Por estos días una fecha más o
menos redonda nos trae a la memoria a un intelectual combativo, de trinchera,
como fue Arturo Jauretche, de quién se puede decir como sus "viudas" decían de
Gardel, que cada día escribe mejor. Pero no quiero hacer una recordación con
cenotafio incluido, sino compartir el momento en que Jauretche se me hizo
internacional. Eso sucedió en Macomer, Cerdeña, Italia, hace cuatro o cinco años.
Comenzaba la crisis económica en
Europa y Lorenzo Ribaldi, de La Nuova
Frontiera decidió publicar la que era mi reciente novela en
España, “La última caravana”. Un grotesco que compacta en año y medio el
desastre neoliberal del menemismo y el quiebre simbolizado por “el corralito”
con el gobierno delarruista. En Italia su título fue “L'
ultima carovana della Patagonia”.
Aún
faltaba un par de años para que el término “corralito” se instalara en el
vocabulario italiano y español, cuando me invitaron a una feria del libro en
Macomer, una ciudad del norte de Cerdeña. Y ahora viene Jauretche.
Terminaba
una entrevista con un medio local cuando se acercó un hombre de mediana edad con
un pibe de tal vez diez años. Traía en la mano “L' ultima
carovana della Patagonia”, como suele suceder, para que el autor se lo firme. Pero
fue más que eso.
Con
esa enjundia tan italiana que uno liga con Alberto Sordi, Vittorio Gassman o
Ugo Tognazzi, el hombre me aclaró que había viajado 450 kilómetros para
que su hijo me conociera, porque ¡a Cerdeña no viene García Márquez, pero viene
“Aryemi”!
De
golpe, como suele sucedernos en Italia, me encontraba en medio de una comedia “tana”
en la que la desmesura es la regla. Y parte de la desmesura era que el hombre tenía
subrayada media novela, y me colocaba en una categoría compartida con semidioses,
genios y gurues, porque había narrado lo que era el presente y el futuro de
Italia: ¡¡El corralito!! (Con acento italo/sardo suena muy dramático.)
Pero
lo que me dejó dado vuelta es que sacó de su faltriquera un cuaderno, y me
mostró lo que había encontrado y copiado de Internet. Un párrafo donde Arturo
Jauretche, hace una ponchada de años, había pronosticado el futuro que le
esperaba a Argentina a manos del capitalismo. Un desastre que se había
cumplido.
-¡Era
muy grande este hombre! (traduzco) ¡Igual que en Italia, igual que en Italia! ¡Muy
grande Jauretche!
De
golpe descubría que Arturo Jauretche seguía dando guerra y que su trinchera no
tenía fronteras.
En
esa feria el corralito grotesco de “L' ultima carovana della
Patagonia” se vendió muy bien. Los italianos lo querían leer para adelantarse
el futuro que les esperaba a la vuelta de la esquina.
Esa
noche, compartiendo un vino con Lorenzo Ribaldi, me plantee más o menos
seriamente si no me convenía más ser gurú que escritor. Creo que siempre me voy
a arrepentir de no haber cambiado de oficio.