Pequeñas columnas para sostener una radio (3)
¿Y si la mancha fuera azul?
El fin de
semana pasado estaba en Azul, declarada hace unos años Ciudad Cervantina, para
el inicio de su VIII Festival Cervantino; y llovía. Llovía como para ahogar las
penas y hasta las ilusiones, que son más difíciles de ahogar que un gato.
Circunstancia que me llevó de la mano a recordar un breve paso por La Mancha,
geografía de aventuras para Don Quijote.
Había ganado
un premio literario con mi novela “Patagonia Chu Chu”, que tiene por escenario
La Trochita de la Línea Sur, y tuve que ir a recogerlo. Ya estaba advertido,
por un ganador previo, de qué me esperaba, y la imposición de los organizadores
de que fuera de etiqueta lo confirmaba. Lo menos, traje negro. Y yo no tenía
traje, ni siquiera amarillo. Pero no me quería perder una inmersión en la
España profunda, así que alquilé un traje negro, con faja y moñito violetas.
Sólo me permití la infracción de no ponerme camisa blanca, sino que elegí una
negra, con lo que entré en el perfil de cantor de tangos en decadencia.
El premio
recuerda a Francisco García Pavón, el escritor más famoso y me temo que el
único que dio Tomelloso, en los pagos de Ciudad Real, Castilla- La Mancha. El
premio, los premios en realidad, se entregan en el último día –sábado- de una
semana de fiesta corrida, con toreo todos los días, en variedades imposibles de
ver en las grandes ciudades, como las cuadrillas de enanos toreros que payasean
ante los bichos con cuernos.
No es fácil
llegar a Tomelloso, si no es de Madrid. Desde Barcelona no hay nada, como no sea
la imaginación. Bueno, sí, un tren que no para en esa ciudad, que tiene
estación pero no tiene tren, pero se detiene a varios kilómetros, lo que obliga
a llamar un taxi. En fin. Que yo lo tenía claro, y no me lo iba a perder.
Para la
fiesta de cierre, la fiesta “culta”, habían hecho una selección rigurosa que
concluyó en cuatro pibas de 18 que fungirían de damas de compañía de los
premiados. El que empiece a imaginar porquerías que se olvide. Se mira y no se
toca, y con la que me correspondía me encontré en el ayuntamiento, ya trajeado
de tanguero. Una rubita asustada, vestida de largo en color salmón, como las
otras tres, y con un batido alto fijado con espray, como las otras tres. Y yo
que creía que esos peinados habían muerto en los 70.
Nos
presentamos y salimos a la calle. Imaginen un desfile de carrozas sin carrozas.
El alcalde abriendo camino con su dama salmón y batido del brazo, detrás los
premiados, más atrás quien sabe quién, y a los lados dos filas interminables de
vecinas que aplaudían la procesión. En realidad, aplaudían y vivaban a las
pibas, que los premiados ahí no teníamos familia. Parecía Semana Santa, pero
menos santa. Mis espías me habían anoticiado que en segundo lugar, detrás del
alcalde, tenía que avanzar el premio mayor de la jornada, el “Francisco García
Pavón” de novela, o sea uno. Pero, el patriotismo mete la cuchara, y uno es
argentino, por lo que me pasaron al tercer puesto y fue de segundo el premio de
poesía, que era español. Segundo o tercero para el argento era lo de menos. Lo
de más era que el desfile parecía no terminar nunca, mientras arreciaban los
aplausos para las pibas, que no lo llevaban muy bien, porque caminar con falda
larga no es para todos, y mi rubita terminó por confesarme que tenía miedo de
darse un porrazo.
Argentino el
tipo, del barrio El Mondongo, se lo dijo con seguridad: con la mano que tenés
libre levantá el ruedo unos centímetros, y no te sueltes de mi brazo que si te
ves complicada yo te sostengo. Su sonrisa de agradecimiento compensaba que, a
veces, uno la vaya de caballero.
Pero todo
termina, y las subieron, a las pibas, a carruajes de época, para marchar hasta
el gran teatro del pueblo, mientras a los premiados nos llevaban en un
colectivo. Eso marcaba la diferencia.
Voy a contar
dos postales por el mismo precio. El teatro estaba hasta el moño de gente, pero
tuvimos que esperar aparte, hasta que nos dieron entrada como en los Oscar de
Hollywood. Reflectores, alfombra roja, y el cantor de tangos llevando hasta el
escenario a su Dulcinea, con el anuncio de don fulano de tal, ganador del
premio equis equis, con la señorita Dulcinea, representante de la peña de
leñadores de Tomelloso. Y tormenta de aplausos, para las pibas; es lo que tiene
jugar de local.
Al fin, luego
de que se entregaran como cincuenta premios, desde bordado hasta dibujos
escolares, nos tocó a los tres pesados, novela, poesía y plástica, con lo que
terminó lo que parecía interminable, y zarpamos rumbo a un parque de la ciudad
–no sabemos si hay otro- cerrado con rejas que aseguraban que los que no habían
pagado para estar en la gran cena miraran desde afuera.
Mi editor de
ese momento, que había ido para divertirse a mi costa, porque uno, tanto joder
con la revolución, hacía el “soyapa” con faja violeta y moñito al tono, me
contó luego que le preguntó a una integrante de las familias bien, qué pensaba
de las cientos de caras que espiaban a través de las rejas. La tipa debía ser
impermeable a la ironía, porque contestó “que esa gente se divertía viendo como
ellos se divertían”.
La otra
postal, doble, se presentó en medio de la cena, cuando vi que mi rubita
secreteaba con otra dama de compañía y le pregunté qué pasaba. Con vergüenza
confesó que quería ir al baño y no sabía a quién pedirle permiso. ¿Qué
corresponde que haga un caballero argentino? Le dije, yo te doy permiso, y le
escribí en su menú, “doy permiso a fulanita para que haga lo que necesite”, y
lo firmé. Entonces la pendeja me mató, porque sonrió muy grande y dijo:
¡gracias, lo voy a guardar para cuando usted sea famoso! En esas circunstancias
es cuando uno se arrepiente de ser bueno.
Y la segunda
parte de la postal vino después que, finalizada la cena, el alcalde y los tres premiados,
con sus damitas, tuvimos que inaugurar el baile con “Sobre las olas”, de
Estrauss, machucado por dos orquestas en vivo. Entonces empezó el baile de
verdad, porque las dos orquestas arrancaron cantando ¡La española cuando besa,
es que besa de verdad! ¡A ninguna le interesa, besar por frivolidad! Cartón
lleno, me dije. Desde mi más tierna infancia que no escuchaba ese pasodoble.
Abandoné a su
suerte a la rubita, me tomé un whisky con mi editor, y me mandé para el hotel.
La milonga sería larga, y tanto que es tradición que al día siguiente se lo
llame domingo de resaca, pero mi show era finito. Piré, me saqué el moñito y la
faja, y me consolé pensando que no todos los días uno tiene posibilidad de ver
un dinosaurio vivo.
García Pavón
también piró muy pronto de Tomelloso a Madrid. Sus novelas transcurren en
Tomelloso, pero él murió en Madrid. Es que, como me enseñó hace tiempo un
amigo, hay pueblos, ciudades, que están para mandarse a mudar.
En un Azul muy
llovido me dio por pensar en Tomelloso y La Mancha. Y una revelación de hace
tiempo: Cervantes era un gran jodón. La Mancha es tierra de Sanchos, un Quijote
solo podía estar demente.
Vaya uno a
saber por qué me puse a pensar en esto en Azul, que no está en La Mancha. Tal
vez porque seguramente tiene su García Pavón, que se fue para no pegar la
vuelta.