Gardel con su amigo el jockey uruguayo Irineo Leguisamo.
Dicen que Gardel era
un gordito que para filmar sus películas, verdaderos antecedentes de los
videoclip, se estrangulaba la cintura con faja de señora entrada en carnes.
Probablemente por eso, por el estrujamiento, sonreía de costado; pero esa es
sólo una presunción. Que fuera gordito no sería de extrañar, puesto que en esos
años la flacura era obligadamente proletaria y la pancita signo de que al
portador las cosas le iban bien y comía seguido. Tanto que la imagen icónica
del burgués lo mostraba con cadena de oro cruzando un prominente abdomen, como
un puente colgante ahumado por un poderoso cigarro habano. Y Carlitos, como
cantor de unos años en que las estrellas viajaban en tren y no ganaban ni la
mitad que un plomo de los Rolling Stones, empataba en cintura con los tenderos
acomodados; lo que no lo inhabilitaba para que practicara algún deporte y fuera
fervoroso admirador de otros.
Lo más conocido es
su pasión por "los burros", dicho en lenguaje de seguidor turfístico.
Pero no se quedó en los purasangres de carrera sino que también, aparte de las
sesiones de gimnasia -presumiblemente sueca- con que se castigaba de tanto en
tanto, era admirador del boxeo y seguía con igual entusiasmo un deporte que,
por esos años, dejaba de ser una manía inglesa para convertirse en dominio de
multitudes, el fútbol.
Su relación con el
fútbol y el deporte en general, se presentó como un fortuito cruce de calles y
nos trajo una historia que promedió más o menos así:
-Carlitos… ¿por qué
no te vas a cantarle a los uruguayos?
Rebobinamos y
comenzamos un poco más atrás, cuando reparamos que a una quincena de
"fondos buitre" y copa del mundo en Brasil, se sumaba otro
aniversario del momento en que Carlos Gardel ni voló ni retornó de las cenizas
como el ave Fénix en el aeropuerto de Medellín; todavía sin Pablo Escobar.
La memoria entró a
la cancha y nos propusimos hurgar en el pasado, digamos que deportivo quién, de
aquí en más, llamaremos Gardel para eludir la caída en la retahíla de apodos
que evitan la repetición del nombre.
A Gardel lo teníamos
en tangos como "Leguisamo solo", "Por una cabeza",
"Bajo Belgrano", "Preparate pa`l domingo" y el irónico
"Paquetín, paquetón" con que fustiga a uno que no gana una carrera ni
con ayuda del Papa de turno. Lo teníamos como dueño de caballos que nunca le
dieron un gusto grande, pero que, como Lunático, pasaron a la historia con
tango propio. Ese era su "berretín", pero no excluyente, porque es
conocido que seguía de cerca el boxeo, una actividad que despertaba fanatismos
en su tiempo y que supo compartir, sin enterarse, claro, con Julio Cortázar.
Cortázar, a quién
recordamos todo el año, reconocía que no le gustaba el fútbol porque "En
el fútbol son once contra once, gana o pierde un equipo. La responsabilidad
individual se diluye, todo se diluye; alguien pudo haber jugado muy bien o muy
mal pero nunca tiene la plena responsabilidad del triunfo o de la derrota. En
el boxeo eso no es posible". Sus palabras podrían ser una diatriba contra
algún gobierno o un alegato sobre la política, pero más político era Borges
cuando decía que el fútbol "es popular porque la estupidez es
popular". Por suerte empataba Osvaldo Soriano que escribió algunos relatos
imperdibles como "El penal más largo del mundo" -sacado de su
experiencia de jugar para Cipolletti en Barda del Medio- o la homérica
narración titulada "El hijo de Butch Cassidy", que coloca a un hijo
del legendario bandido arbitrando un partido en la Patagonia. Un
partido donde se dirime el mejor del mundo, en paralelo con el mundial de
fútbol de 1942.
Pero volvemos a
cuándo a Gardel no lo mandaron a "cantarle a Gardel", pero sí a los
uruguayos.
Cuentan que cuando
jugaba la selección Carlos Gardel iba a las concentraciones para animarlos
cantando. Pero que después de las Olimpíadas del 28 y el Mundial de 1930 esa
relación dejó de ser cordial.
El primer tiempo de
esa historia fue cuando, para las Olimpíadas, Gardel estrenó ante el
seleccionado el tango "Dandi". Después, como cabe esperar, le aseguró
al equipo que cuando jugaran se llevarían la medalla de oro. Sólo que eso no se
dio, porque el oro se lo llevó Uruguay, que les ganó en la final.
El segundo tiempo
fue un par de años después, en 1930, en Montevideo. Gardel entonces repitió
"Dandi" el tango que les había cantado la vez anterior, pero muchos
jugadores lo miraban con desconfianza. Para algunos Gardel ya era mufa, yeta,
yettatore, gafe, dicho en lunfardo de varias raíces. Tal vez por eso, para
empardar la mano, a uno se le ocurrió dar vuelta la pisada, hacer un enroque
-Carlitos… ¿por qué
no te vas a cantarle a los uruguayos? Por que si no, se pueden resentir
¿viste?.
Gardel fue y les
cantó a los uruguayos, pero la contra mufa no funcionó y en la final Uruguay le
ganó a Argentina 4 a
2. Así fue, cuentan, que uno de los jugadores sentenció, definitivo: "Che,
Carlitos, vos en el próximo Mundial no vas a cantar".
Tal vez Gardel no
fuera portador de la mala suerte, si es que eso existe, y mi pata de conejo no
lo permita, pero en todo caso su relación con el fútbol nunca fue muy
afortunada. Lo determinante, tal vez, para confirmar su perfil de yettatore o
no, sería su afiliación al Racing Club de Avellaneda, un equipo que en los
tiempos de Gardel se ganó el apodo de "La Academia ".
Si era o no yeta ya
no se podrá saber, pero, sí se sabe que también era hincha del “Barça” cuando
iba a España y, puntualmente, a Barcelona. También que solía cantar, vaya a
saber para quién, el tango "Patadura". Un tango que, visto lo que va
del mundial, especialmente alguno de los partidos, podríamos compartir otra vez
sumando la intención irónica del Morocho del Abasto.
"Piantáte"
de la cancha, dejále el puesto a otro
de puro
"patadura" estás siempre en "orsay".
Jamas "cachás"
pelota, la vas de "figurita"
y no
"servís" siquiera para patear un "hand".
Publicado en Miradas al Sur
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