario levantado ante la
Casa Rosada. Si quieren saber quién no estuvo, que es más fácil, indaguen en
internet.
Pero
hay una deuda. Para que mis amigos no me enrostren que sólo cuento sólo las
ganadas, la gran perdida: el control de la policía.
En
30 años de democracia no se ha podido civilizar a las fuerzas policiales que,
en estos mismos días, para exigir aumentos de sueldos usan la extorsión: Se
encierran, se auto acuartelan, y dejan la calle libre para los ladrones.
Ladrones que, en gran parte de los casos, sino en la mayoría, roban para la
policía.
La
respuesta inmediata, que puede conducir a cualquier desastre, es que los
comerciantes se arman, los civiles se agrupan en piquetes de autodefensa, y
terminan cagando a patadas o a tiros a cualquier boludo que resulte sospechoso
por “portación” de cara.
Nunca
en estos 30 años se ha podido controlar a esas mafias que se fortalecieron
durante de última dictadura y nunca más abandonaron su poder.
Y
eso que se lo intentó, tanto desde la derecha como de la izquierda. Para
fracasar siempre; porque la corporación resiste.
Tal
vez la solución sería la del Khmer Rouge, reeducar a miles, decenas de miles de
policías en una larga marcha hacia la nada. Claro, este tipo de solución no
sólo repugna por genocida y tiránica, también tenemos claro que si hay lugar
para una marcha así, ellos serán los Khmer Rouge, y nosotros los que marchemos.
O
sea… hay una gran deuda, un problema grave, que nadie sabe cómo resolver.
Dicho
esto, las ganadas (suplemento especial para españoles y varios países
latinoamericanos):
-Con
el primer gobierno democrático, aún los militares genocidas con mucho poder, se
enjuició a las cabezas de la dictadura militar y se las condenó de por vida.
-Los
que se salvaron del juicio, los mandos intermedios y los torturadores de “base”
estaban a cubierto por las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, que
impusieron las fuerzas comprometidas en la represión, pero…
-Los
argentinos siguieron jodiendo, poniendo en evidencia ante el mundo a los
torturadores, con sus “escraches”, con sus manifestaciones ante la casa donde
vivían. (Ya sabemos que a reciclados como Felipe González los escraches les
parecen violencia pura.) Para todos estaba claro el ejemplo de abuelas y madres
de Plaza de Mayo, que siguieron
adelante, sin negociar. Si no se los podía juzgar, al menos que no gozaran de
la impunidad absoluta.
-En
los 80 la presión de abajo, popular, consiguió llevar a estos injuzgables ante
la justicia, como “testigos”. Digame, señor X ¿qué sabe usted de Fulano de Tal
que fue secuestrado y torturado hasta la muerte en el campo de concentración
donde usted trabajaba? Y no me diga que no sabe nada, porque hay en la sala 30
sobrevivientes de ese campo que lo reconocen como uno de sus torturadores, y
torturador de Fulano de Tal…
No
podían ser condenados, eran “testigos”, pero pasaban de ser el bueno de mi tío,
o el vecino del perrito, a ser ese hijo de mil putas, con foto y nombre en los
diarios.
-Pero
no era suficiente. Con la llegada al gobierno de Néstor Kirchner la cosa, que
ya estaba madura, fructificó. Se anularon las dos leyes que impedían enjuiciar
a los genocidas, y ahí van desfilando. De a uno o en grupo.
A
los hijos de puta que fueron parte de las torturas, vejaciones, desapariciones
y asesinatos de 15 presos y 15 familiares de la cárcel de La Plata, por
ejemplo, los alcanzó la justicia 32 años después de que comenzáramos a
denunciarlos -aún en sus manos y entre sus rejas- con varias cadenas perpetuas.
Y la obligación, esto no está en los papeles pero es parte de la condena, de
justificar su vida de mierda delante de sus hijos, nietos, amigos y vecinos.
-¿Algo
más? Sí. La tétrica Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) y otros sitios
donde se torturó, violó y hasta asesinó a niños, son centros de la memoria.
Están allí para recordar los nombres de los torturados desaparecidos, y también
los nombres de sus torturadores.
-¿Ya
está? Pues no. Hubo muchos civiles comprometidos con los genocidas. Desde los
jueces que enterraban en sus cajones las denuncias por desaparición y torturas,
para después, algún fin de semana, comerse un asadito con los genocidas, no
pocas veces en un campo de concentración clandestino, hasta los escribanos
(notarios) que atestiguaron y registraron ventas falsas, de gente que sacaban
de la tortura para que firmara y luego la mataban. Ellos sabían de dónde
llegaban esos hombres y esas mujeres con la cara descompuesta por el terror,
entregadas a la muerte. A esos ahora les comienza a temblar el culo, y con
razón.
No
quiero seguir contando ganadas, para que nadie –pienso en algunos conocidos que
tengo por ahí- termine pegándose un tiro en el paladar por no haber hecho nada
ni siquiera parecido. Bueno, lo del tiro es, en el fondo, un deseo irrealizable
mío. Si se sienten heridos, esos conocidos, se llenarán de alcohol y cocaína o
hachís, para olvidarse del problema y ya está. O sea, lo que han hecho en sus
años de democracia.
El
primer presidente de la democracia, Raúl Alfonsín, se equivocó cuando dijo que
“la democracia” es todo. La democracia es nada, sin no hay huevos para
defenderla.
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