Esta frase de Sampedro me llevó a
recordar una escena de “Terror y miseria del Tercer Reich”, de Bertolt Brecht,
que citaré de memoria. La escena remite a un personaje llamado Robert Ley, que
sirvió a Hitler creando el Frente de Trabajo Alemán (DAF) y la “Fuerza de la Alegría” -además del
sindicato vertical- que contaban con muchos trabajadores voluntarios.
La cosa sería más o menos así:
El doctor Ley se encuentra con un
empresario que le pregunta cómo ha logrado que los trabajadores acepten
voluntariamente lo que antes hubieran resistido con todas sus fuerzas.
Ley sonríe y le propone que le de
comer rábano picante –un equivalente en ardor a las guindillas o el ají
picante- a un gato manso que, a unos pasos, toma el sol.
El empresario agarra al gato y trata
de que se coma la pasta de rábano. Y el gato, que no es ningún boludo, la
escupe y lo llena de arañazos.
-Ese no es el método- le dice el
doctor Ley- Vea cómo lo hago.
Agarra al gato y le emplasta el culo
con rábano picante. Entonces el gato, que sigue sin ser un boludo, como se le
quema el culo, hace lo único que puede, se lo lame y traga hasta que el culo le
queda limpio.
-¿Ve? –dice el doctor Ley- ¿Ve cómo
se lo come? ¡Y voluntariamente!
El gato no ha cambiado, ha cambiado
el método. Tengo para mí que cuando se instala el miedo, a la muerte o a la
pérdida de lo poco que se tiene, lo que suele venir luego permite casi
cualquier cosa. Tal vez esa sea una razón por la que el pueblo de Israel, por
ejemplo, calla ante la masacre de Gaza, o los pueblos de muchas naciones aceptan
que les recorten la salud, la educación y sus derechos laborales.
La cuestión entonces no es ser más o
menos boludo, sino el miedo, donde te colocan el picante.
Esta es una frase de Robert Ley: “Sobre
esta tierra yo creo únicamente en Adolf Hitler. Creo en un Supremo Dios que me
creó y que me guía y creo firmemente que este Supremo Dios nos envió a Adolf
Hitler”.
Al menos tenía la franqueza de poner las cartas sobre la mesa
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