Iba
a comenzar diciendo “no sé por qué recuerdo en estos días”, pero la verdad es
que sé muy bien por qué recuerdo, pero no queda educado apuntar con el dedo.
Así que, digamos que hablo de la clase media.
Recuerdo,
entonces, “La niña rosa”, uno de los relatos de “Falsificaciones”, de Marco
Denevi.
Podría
comenzar diciendo, Había una vez, una niña siempre de rosa, en un palacio de
color rosa…
“…Todas
las tardes la niña se asoma al paisaje de los gobelinos y los cuadros de un
célebre pintor inglés. Sus escarpines de seda apenas se posan sobre el musgo de
las alfombras, como en vajilla de porcelana y con cubiertos de plata y dice al
pasar: Por favor, por favor, no os
incomodéis, y con un ademán dibuja en el aire el cuello de un cisne. Oye
música clásica suave y recita en francés la fábula de La cigarra y la hormiga. La niña rosa es toda rosa y huele a rosas.
No tiene rodillas ni codos, porque las rodillas siempre son feas y los codos se
parecen al trasero de las gallinas. Una vez al día, se encamina hacia cierto
lugar recogido y pequeño del palacio, pero existe la prohibición absoluta de
preguntar qué lugar es ese: cuando va a ese lugar todos los relojes se detienen
y no vuelven a funcionar sino cuando la niña rosa reaparece.
Una
vez, sin embargo, la niña rosa dejó su palacio y salió al mundo. Vio los
paisajes de sal y de arenas y el barro donde chapoteaban los cerdos. Vio la
boñiga de las bestias, oyó juramentos y blasfemias y la música canallesca que
exhalan los prostíbulos. Vio rostros de usureros, de ladrones, de rameras. Un
marinero borracho quiso besarla y la besó. Un ciego le tendió la mano llagada.
A través de las ventanas sin visillos presenció las riñas de los enamorados, el
velatorio de un recién nacido, el parto de una mujer que gritaba entre sangre y
agua y el asesinato de un viejo a manos de su sobrino seminarista. Perros
sarnosos y gatos lúbricos le mordieron las piernas. Pero la niña rosa no murió.
Después de verlo todo y escucharlo todo, la niña rosa llegó a palacio, y allí
se bañó y se perfumó, y luego se sentó a la mesa y comió en vajilla de
porcelana, con cubiertos de plata, y dijo: Por
favor, por favor, no os incomodéis. Y es así como los viajeros la ven
siempre”.
Hoy,
muchas niñas y niños rosas, atacados por las crisis y la pobreza, aseguran que
nunca se olvidarán de esta experiencia que les ha cambiado la vida, haciendo
añicos sus seguridades color rosa. Pero… estoy seguro de que, pasada la ola, se
bañarán, se perfumarán, y harán un bonito agujero de olvido en el tiempo de la
memoria.
Es
cierto, para eso no es necesario ser una niña rosa, se puede ser de otro color,
por ejemplo roja.