viernes, 30 de enero de 2015

In Flanders fields


In Flanders fields

"In Flanders fields the poppies blow
between the crosses, row on row,
that mark our place; and in the sky
the larks, still bravely singing, fly
scarce heard amid the guns bellow.

We are the Dead. Short days ago
we live, felt dawn, saw sunset glow,
loved and were loved, and now we lie
in Flanders fields.

Take up our quarrel with the foe:
to you from failing hands we throw
the torch; be yours to hold it high.
If ye break faith with us who die
we shall not sleep, though poppies grow
in Flanders fields."


"En los campos de Flandes
crecen las amapolas.
Fila tras fila
entre las cruces que señalan nuestras tumbas.
Y en el cielo aún vuela y canta la valiente alondra,
escasamente oída por el ruido de los cañones.

Somos los muertos.
Hace pocos días vivíamos,
cantábamos, amábamos y eramos amados.
Ahora yacemos en los campos de Flandes.
Contra el enemigo continuad nuestra lucha,
tomad la antorcha que os arrojan nuestras manos agotadas.

Mantenerla en alto.
Si faltáis a la fe de nosotros muertos,
jamás descansaremos,
aunque florezcan
en los campos de Flandes,
las amapolas."


John McCrae

viernes, 23 de enero de 2015

¿Todos los fuegos al fuego?


La casa en llamas
(Parábola del Buda)
Bertolt Brecht

Gautama, el Buda, enseñaba
la doctrina de la rueda de los deseos, a la que estamos uncidos, y nos recomendaba
renunciar a cualquier apetencia para así, ya sin pasiones,
hundirnos en la Nada, que él llamaba Nirvana.
Un día sus discípulos le preguntaron:
—¿Cómo es esa Nada, maestro? Todos quisiéramos
liberarnos de nuestras ansias, según recomiendas, mas dinos
si esa Nada en la que entraríamos es comparable
a la unión con todo lo creado cuando al mediodía
yacemos en el agua sin sentir el peso
del cuerpo, indolentes, casi sin pensamientos. O cuando
en el lecho, apenas conscientes, tiramos de la sábana
segundos antes de hundirnos en el sueño; dinos
si esa Nada de que hablas es una Nada radiante y buena o si es
una simple Nada; fría, vacía y sin sentido—.
Guardó silencio el Buda largo rato; después,
con indiferencia, dijo:
—Ninguna respuesta hay para vuestra pregunta—.
Mas aquella misma noche, cuando se hubieron ido, a quienes
hasta aquel momento no habían abierto la boca, refirió el Buda,
sentado todavía bajo el árbol del pan, la siguiente parábola:
—Vi no hace mucho una casa que ardía. Las llamas
devoraban el tejado. Al acercarme advertí
que en su interior quedaba aún gente. Fui
a la puerta y les grité que el fuego llegaba ya al tejado y que debían
por tanto salir inmediatamente. Mas allí nadie
parecía tener prisa. Uno me preguntó,
mientras le chamuscaba el fuego las dos cejas,
qué tal tiempo hacía fuera, si llovía,
si hacía viento, si existía otra casa
y cosas por el estilo. Sin responder,
salí de nuevo. Estos, pensé, se abrasarán mas
seguirán preguntando. En verdad, amigos,
a quienes el suelo que pisan, la planta de los pies no queme tanto
que sientan deseos de cambiarlo por otro cualquiera,
nada tengo que decirles—. Así habló Gautama, el Buda.
Pero también nosotros, que no cultivamos ya el arte de la tolerancia,
que cultivamos más bien el arte de la intolerancia, nosotros,
que con consejos de índole terrena incitamos al hombre a liberarse de sus verdugos humanos,
a quienes viendo acercarse las escuadrillas de bombarderos del capitalismo siguen preguntándonos
cómo concebimos esto, cómo nos imaginamos aquello,
y qué será de su hucha y de su pantalón de los domingos después de una revolución, a esos, poco creemos tener que decirles.

martes, 20 de enero de 2015

Pávlov en Plaza de Mayo




Nos juntamos, en la mañana del martes, para ver el sumario tentativo del Miradas al Sur siguiente. La muerte, con un tiro en la cabeza, del fiscal Alberto Nisman, descubierta en la noche del domingo al lunes, en un exclusivo piso del exclusivo Puerto Madero, de Buenos Aires, marcaba la agenda. El hombre había cargado en los días previos contra la presidenta y un variopinto grupo de políticos, atribuyéndoles complicidad para tapar la pista iraní en el atentado a la AMIA, la mutual judía de Buenos Aires. Tenía que presentar las pruebas ante el Congreso, pero no pudo ser, la muerte le impidió ir a la cita.
Como era de esperar, el lunes, con la investigación en pañales, una parte de la oposición salió a decir que lo había matado el gobierno, cuando si alguien tiene mucho que perder con esta historia es el gobierno. Pero, ya se sabe, los petardistas de la política no tienen límites, estén en el gobierno o en la contra. Y no sigo, porque esta ¿nota? para mi blog tiene otro tema.
Un tema que me empezó a rondar cuando, en la reunión, alguien dijo, o creí entender, que sólo faltaba que salieran en manifestación con carteles “Yo soy Nisman”. Me reí. Más, pensando en que, especialmente los “progres”, son como el perro de Pávlov, que al escuchar un timbre babeaba y sentía hambre porque generaba jugos gástricos, algunos, repito, tienen reflejos condicionados muy previsibles. Por supuesto, no dije esto, dije: la cosecha de boludos nunca se acaba.
Lo que no sabía, porque me tocaba Latinoamérica y mi cabeza estaba por Honduras y Guatemala, y no entendí en ese momento, era que el “Yo soy Nisman”, ya había sucedido, en Plaza de Mayo, la tarde del lunes. Por una llamada en las redes, grupos de opositores a la actual administración se juntaron con los bonitos carteles, insultaron al gobierno y hasta cantaron el Himno Nacional.
Entonces a lo que voy. Como el perro de Pávlov, la progresía siempre responde como se espera de ella si uno sabe qué botón apretar. Si se aprieta este botón dirán yo soy Nisman, yo soy Charlie. Si se aprieta el otro botón, cantan el Himno, o la Marsellesa. Si se aprieta aquel otro proclaman “Podemos”, o Mahoma es una mierda, o lo que esté su programación masificada. Y eso no quiere decir que es lo que piensen, aunque la mayor aspiración de la libertad es pensar por cuenta propia, aún a riesgo de equivocarse. Actúan por reflejo y si alguien aprieta el botón adecuado cantarán loas al gobierno, o cantarán la marcha peronista, o la Internacional… en fin.
Cuando el 18 de julio de 1994 alguien, aún por identificar, hizo estallar un vehículo con explosivos ante la AMIA, mutual en la que no había militares, ni funcionarios, ni espías, como seguramente sí los había en la embajada de Israel en Buenos Aires que volaron el 17 de marzo de 1992, corrió una voz que hice mía: “Todos somos judíos”.
Porque los judíos y no judíos asesinados en la AMIA, 85 muertos y 300 heridos, eran nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestras parejas. Eran nuestros, por eso el “Todos somos judíos”.
Ahora algo ha cambiado tal vez de fondo, porque a la boludez programada y pavloviana se suma una diferencia, que dejo a los filólogos, o algo parecido. Ante aquel atentado TODOS fuimos judíos. Ante lo de Francia y la muerte de Nisman, YO soy Charlie, YO soy Nisman. Se ha cambiado el todos por el yo.
Supongo que porque soy un atravesado, soy el único rayado que se fija en esas boludeces. Pero, como me fijo, y me pone los huevos al plato la actuación por reflejo pavloviano, digo: ¿Qué carajo me importa tu YO? ¿Desde cuándo tiene YO un humano pavloviano?
Lo dicho: la cosecha de “predecibles” nunca se acaba.

lunes, 19 de enero de 2015

Revoluciones y contras, color de ron

La historia de la popular bebida que une al fundador catalán Facundo Bacardí con algunos aspectos ocultos de la historia revolucionaria de la isla rebelde. De aquel pionero a la vuelta a Cuba luego del acuerdo con los EE.UU.
Facundo Bacardí I
Facundo Bacardí III

Bacardí y el bloqueo a Cuba
En 1862, el inmigrante catalán don Facundo Bacardí Massó, fundó en Santiago de Cuba la destilería de ron más famosa del mundo, que en 1960 fue intervenida por la naciente revolución de Fidel Castro, razón que motivó su traslado a Puerto Rico. Pero, a la luz del reciente acercamiento entre La Habana y Washington, el heredero del emporio que produce el ron Bacardí ha dicho que quiere regresar a Cuba, ahora que parece estar cambiando de rumbo. “Cuba pasó de una postura de línea dura, bajo Fidel, a Raúl Castro, que está dando pasos de bebé”, así de tajante ha sido Facundo Bacardí III, en unas declaraciones que, una vez más, han tenido un fuerte impacto en la comunidad exiliada cubana del sur de Florida. Probablemente alguno recordó que la empresa Bacardí fue un motor importante en las políticas anticastristas, participando, incluso, en la redacción de la ley Helms-Burton, en que se basó el bloqueo económico. Más aún, Pepín Bosch, máximo directivo de la multinacional en los años ’60, organizó el bombardeo de las refinerías de petróleo de Cuba, acción que no se concretó porque los delataron, y en el diario The New York Times apareció la foto del bombardero B-26, sobrante de la Segunda Guerra.
Entre el primer Facundo y el tercero hay una larga historia de inmigración, alcoholes, revoluciones y contrarrevoluciones, en que se mezclan Cuba y Cataluña como una misma cosa. Una saga que comienza antes, en 1791, cuando la rebelión de los esclavos en Haití que trajo la destrucción de los ingenios azucareros. Cuba, que entonces contaba con 300.000 habitantes, se convirtió en el monopolio de las exportaciones de azúcar hacia Europa, y algo más, porque para 1860 había más de 1.000 destilerías en la isla. Sólo que el ron era una bebida áspera, fuerte, reservada a los piratas del Caribe y los esclavos. Los cubanos de mayor linaje preferían el vino, que llegaba en galeones desde España, y con los calores del trópico y el bamboleo del Atlántico solía transformarse en vinagre. De aquel tiempo, seguramente, ha sobrevivido un trago popular en Cataluña, el ron quemado. Importa poco la calidad del mismo, porque se le agrega azúcar, un puñado de granos de café y se lo prende fuego, con lo que si es poco civilizado casi no se nota.
Bebida de pobres. Sería la Guerra de la Independencia, en 1895, el punto de viraje para que esta bebida cambiara de linaje. Las tropas españolas enviadas a sofocar el alzamiento compartían con la casta hispano criolla el origen, pero no sus vinos, porque eran tan pobres como los más pobres de los cubanos y, como ellos, cataban el ron barato, tosco y grueso, que raspaba la garganta y que invadía las tabernas y los puertos. El vino se había vuelto caro y lejano, y hasta la oligarquía cubana volvió su mirada hacia el ron, reparando en que no todo era áspero: estaba el que producía Facundo Bacardí, que había ganado la Medalla de Oro en la Exposición Universal de Filadelfia de 1876.
¿Quién era el primer Facundo Bacardí? Como muchos catalanes había puestos sus miras en Cuba, hacia la que se embarcó desde su ciudad natal, Sitges, a los quince años, para hacer fortuna. Seguramente llevaba como consigna un axioma con el que se definen sus paisanos: Els catalans de les pedres fan pans (Los catalanes de las piedras hacen pan.) Fueron muchas las fortunas que se hicieron en la isla lagarto verde, y los enriquecidos, cuando volvieron a sus orígenes, se construyeron mansiones barrocas, alejadas de la sobriedad local, justificando el apelativo de “indianos”. Pero en ese cruce del mar ida y vuelta la inevitable nostalgia parió música, las habaneras, cuya melodía fue una de las vertientes del tango. Aparte de eso, su contracción al trabajo, y el hecho de que por lo general ocupaban puestos modestos, en el rango más bajo de la sociedad blanca, se vio reflejada en el folklore popular de los negros: “Ay madre, quién fuera blanco, aunque fuese catalán”.
Volviendo al principio, en 1862 Facundo Bacardí fundó en Santiago de Cuba su destilería, sobre alambiques y trapiches de una destilería que se cerraba. No conforme con el ron habitual, de poco valor, trabajó en busca de suavizar su sabor y aumentar su calidad. La leyenda afirma que hubo un secreto en el principio, pero de todos los rones se dice lo mismo, y tal vez su mejoramiento se deba a que se lo añejó en toneles de madera varios años. Parece que los Bacardí se inclinaron por la crianza en barriles que antes habían curado whisky. Otras bodegas, como es el caso de la que produce en Canarias el buen ron Arehucas, optan por curar en barricas que antes criaron coñac en Francia.
El amigo de Martí. En ese proceso de refinamiento del aguardiente de caña, el primer Facundo ganaría años más tarde la Medalla de Oro y dejaría en manos de su hijo la continuidad ronera. Entonces ocurrió la primera revolución, porque el heredero, Emilio Bacardí, conoció a José Martí en Nueva York en 1892 y se sumaría a la Guerra de la Independencia de Cuba, llegando a ser el primer alcalde de Santiago post colonial. Probablemente, como catalán, no veía mal hacer la guerra contra España.
Pero no sólo el apellido Bacardí está ligado al ron antillano, hubo otros catalanes en su salto de calidad. Emigrado de Santiago de Cuba, Andrés Brugal Montaner refinó el muy conocido ron Brugal, desde República Dominicana, y Julián Barceló llegó a fundar en la ciudad de Santo Domingo, Barceló y Compañía. Brugal y Barceló, con Bacardí, son tres de los rones más apreciados. Del otro lado del mar, en Gelida, ciudad catalana, se produce el muy conocido de los argentinos ron Negrita.
Para llegar al último, por ahora, Facundo Bacardí III, hay que repasar lo que sucede ahora con el acercamiento y eventual desarme del bloqueo, porque como narra el colombiano Hernando Calvo Ospina en su Ron Bacardí: la guerra oculta, “valiéndose de su poder económico y de sus contactos en las altas instancias políticas, (Bacardí) prácticamente redactó y acomodó a sus necesidades una ley estadounidense. La Helms-Burton, como se le conoce, no sólo atenta contra la soberanía de Cuba y la sobrevivencia de sus ciudadanos, sino que está aportando a la locura en que se desliza peligrosamente el sistema comercial capitalista, en sus ansias de derribar la mínima barrera de control”. Porque, en los años ’90, el ron Bacardí encontró un duro competidor por el mercado mundial, el ron cubano Havana Club, perteneciente a un consorcio del Estado cubano y la multinacional francesa Pernod-Ricard, y pugnó por quedárselo.
El anteúltimo acto de esa pelea –porque el último está por verse– fue que, ampliando la Ley Helms-Burton, se estableció que los Estados Unidos no pueden reconocer ningún derecho a marca o patente de ninguna empresa extranjera, que tenga conexión cualquiera con propiedades de algún ciudadano estadounidense, que haya sido nacionalizada, sin indemnización, por el gobierno revolucionario de Cuba. Con lo que Bacardí pudo comercializar un falso Havana Club, no cubano.
Tal vez ahora, que parecen abrirse otras puertas y a Bacardí, que tiene muchos intereses y marcas en juego, se le abren nuevas oportunidades en el Caribe, cambien las cosas y la larga guerra entre los originales indianos y el castrismo se cierre con un brindis entre Raúl Castro y Facundo Bacardí III.

Publicado en Miradas al Sur:

Sendra y Matías

Está exponiendo su muestra “Vacaciones con Matías” en el Museo del Humor de la Costanera Sur. Y desde allí, habló de su origen, de la cercanía entre personajes de otros autores y de la masacre ocurrida en Charlie Hebdo.



Fernando Sendra, o simplemente Sendra, es el padre de Matías, un personajito de papel dibujado que resume, como la mejor enciclopedia posible, el ser o no ser de los argentinos o, para ser más precisos, de los porteños en este siglo XXI que corre. Con motivo de la muestra “Vacaciones con Matías”, que se puede visitar hasta los primeros días de marzo en el Museo del Humor, en la Costanera Sur, donde alguna vez estuvo la mítica cervecería Munich, Miradas al Sur dialogó con el creador.
–¿Cómo surge, desde dónde, este pequeño Matías, con sus amigos y sus reflexiones?
–Hay personajes que son creaciones de uno y otros que emergen por sí mismos, por su propia fuerza. Matías asomó como un secundario en “Prudencio”, una historieta donde el protagonista era un guapo, y terminó quedándose con la tira.
–Como en el caso de Clemente y Bartolo.
–Y como en el de Patoruzú. Al principio, el protagonista era Isidoro, en la tira “Julián del Montepío”. Apareció Patoruzú e Isidoro se convirtió en su acompañante. No es nuevo ese proceso, también pasó con otra historietas famosas en otras partes del mundo. Es el caso de Dagwood, de la historieta que en Argentina se conoció como “Lorenzo y Pepita”. La familia de Lorenzo (Dagwood) era millonaria, dueña de ferrocarriles, cuando aparece Pepita, que se llamaba Blondie, con la intención de cazar al padre de Lorenzo. Pero se enamoran y la familia decide que si siguen adelante desheredan a Lorenzo. Estos se casan, los desheredan y pasan a tener los problemas económicos no sólo de la clase media, sino de la crisis del ’30. Con lo que hacen un cambio y una evolución notable. El caso de “Trifón y Sisebuta” es similar. La millonaria es ella, y él un casi mendigo que se convierte en otra cosa, y mantiene amigos desastrados. En mi caso no fue tampoco casual. Tiene que ver que en esa época tenía cuatro hijos pequeños, y como trabajo en casa, los tenía todo el día alrededor. Los materiales de trabajo de un dibujante son justo los que les gusta a los pibes para jugar, como los lápices de colores. Empecé a pensar en cómo pensaban y qué veían, pero, los pibes solos no me terminaban de convencer. En realidad, lo que yo necesitaba era su relación con los grandes, entonces apareció la madre de Matías, para que la tira fuera realidad. De alguna manera la madre soy yo, porque al fin lo que se produce entre Matías y la madre es algo semejante al diálogo que sostengo yo, Sendra pibe, con yo Sendra adulto.
–Resulta curioso que muchas veces los adultos se olvidan del pibe que fueron. Por ejemplo, de que estaban atentos a todo, y que lo que no sabían lo adivinaban. Y entonces repiten, sin recordarlo, lo que escucharon de otros cuando eran chicos: “hablá tranquilo, que los pibes no entienden”. Y los pibes por ahí, poniendo cara de “no entiendo” y parando la oreja.
–Por eso yo estoy en las dos partes del diálogo, porque los chicos son personas en una etapa especial, pero son personas que piensan. Siempre digo que no soy chico ni soy viejo: estoy chico o estoy viejo. Son distintas etapas, con distinta experiencia acumulada, pero en las dos hay deseos y voluntades.
–Pienso en la madre de Matías, que nunca se ve de cuerpo entero, porque la narración es a la altura de la mirada del pibe, y se me ocurre que es pariente de las mujeres de Maitena y de los personajes femeninos de Betibú, la novela de Claudia Piñeiro. En sus diálogos y en la forma que encara las situaciones de su diario vivir, son una radiografía de mujeres de un sector social, muy actualizadas. Mujeres independientes, que quieren gustar y que se preocupan por su aspecto físico, a veces hasta la obsesión.
–Uno de los problemas que tuve que enfrentar cuando empecé a trabajar a la madre fue que tenía que pensar como una mujer, pero una mujer de este tiempo. Antes, las madres de las tiras eran amas de casa, dedicadas a sus hijos, yo diría madres “tangueras” porque son las que nos cuentan los tangos. Pero las mujeres han cambiado. Cuando uno era chicos usaban medias con costura, después fueron sin costura, después fueron de red, más tarde negras y siguieron cambiando hasta hoy, que son de cualquier manera, como les guste a cada una. Con lo que aquello que parecía una figura estable, sin cambios, pasó a ser inestable, con cambios. Para decirlo mejor, lo último que cambió fue la historieta, primero cambiaron ellas y luego aparecieron los personajes que las representan, ya lejos de los estereotipos de otros tiempos. Porque los cambios en la realidad fueron graduales y se dieron en todos los aspectos. Por ejemplo, en el siglo XX el psicoanális y el surrealismo incorporaron cierta calidad de lo onírico, pero con un supuesto racional. Después fue el tiempo de Picasso, desarmando la imagen y mostrando distintos puntos de vista para verla, que se corresponde con Einstein y su teoría de la relatividad. Esos cambios tardaron en aparecer en la historieta.
–Es inevitable que un lector de Matías lo compare con otra loca bajita mítica, Mafalda. De esa mirada surge que Mafalda era como más lógica y Matías más de los sentimientos y las simpatías. Y también, que el entorno familiar es distinto. El grupo de Mafalda era la familia tipo: papá, mamá y Guille, el hermanito. En tanto que Matías tiene a su alcance sólo a su madre –el padre se presupone, por razones biológicas–, un psicoanalista de a ratos y su grupo de amiguitos.
–No podría haber hecho mi tira si antes no hubiera existido Mafalda. Mafalda y tener hijos propios, las dos cosas. Y las diferencias son evidentes. Mafalda es más racional, más clásica. En general sus historias son un reflejo de la sociedad de ese momento en escala infantil. Están todas las clases sociales representadas en uno u otro personaje, como Susanita, que es la burguesa. Quino, en ese sentido siempre fue muy coherente con su visión del mundo, y lo refleja en Mafalda. Matías, por su lado, es más del Edipo, más de los afectos. Matías no cuestiona al mundo ni se propone cambiarlo, lo vive.
–Recuerdo una conversación con Horacio Altuna. Yo le decía que muchos leímos en su historieta “El loco Chávez” una crítica subterránea a la dictadura argentina, en plena actividad en ese tiempo. Y Altuna reconocía que no había sido su intención un mensaje político, pero que había sido leída así. Lo que demuestra algo ya sabido, que los creadores están atravesados por su realidad y suelen decir más de lo que se proponen voluntariamente.

–Es así. Cuando me preguntan qué es el arte yo suelo decir que el arte consiste en decir algo sin saber uno lo que está diciendo, para que otro entienda, sin saber lo que entendió. Al fin, hablar es recortar la realidad, que una gran parte quede oculta, lo que no quiere decir que no está, sino que no es evidente. Una gran parte de nuestras comunicaciones se dan en el plano de lo no dicho. Pienso en la primera relación de un hombre y una mujer. De pronto, por un gesto, por lo que no se dijo, se establece esa relación que hace que uno se reconozca en el otro y sienta que pasa algo. Con los personajes de una tira y su relación con el lector sucede eso. Ahora escribo cuentos cortos. Arranco con una palabra, con una frase y me dejo llevar. Cuando termina, apareció lo que quería contar y no sabía. Así funciona el arte.

Recuadro 1:
Breve ficha caótica
-Fernando Sendra nació en Mar del Plata, por culpa de su abuelo, que llegó hasta allí poniendo vías para el ferrocarril.
-Se dice que el padre de Matías era un tal Prudencio, con tira propia, del que su madre se separó por aburrido y tanguero.
-Sendra fue publicista, charlista, trabajó para campañas sociales, para televisión y tuvo una editorial. Sus biógrafos sospechan que su verdadera aspiración fue ser amigo de Inodoro Pereyra, y que lo dibujara Fontanarrosa.
-La madre de Matías se llama Mariana, como para ahorrar en iniciales, y es una activa investigadora de las virtudes de las máscaras faciales.
 El deporte preferido de Sendra, al que se dedica una vez por semana con gran disciplina, es el póquer.
-La tortuga o tortugo de Matías quiere llamarse Rodríguez y busca pareja, sin tener muy claro de qué sexo. El psicoanalista oficial de la tira no parece servirle de mucho.
-Sendra admite que se salvó del servicio militar por atorrante. Otra razón puede ser que usa barba desde los 19 años, y las Fuerzas Armadas de este país en el que le tocó nacer tienen alergia a las barbas.
-Matías juega al papá y la mamá por iniciativa de su amiguita Tatiana, pero no tiene muy claro para qué sirve, entonces se aburre.
-A Sendra, el Concejo Deliberante de Mar del Plata lo nombró Ciudadano Ejemplar de esa ciudad balnearia. Desde ese día se ve distinto en el espejo, no se conoce.

Recuadro 2, hablando en serio:
Una profesión de riesgo
Quino, Carlos Garaycochea, Hermenegildo Sábat y Sendra, apoyados por obras de Liniers, Rep y Mordillo, testimoniaron su compromiso por los humoristas asesinados de Charlie Hebdo en el Museo del Humor de Buenos Aires. El tema era ineludible en la charla con Fernando Sendra porque parece que, en ciertas circunstancias, el humor es una profesión de riesgo.
“Me parece que lo que sucedió es propio de la globalización –señaló a Miradas al Sur–. Grupos sociales que provienen de otras reglas, de otras formas de relación, impulsados muchas veces por el hambre, emigran y aparecen las diferencias. Muchos árabes han emigrado a Francia, y sus hijos, nacidos franceses, tienen una identidad tironeada entre dos culturas, la de su familia y la de la escuela; con lo que se produce una colisión de valores. No es que sean unos mejores que otros, son distintos y provienen de orígenes distintos”.
La globalización económica, y su efecto colateral, la pauperización de los países periféricos, sumada a la facilidad de traslado –aviones, barcos y la mirada de Internet sobre el mundo– han producido una relocalización de grupos poblacionales que, sin quererlo, cuestiona la hegemonía de los pobladores originarios de cualquier frontera. Un fenómeno que llegó para quedarse, y que sólo se puede esperar que siga en aumento. ¿Cuáles son sus manifestaciones? En ese sentido Sendra dice: “Lo importante son las reglas que compartimos. Si pienso que alguien me robó, o él piensa que lo insulté, los dos iremos ante la justicia para resolverlo. Compartimos idea en común, no vamos más allá, como sucedió en París. El argumento que usaron en la masacre no involucra a todos los musulmanes, si queremos una prueba es el rechazo de la comunidad islámica argentina. Puede entender que alguien se sienta marginado y sufra esa marginación, como entiendo, aunque no lo acepte para mí, que alguien pueda sufrir tanto que opte por el suicidio”.
Un tema candente en estos casos es el de los límites. No los límites impuestos por la censura posterior o previa, sino los que se pone el productor de ideas en comunicación con la gente. Respecto a eso Sendra señaló: “Siempre tengo en cuenta quien va a ver lo que yo hago. Cómo lo digo, para que se entienda lo que digo y no otra cosa. No es lo mismo publicar en un medio que en otro, porque los lectores son distintos. Ni siquiera es lo mismo hablar de fútbol en una revista deportiva que en un semanario financiero. Pero, aparte de eso, se lo que quiero decir. Después, la aproximación depende del sentido común. Puedo dibujar a un político metiendo la mano en la lata sin tener pruebas de que lo hace, pero su actitud, que mucha gente piense eso, y que él mismo no lo desmienta, fundamentan mi caricatura”.
Una viñeta de Sendra, con el texto “Han logrado muchas lágrimas. Pero ninguna sonrisa”, resume la actitud de los humoristas argentinos ante la masacre de Francia. Al fin, como dijo Quino en el Museo del Humor, “cuando la respuesta al ingenio es la muerte es para sentirse terriblemente mal”.
Publicado en Miradas al Sur

Las muchas tumbas de Federico

Con mar de fondo político se inició la segunda búsqueda de los restos de García Lorca en Andalucía, pero una investigación hecha libro abre una perspectiva inesperada.
Pala mecánica, Amorim y Lorca.
Pasadas las fiestas de fin de año, la pala excavadora que se les retiró porque hay que mantener libres de nieve los caminos andaluces en el invierno europeo, volverá a estar disponible para que los arqueólogos sigan con su búsqueda de los restos de Federico García Lorca en Víznar, tierras de Granada, la que cantara en sus versos el poeta fusilado.
Este es ya el segundo intento para localizar la fosa que compartiría García Lorca, asesinado en el verano de 1936, con el maestro Dióscoro Galindo y los banderilleros Francisco Galadí y Joaquín Arcollas. Como dato tal vez intrascendente conviene señalar que los franquistas no fusilaron a ningún torero. Mientras los toreros se inclinaban por los nacionales, sus banderilleros, la gente de su cuadrilla, sus “obreros” de apoyo, eran republicanos.
Las primeras excavaciones, que despertaron una tumultuosa discusión en torno de si retirar o no los restos, en la que participó, por sí y por no la familia del poeta, se hicieron hace cinco años, en un punto al que remitían las investigaciones del hispanista Ian Gibson, quien se basaba en el testimonio de Manuel Castilla, supuesto enterrador de Lorca. Para tranquilidad de muchos, en el sitio excavado cuidadosamente durante mes y medio sólo se encontró una piedra.
Ahora, transcurrido un lustro, y con un presupuesto más reducido, tal vez por la crisis económica de España, la búsqueda se trasladó a un kilómetro de distancia, a la carretera que une Víznar y Alfacar, en un terreno conocido como Peñón Colorado.
Y otra vez resurge la discusión y el “ninguneo” por parte del partido que está en el gobierno. Seguramente porque de encontrar el enterramiento en ese sitio, un antiguo campo de instrucción de la Falange, actualizaría un tema que los españoles, en general, han preferido no tocar: los crímenes del franquismo.
En ese sentido, ante la acusación del Partido Popular de que la Junta de Andalucía está montando “un espectáculo publicitario en torno de la memoria histórica”, y el requerimiento de que retire las máquinas de la excavación porque “son necesarias en los muchos puntos de la provincia en los que hay carreteras, hospitales o colegios por construir o arreglar”, parece irrelevante que este hecho sea parte de una iniciativa mayor de la Dirección General de Memoria Democrática. “No estamos sólo buscando a Lorca –señala el arqueólogo Javier Navarro, al frente de la excavación–, sino a víctimas de la Guerra Civil. Yo a mis muertos quiero tenerlos en lugares dignos, y no entiendo que haya gente que no lo vea así. En cualquier caso, me parece que esto sobrepasa lo familiar. Federico García Lorca es de todos y es impresentable que España tenga a su poeta más universal tirado en un sitio como éste”. Y, por si algo faltara, los arqueólogos se ven obligados a justificar su trabajo desde el bajo costo que tienen los sistemas de microperforaciones que se utilizan.
Diversos testimonios apuntan a ese sitio, sin precisar exactamente la ubicación. Entre ellos, el de José María Nestares, mando militar del frente de Víznar, que señaló: “Llamé a Manolo Martínez Bueso para que los vigilara y presenciara la ejecución... Después, Manolo me dijo que Federico (García Lorca) iba en pijama y que los habían matado en el campo de instrucción de las tropas, a la derecha de la carretera... Me dijo que de los que se enterraron, Federico era el segundo por la izquierda”. Esto lo dijo al periodista Eduardo Molina Fajardo.
Distintas fuentes y distintos puntos de vista, como el del historiador Miguel Caballero, que continúa la investigación del falangista Molina Fajardo en su libro Las 13 últimas horas en la vida de Federico García Lorca. Caballero afirma que lo mataron por razones de inquina entre familias, y no por su posición política. 
En ese sentido, el escritor Luis García Montero ha sido muy claro al decir que sostener, como lo hace Miguel Caballero, que García Lorca no fue un personaje político, ni perteneció a ningún partido, “es desconocer el significado de su obra literaria y su repercusión en la España del primer tercio del siglo XX” y, al mismo tiempo, olvidar que “entre las más de 5.000 víctimas granadinas hubo muchas que estuvieron menos comprometidas políticamente que Federico García Lorca”.
Es cierta la trascendencia personal de Lorca, y no menos cierto su peso en la cultura rioplatense, porque en sus pasos por la Argentina y Uruguay despertaba pasiones. Lo que abre un interrogante que, de ser cierto, tiraría por tierra todas las discusiones peninsulares, es la investigación que precede a El amante uruguayo. Una historia real, libro del peruano Santiago Roncagliolo, publicado en 2012.
Rico y comunista. Enrique Amorim, escritor uruguayo nacido en Salto, es el personaje investigado por Santiago Roncagliolo para su libro. Reconocido en su momento en el ambiente cultural rioplatense, el oriental tenía un pasar económico que lo había convertido en un mecenas de la cultura de izquierda, y le valía ser parte de varios importantes encuentros del comunismo internacional en América del Sur y Europa. Su obra, pasado el tiempo, ha envejecido mal, tal vez por falta de profundidad. Si algo caracterizaba a Enrique Amorim era que construyó su vida pública como una película en colores, conservando lo privado en la opacidad, espacio en que el libro de Roncagliolo abre una ventanita.
Que Amorim tuviera un trato cercano con Federico García Lorca no es de dudar, porque ahí están las fotografías que lo documentan, de un tiempo en que el Photoshop no hacía estragos. Era un personaje infaltable en los encuentros formales e informales del mundillo de la cultura y la política, que solía concurrir a su mansión en Salto, para compartir, por lo menos, sol, mesas bien servidas y abundantes tragos. Hasta Borges aparece con Amorim, en un amontonamiento de amigos que se remojan en un arroyo.
Lo que coloca a este hombre en el camino de la búsqueda de los restos de Lorca es que, ya siendo amigo de destacadas figuras de su tiempo, como Pablo Neruda y el otro Pablo, Picasso, habría vivido una intensa ligazón amorosa con el poeta durante un viaje que éste hizo a Uruguay en 1934. Lo que no tendría mayor trascendencia si no fuera porque, en 1953, Enrique Amorim levantó en Salto lo que se considera el primer monumento en memoria de Lorca, dando origen a más de una sospecha o certeza, porque la ceremonia tuvo mucho de entierro. Idea quizás abonada porque Amorim había sido quien repatrió los restos de Horacio Quiroga a Salto.
En el discurso inaugural, al que asistió la exiliada actriz catalana Margarita Xirgu –que estrenara en 1945 "La casa de Bernarda Alba" en Buenos Aires–, Amorim se puso alegórico recitando unos versos de Antonio Machado, y dando a entender que algún día él mismo yacería junto a los restos del poeta. Para muchos de los memoriosos, algunos entrevistados por Roncagliolo para su libro, una misteriosa caja blanca que se ve en las fotos junto al monumento contenía los restos del autor de Romancero gitano. Restos que el escritor uruguayo habría rescatado de su primer enterramiento en España.
Visto el perfil de vida de Enrique Amorim y su exitosa carrera en la legitimación como comunista millonario y escritor, Santiago Roncagliolo, ganador del Premio Alfaguara en 2006 por Abril rojo, deja abierta la posibilidad de que con relaciones y dinero haya podido hacerse con lo que quedaba de su amante.
Santiago Roncagliolo dijo a Miradas al Sur, desde Barcelona, que la investigación y el libro habían sido un trabajo por encargo; que la editorial española Alcalá, dueña de los derechos de los libros de Amorim, lo había puesto sobre la pista, pero que él no había inventado nada. Con lo que tal vez las excavaciones en busca de los restos de Federico García Lorca deberían meter la pala en el monumento de Salto, parada obligada de miniturismo, como sugiere Roncagliolo. Si Enrique Amorim no era un delirante, en Salto está la Caja de Pandora que puede hacer saltar por los aires la historia conocida del poeta granadino, y todas las discusiones en torno del destino de sus huesos.

Recuadro 1:
Cronología de los misterios
1898 Nace Federico García Lorca en Fuente Vaqueros, Granada.
1934 Lorca llega a Buenos Aires, presencia Bodas de sangre, protagonizada por su amiga Lola Membrives, dirige Mariana Pineda y viaja a Uruguay, donde se encuentra con Enrique Amorim.
1936 Lorca es asesinado entre Víznar y Alfacar, Granada.
1953 Amorim inaugura el monumento donde podría haber restos de Lorca.
1955 Manuel Castilla, “El Comunista”, dice al investigador Agustín Penón que enterró a García Lorca en Alfacar.
1960 Muere Enrique Amorim.
1966 Castilla indica el mismo lugar a Ian Gibson, biógrafo de Lorca.
2008 El juez Baltasar Garzón ordena la exhumación de 19 fosas, entre las que se encontraba la posible de Lorca. La Audiencia Nacional lo paraliza.
2009 Después de tres meses de búsqueda, en Alfacar solo aparece una roca.
2012 Santiago Roncagliolo publica, con la editorial Alcalá, El amante uruguayo. Una historia real.
2012 Un nuevo equipo excava, en una posible ubicación, un campamento de Falange.
2014 Otro equipo excava, en otra posible ubicación, un nuevo campamento de Falange.

Recuadro 2:
Ser o no ser de Lorca
La derecha española, y parte del progresismo bien pensante, es decir moderado, aún mantienen vivo a García Lorca. Unos, porque lo demonizan como rojo come niños, atribuyéndole una importancia ideológica y política que justifica la suerte que corrió. Otros, porque en un extraño giro, lo redibujan como un apenas simpatizante, dedicado a su arte, del que se apropió la izquierda extrema luego de la Guerra Civil. Tal vez son los mismos que se complacen en señalar que se ha avanzado mucho, desde la llamada Transición Modélica, reconociendo que los malos no fueron sólo los republicanos, sino que se cometieron brutalidades en ambos bandos. Visto desde este lejano sur, y la persistencia de los argentinos en llevar ante la justicia a los genocidas, resulta entendible la posición de la derecha, e incomprensible ese “ni fu ni fa” de los llamados progresistas, si se tiene en cuenta que, terminada la guerra, las “sacas” de los pueblos sumaron más de 200.000 asesinados en las cuentas del franquismo. Y no sobra ningún cero.
Tal vez eso es lo que se discute, subterráneamente, en torno de la búsqueda de los restos del poeta granadino, del que se sabe que fue fusilado y enterrado a escondidas, como parte de una serie de asesinatos en tierras andaluzas, más precisamente, en un campo de entrenamiento de Falange. Es cierto que todos los desaparecidos, asesinados y enterrados en cualquier parte por los ganadores de la guerra, merecen que se los saque de debajo de la alfombra que oculta lo podrido, y que sus restos vuelvan a sus familias, para que cierren el duelo enterrándolos como mandan las costumbres. Pero, esa idea, justa en lo general, también suele ser manipulada por quienes son funcionales a la derecha, se llamen como se llamen. Lo cierto es que Federico García Lorca hubo uno solo, y su trascendencia como figura internacional, que podría haber optado por un seguro exilio para evitar los riesgos de la guerra, lo convierten en un referente obligado, en una bandera de los caídos de mala manera y enterrados como perros en cualquier cuneta.
Recordar que Federico García Lorca era un poeta largamente reconocido ya antes del enfrentamiento entre republicanos y nacionales, sería una obviedad imperdonable. Nadie ha podido pasar por la escuela, en el universo hispanoamericano, sin leer por lo menos unos versos de García Lorca. Y si el lector se dio un poco más de juego sabrá que, mientras Jorge Luis Borges lo apostrofaba como “andaluz profesional”, sus llegadas a Buenos Aires, donde estrenó su Bodas de sangre con Lola Membrives como protagonista, fue uno de los acontecimientos culturales más relevantes del primer terecio del siglo XX en el Río de la Plata.
García Lorca no sólo ya era famoso y reconocido, tenía conciencia de serlo, y eso es lo que puso a disposición de sus ideas cuando, en plena Guerra Civil, recorría los frentes con su teatro y sus poemas, apoyando a los combatientes. El testimonio de sus compañeros de lucha y las investigaciones del hispanista Ian Gibson dejan en claro que nunca tuvo un papel preponderante ni como ideólogo ni como conductor de la guerra. Tampoco fue un inocente. Sabía en qué bando estaba, sabía para quién jugaba, y lo hacía desde el espacio de combate que asumen los artistas y los intelectuales que no cambiaron las artes por los fusiles. Su elección es comparable a la experiencia de los teatros populares y barriales que sumaron actores y dramaturgos en la lejana primavera democrática de la Argentina en 1973, cuando los criminales de las Triple A los baleaban en cualquier esquina. Como poeta, como hombre de teatro, sabía que tenía límites, pero así y todo, le ponía el cuerpo a la coherencia de las ideas. Más que suficiente.
Demonizar a Federico García Lorca es un trabajo de la derecha, que preferiría que nunca hubiera existido. Presentarlo como un intelectual “a la violeta”, apropiado luego por la izquierda, es una perversión del razonamiento. La misma clase se retorcimiento que señaló, repetidas veces, que el ensañamiento de los franquistas con su figura se debía a su homosexualidad. No es descartable que para los católicos ultramontanos de aquel tiempo su elección sexual fuera inaceptable, al fin es de sospechar que los ultramontanos actuales tolerarían mejor al poeta granadino si no hubiera sido lo que era. Sólo que también es una exageración asegurar que lo fusilaron por ser homosexual. Ambas visiones rozan el ridículo. Alcanza con recordar que el “Brujo” López Rega, conductor de la banda nazi Triple A, y luego, en su fuga, embajador itinerante, afirmaba que todos los integrantes de los grupos revolucionarios de la Argentina, todos, eran “putos y drogadictos”. Ante la calificación convertida en insulto bien vale repetirse: todos fueron García Lorca.

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La primavera es una metáfora


Vaya a saber uno por qué extraño mandato a los escribas se nos da por mezclar el equinoccio vernal (el paso del invierno a la primavera), la magia, el bolsito con empanada gallega de caballa –que para atún no daba la plata– y el picnic obligado en el Parque Pereyra, al que todos íbamos dispuestos a creer en la poesía y a enamorarnos como perros jadeantes. Seguramente ayudaba que el bucólico espacio lleno de árboles, arbustos y bichos colorados, a los citadinos nos convertía en una criolla versión de faunos en vaqueros persiguiendo ninfas que pocas, muy pocas veces, se dejaban alcanzar. En cuanto pibas y pibes despegaban, un poco, de la tutela familiar, en sus cabezas hirvientes de hormonas, feromonas y otras monas, el 21 de septiembre se proyectaba como un día especial. En esas alturas de sus vidas aún no sabían que el período de bobaliconería y erotismo campestre tenía fecha de caducidad, que de los 18 en adelante la música sonaría de otra manera, más política, y que el que seguía con los picnic arbolados pertenecía a la marciana raza de los boy scout. Corrían los ’60 camino de los ’70, y tipos como Tanguito cantaban Amor de primavera: Allá a lo lejos/ puedes escuchar/ a un amor de primavera/ que anda dando vueltas/ que anda dando vueltas… El Parque Pereyra era como un imán, y pocos recordaban que había tenido otro nombre unos años antes, Parque de los Derechos de la Ancianidad, cuando el gobierno de Domingo Perón se lo expropió a los Pereyra. Historia que  rescató en su novela El incendio y las vísperas. El estupor de la aristocracia ante una osadía que llenaba de negros un jardín particular, y hasta dónde se atreverían a llegar, si además prendieron fuego al Jockey Club, señora. Si podían expropiar a los Pereyra Iraola el apocalipsis estaba a la vuelta de la esquina. Claro, para los picniqueros de voces en pleno cambio y algún que otro acné, eso era Historia Antigua. Un poco menos antigua que el paso de la monarquía por ese edén de la oligarquía vacuna, como sucedió cuando en 1887 llegó a Buenos Aires Don Carlos de Borbón y Austria, duque de Madrid, frustrado aspirante al trono de España como Carlos VII y pretendiente del trono de Francia como Carlos XI de Francia y Carlos VI de Navarra. O sea, un personaje con muchos alias pero condenado a jugar en la “B”. Lo trasladaron en un tren especial, con todo su séquito y en la compañía del vicepresidente Carlos Pellegrini. Podemos presumir fiesta campera en gran estilo, porque anotan los cronistas que incluyó salir a cazar ñandúes. No era la primera vez que la sangre noble visitaba esos campos que un paisajista belga convirtió en un exótico jardín, importando árboles desde los puntos más remotos del globo. Algunos años antes los Pereyra, que venían dedicándose a la cría de ganado Shorthon, ampliaron la familia importando un progenitor cara blanca, de raza Hereford, bautizado Niágara. Diría que Niágara tuvo un destino algo más distendido que Carlos de Borbón y Austria, porque, aparte de distribuir sus genes artesanalmente, porque aún no se había inventado la inseminación artificial, hoy pervive en la etiqueta de un whisky nacional llamado “de los criadores”. O sea, que antes de los picnic en una estancia expropiada por la horda clasista, ya había quién picniqueaba de lo lindo y quién corría detrás de atractivas hembras receptivas. Y que conste que estamos hablando de Niágara. Pero, volviendo unos pasos atrás, al cambio de categoría, geografía y objetivos al cruzar la frontera de cierta edad, deberíamos reconocer la continuidad de los picnic o de los parques. Porque aunque, parodiando eso de que la guerra es la continuación de la política por otros medios, de Clausewitz, se entraba en la etapa en que el amor era el sexo por otros medios, aquellos ’60 y ’70 estaban infisionados por la política. O sea que el dejar para los imberbes y sus equivalentes féminas los picnic a la sombra, no eliminaba el atractivo del 21 de septiembre y mucho menos la ebullición, como una especie de fiebre del heno, que se traducía en enamoramientos tumultuosos, pocas veces de larga duración, pero siempre de intensidad terremoto fuerza ocho. Así, el cronista recuerda un campeonato relámpago de fútbol en un picnic distinto, organizado por “troscos”, al que fue invitado porque en su desinformada posición sobre el comunismo –la del cronista– les parecía un aliado táctico, cuando en realidad era un diletante que confundía a Stalin con Lenin y no le parecía grave. Y lo recuerda porque, patadura, fue a parar al arco de uno de los dos equipos que llegó a la final. Partido que se definió por penales, y copa que ganó el cronista atajando dos penales, entusiasmado hasta el delirio deportivo por troscas de miradas húmedas; las “porreras” de Don León. Tanta ingenuidad mezclada con hormonas y consignas merecería la canción que ponen en boca de Tanguito en la película que le dedicaron: Pueden robarte el corazón/ cagarte a tiros en Morón/ pueden lavarte la cabeza/ por nada. La escuela nunca me enseñó/ que al mundo lo han partido en dos/ mientras los sueños se desangran, / por nada. Pero el amor es más fuerte, / pero el amor es más fuerte… Y, algunos años más atrás, cuando el hermano menor del cronista, un 16 de septiembre del ’55, que presagiaba un 21 sin picnic porque el 23 triunfaría la Revolución Libertadora, se quedó sin cumpleaños porque la Marina del almirante Isaac Rojas amenazaba con cañonear la destilería de YPF y los habitantes de Berisso evacuaban la ciudad llevando lo que podían cargar, en columnas como las que mostraba el cine en la Segunda Guerra Mundial. Columnas que pasaban por el barrio. La torta del cumple, hecha en la casa era, casualmente, un barco con mástiles de caramelo. Aquel pibe sin fiesta y aquella primavera sin picnic. Tiempo difícil, y siempre doloroso, el de ser muy joven. Aún no se ha desarrollado la coraza de cinismo necesaria, y hasta los festejos por un equinoccio se pueden convertir en una mala historia. Tiempos en que un poema ingenuo, naif, como el que Gabriela Mistral dedicó a la primavera: “Doña Primavera/ viste que es primor, /de blanco, tal como/ limonero en flor./ Lleva por sandalias/ unas anchas hojas/ y por caravanas/ unas fucsias rojas./ ¡Salid a encontrarla/ por esos caminos!/ ¡Va loca de soles /y loca de trinos!”, se puede transformar en una caminata mar adentro, como la que emprendió Alfonsina Storni. Tal vez por eso, casi cederíamos a la tentación de adecuarnos al ritmo de los tiempos, es decir, a la superstición masiva, para sugerir un par de ritos de transición. Como, por ejemplo, encender velas negras y blancas, en pares, por toda la casa, pintar huevos de gallina como si fueran los del conejo de Pascua, soplarse el ombligo y pensar en ser buenos, ay, muy buenos. Con seguridad esto no sirve para nada, pero mientras lo hace está entretenido y se olvida de las penas, al tiempo que siente cómo la corriente subterránea de la primavera le alborota las venas y sabe que, como es época de siembra, al fin donde haya veinte personas es probable que se formen más de diez parejas. Por cierto que hoy el Parque Pereyra, ex De los derechos de la Ancianidad, ex estancia “San Juan”, ex hogar de ñandúes que no se imaginaban un futuro de cuadriciclos apestando el campo, sigue más o menos igual, porque al fin los árboles siempre son árboles; los arbustos, esa cosa que molesta, y los bichos colorados también su hacen su picnic con los que se recuestan en el pasto, aunque más no sea para que se les pase la borrachera de cerveza. Eso sí, los manteros africanos antes no estaban. No al menos los manteros de Senegal, que recuperan la presencia de la negritud de los tiempos de Juan Manuel de Rosas, a quien no citamos por casualidad, al fin de cuentas Simón Pereyra, el fundador de la estirpe, era primo hermano por parte de madre de la esposa de Juan Manuel de Rosas. En fin, humedades. Porque si alguno menor de 20 va de picnic al Parque Pereyra no será justamente para aprender historia. Si no, tal vez, metafóricamente, para alimentar la Historia, porque con la primavera llega el tiempo de la siembra; que también es una metáfora.

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De hijos y chupetes

En estos días se reavivó el culebrón borbónico, y por eso rescato esta nota publicada en junio de 2014, porque derecha e izquierda española coinciden en la tolerancia hacia la monarquía, en tanto no dé mucho de qué hablar, pero un repaso por la historia conocida de los Borbones no deja tranquilos a sus defensores.
Ingrid Sartiau, Albert Solà Jiménez y Felipe VI
 A rey muerto, rey puesto, dice un antiguo refrán que, de cumplirse, hubiera hecho todo más fácil, porque la Constitución de España no previó cuáles serían los privilegios (ni si le correspondían) de un rey que renunciara al trono. Hasta el momento, los juristas hacen malabares: una parte de la familia, hasta ahora coronada, se va a jugar a la B, y algunas historias que eran de página policial o de revista de peluquería, se ponen jugosas. A saber: la todavía princesa real Cristina de Borbón y Grecia tiene pendiente una resolución judicial por su imputación en los delitos económicos de su consorte, Iñaki Urdangarin. Si bien su condición no le otorga inmunidad judicial, hasta ahora los jueces soportaron serias presiones e hicieron equilibrio para no llevar a juicio a una princesa de España. Con el cambio de titular de la corona ya no será princesa, título que corresponderá a sus dos sobrinas, con lo que no sería traumático que se la juzgara por haber firmado junto a su marido no pocas maniobras fuera de la ley. ¿Una ex princesa entre rejas? Puede ser. En cuanto a Juan Carlos de Borbón, que quedaría en condición de padre del rey, pero sin los privilegios e inmunidades que hoy tiene, tal vez su pasado revoltoso le traiga algunos dolores de cabeza. Por ejemplo, una mujer y un hombre, Ingrid Sartiau y Albert Solà Jiménez, aseguran ser sus hijos no reconocidos. La historia pasaría por otra picardía del Borbón, una de tantas, si no fuera porque Albert Solà Jiménez nació en 1956, con lo que sería el hermano mayor de Felipe de Borbón, nacido en 1968. Un posible reconocimiento de Solà pondría aún más patas arriba lo que ya lo está. El caso es curioso. Para Ingrid Sartiau la cosa se destapó un día en que, mirando televisión, Liliane, su madre, le señaló la aparición del rey de España diciendo “ese hombre es tu padre”. Liliane Sartiau había conocido al rey en Francia, en el año 1956 –el mismo año en que nacería Albert Solà– y volvieron a encontrarse en Luxemburgo un año más tarde. Nueve meses después nacía Ingrid. Ingrid Sartiau comentó la revelación con mucha gente, pero pasaría algún tiempo antes de que, por Internet, tomara contacto con su medio hermano cuando, buscando información sobre la dinastía de los Borbón, encontró una entrevista en la televisión holandesa en la que Albert Solà Jiménez decía que era hijo de Juan Carlos I. Entonces dieron un paso conjunto, comprobar si tenían consanguinidad, y la comparación de los dos perfiles genéticos sentenció el 91% de posibilidades. “La probabilidad de que tengan un progenitor común es elevadísima”, reconoció el profesor Jean-Jacques Cassiman, genetista de la Universidad de Lovaina que realizó el estudio. “Los resultados son claros, pero los estudios no pueden especificar si se trata del padre o de la madre”, asegura. Por ahora lo comprobable es que las madres son dos distintas, y se puede descartar que el resto sea intervención divina. Chupete verde. La historia de Albert Solà es más rocambolesca que la de su media hermana, un novelón como los de Alejandro Dumas. Según la cuenta, la cosa comenzó cuando el entonces príncipe Juan Carlos estudiaba en la academia de aviación militar de Zaragoza. En esa ciudad, donde luego también se formaría aviador el próximo rey de España, conoció social y bíblicamente a Maria Bach Ramon, joven perteneciente a una familia de banqueros de Girona, Cataluña. Al respecto, Solà sostiene que, poco antes de que él naciera, “el Rey les comunicó la noticia a varios amigos”. Pero enterarse de eso vino después, porque luego del parto en la Maternidad de Barcelona, las enfermeras le sacaron el niño a su madre y lo llevaron a Ibiza, de donde regresaría recién años más tarde, para terminar siendo adoptado por la familia Solà Jiménez. Ya de mayor, cuando Albert Solà decidió investigar su origen biológico, se encontró con algunas sorpresas, como que cuando nació fue registrado como Albert Bach Ramon, y que en los papeles rescatados figuraba una anotación al margen: “Chupete verde”. Solà sostiene que los historiadores que consultó le han señalado que la pérdida del apellido original eran una costumbre del franquismo, que borraba a la madre biológica, y que lo de “chupete verde” es una expresión que sólo consta en las anotaciones de nacimiento de los hijos de la realeza. O sea que, como en la continuación de Los Tres Mosqueteros, cuando Albert Solà, luego de vivir un tiempo en México, retornó a España empecinado en saber cuál era su nacimiento, se encontró con que el color de un chupete lo podía convertir en el primogénito del rey Juan Carlos I. O sea, primero en la línea sucesoria al trono de España, siendo catalán. Una bomba. Lo cierto es que el hombre interpuso en 2012 una demanda por paternidad, que no le fue admitida por los juzgados de Madrid argumentando que “la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad”. Sí ha logrado que la Casa Real, con la que según sus palabras mantiene una “relación cordial”, le conteste a sus llamadas y le reciba los saludos para “su padre”, aunque mantengan el silencio sobre sus pedidos de hacer una comprobación genética. El último Borbón es el título de un libro, pero tal vez debería estar entre signos de pregunta si es verdad lo atribuido a la reina María Luisa de Parma por su confesor a la hora de su muerte, un 8 de enero de 1819. Según Fray Juan de Almaraz, la reina descargó su alma diciéndole –pasado a un castellano moderno– que “ninguno de mis hijos lo es de mi esposo el rey Carlos IV y, por consiguiente, la dinastía de Borbón se ha extinguido en España”. Esto lo escribió de puño y letra el fraile, que mantuvo el secreto un buen tiempo, el 2 de junio de 1827. Parece que a Carlos IV le tiraba más irse de cacería que quedarse en casa y el favorito de la corte, el ministro Manuel Godoy, era quien se ocupaba de la reina. Al fin, el ministro llevaba las riendas del poder y Carlos IV estaba a gusto compartiendo el mismo techo, la misma mujer y la misma comida. El futuro Fernando VII, muy conocido en sudamérica porque cuando fue secuestrado por los franceses sirvió –sin quererlo– de “máscara” a la liberación del Virreinato del Río de la Plata, nació en octubre del mismo año de la entrada de Godoy en palacio. Como en todo palacio que se precie, corrían las maledicencias, y un cuadro, el retrato de la familia real pintado por Francisco Goya, levantó rumores acerca de que los infantes Francisco y María Luisa se parecían mucho a Godoy. Como dato de época vale la pena reseñar que María Luisa de Parma tuvo 14 hijos, la mayor parte fallecidos cuando muy pequeños, y 11 abortos. Aseguran algunos historiadores irreverentes que, enterado de las historias, su hijo, Fernando VII, hizo encerrar de por vida a María Luisa de Parma en la prisión de Peñíscola; la misma prisión, pero se supone que en cuartos distintos, donde encerró al fraile Almaraz cuando tuvo la mala idea de contarle lo que sabía. En los hechos, Fernando VII le hizo una gambeta a su hermano Carlos María coronando a su hija Isabel, casándola con otra rama de los Borbón no destinada a reinar, y dando pie a lo que serían los “carlistas”, que acusan a los descendientes de Isabel II de ser algo así como falsos borbones. Probablemente, Fernando VII quiso desterrar de la familia los genes de Manuel Godoy sin lograrlo del todo. Isabel II engendró a Alfonso XII, al estilo de su abuela María Luisa; ese Alfonso era adicto a la pornografía y llegó a filmar una película de ese género, mientras su hijo Alfonso XIII, abuelo de Juan Carlos I, se desvivía por las prostitutas. Por su parte, Juan de Borbón sembró progenie por el mundo, pero se vio ampliamente superado por su hijo, el arrepentido cazador de elefantes, que seguramente repitió muchas veces “no lo volveré a hacer”. Con lo que se llega hasta hoy, cuando Felipe de Borbón, de la rama sospechada de los borbones, hijo de Juan Carlos I, asumirá como rey de España con el nombre de Felipe VI, mientras que el catalán y tal vez separatista Albert Solà Jiménez podría ser reconocido como el verdadero primogénito Borbón. Situación que, teniendo en cuenta lo reseñado antes, reclama un esperpento de Ramón del Valle-Inclán, que ponga en primer plano a la reina María Luisa de Parma confesando en su lecho de muerte que el último –¿y verdadero?– Borbón fue Carlos IV. Cosas de palacio.

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