Ernie Pyle
*Por
estos días se supo que los correos, y otros buzones de la red de redes, de
algunos periodistas, habían sido hackeados, espiados, por los servicios de
inteligencia que, se supone, se verticalizan al Poder Ejecutivo.
*Hace
años, con fuerte criterio de márquetin, una editorial tituló “El siglo de las
guerras” a un panorama detallado de los conflictos bélicos durante el pasado
siglo XX; que abarcaban casi todo el mundo conocido.
*Aquí
estoy, de regreso, después de un silencio de años. Siempre con mis historias
"no periodísticas"; por algo no pude publicar nada en tanto tiempo.
La Segunda Guerra Mundial me sigue tan viva en el recuerdo como el primer día,
y si el mundo estuviera en paz seguiría escribiendo como antes,
sobre Normandía, o Tarawa, o El Alamein. Pero cañones y fusiles
siguen su diálogo letal: hoy la guerra se llama Vietnam. (Héctor Germán
Oesterheld/ Ernie Pike)
Tres
acápites para una nota son un síntoma de caos mental o una invitación a
completar el puzle, el rompecabezas. Ordenemos las piezas, comenzando por el
siglo de las guerras, y ya veremos dónde encajan.
Llamar
al siglo XX de esa manera supone desconocer que, en los tiempos precedentes,
las guerras cambiaron cien veces las fronteras internas de Europa, creando y
borrando del mapa países enteros. ¿Por qué centrarnos en Europa? Porque es el
corazón del mundo conocido, y porque hay infinidad de testimonios documentales.
Y, para muestra, basta un botón; o dos. Primer botón: La guerra de los Treinta
Años asoló, bajo banderas supuestamente religiosas, al Sacro Imperio Romano
Germánico. Mesnadas de mercenarios enterraron en el hambre a poblaciones
enteras. (Ya se sabe, el que tiene la fuerza come, el otro, se jode) Muchas
ciudades, hoy parte de Alemania, vieron morir por hambre, o sus efectos
colaterales, a la mitad de su población. Algunas investigaciones señalan que el
origen de un relato tan conocido como “Hansel y Gretel” fue ese caldo, con
padres que abandonaban a sus hijos a los lobos para no compartir la comida.
Segundo
botón: Las Cruzadas. Por donde pasaron los cruzados quedó tierra arrasada.
Especialmente en Europa, porque en el otro lado del charco demostraron ser
bastante ineficientes. Cosa que es comprensible, porque en la borrosa Palestina
que se proponían conquistar había poco para robar. Llevar la cruz no está mal,
pero enriquecerse suele estar mejor.
Bonus
track: Las guerras de conquista. En nombre de la civilización, las regiones más
tarde llamadas del tercer mundo, África, India, Oriente, América, fueron
esquilmadas por bandas que no practicaban el fair play.
¿Cuál
es la diferencia con el siglo XX? La tecnología y sus efectos sociales. El
afianzamiento de los grandes diarios y la masificación de la imagen, como
fotografía o como cine, sin olvidar la radio, dieron conocimiento de lo que, de
otra manera, nadie se enteraba. Por esas tecnologías hemos sido testigos, más o
menos manipulados, de lo que sucedía más allá del barrio, del pueblo, de las
fronteras tangibles. Y es en ese tiempo en el que aparece una figura, una
profesión, el corresponsal de guerra. Lo que nos lleva al texto de
Oesterheld.
Ernie Pike (Oesterheld)
Con las
palabras del tercer acápite, enmascaradas detrás de un personaje de ficción
devaluada -es decir de historieta- llamado Ernie Pike, Héctor Germán Oesterheld
justificaba su vuelta al ruedo en 1971. Tiempo en que, imaginamos, cocinaba su
decisión de sumarse a la lucha revolucionaria. Compromiso que sería sancionado
con su desaparición y la de sus hijas.
La raíz
de ese personaje, al que el guionista hasta le prestó su cara, fue Ernie Pyle,
corresponsal en la campaña de África y la invasión de Italia, durante la
Segunda Guerra Mundial. Pyle, que moriría bajo fuego amigo en Okinawa, narró el
conflicto no desde las banderas, sino desde las personas; lo que lo hizo
distinto a todo el resto.
Ernie
Pyle, sin cruzar la barrera que impedía la crítica directa, supo contar del
hombre metido en una máquina de triturar sin escape. Los desembarcos en
Sicilia, Anzio, Salerno y, luego, Normandía, tuvieron una constante: enviar
soldados al combate como quien arroja mierda a un pozo. Los mandos aliados
fueron más letales para sus propias fuerzas que el enemigo. ¿Podía Pyle
extender su mirada más allá de las historias individuales, pese a que vivía esa
masacre como una úlcera que lo carcomía? No. Si hubiera ido un paso más allá
seguramente no le habrían publicado ni una línea; por derrotista. Bertolt
Brecht decía que, para narrar la verdad, primero hay que conocerla y, luego,
disfrazarla para que no nos impidan contarla. En ese sentido hay una sintonía
profunda entre Brecht, Pyle y Oesterheld.
Hoy,
nuevos saltos tecnológicos, ya integrados a la vida cotidiana, nos hablan de un
nuevo escenario. Un escenario del que no terminamos de enterarnos, y que cambia
a cada momento. Alguien dijo que la tecnología es una locomotora, sin
maquinista, que acelera todo el tiempo y nos lleva a la rastra. En el último
vagón, mirando la vía que se deja atrás, viajan los “inteligentes”, que explican
lo que pasó, pero nada saben de lo que viene, porque el futuro es ciencia
ficción. Situación que nos acerca al primer acápite, la intrusión en los
correos privados, o sea en la vida privada. ¿O la vida privada es cosa del
pasado, como las Cruzadas?
Las
guerras ya no se libran con uniformes y campos de batalla claramente
determinados. Politólogos (¿operadores políticos, más que analistas?) como Gene
Sharp, a quien se atribuye la invención de las “guerras blandas”, señalan ese
cambio. En lugar de ejércitos de ocupación se batalla con medios de
comunicación con intereses afines, con lo que, aquello que en el siglo XX era
sólo una herramienta más, la guerra psicológica, reemplaza las flotillas de
bombarderos, y la bomba de Hiroshima no apunta a los cuerpos, sino a las
mentes.
¿Es de
extrañar, entonces, que los servicios de inteligencia metan la nariz en lo
privado, cuando hasta se comercia con esa información? No hay que tener una
memoria privilegiada para recordar que, en el episodio que involucró al presidente
Mauricio Macri en supuestas escuchas ilegales, afloró una mini red que hackeaba
correos para vender esos datos a políticos, empresarios y programas de la
televisión basura. En un universo de usuarios de las redes, cuya ingenuidad se
parece tanto a la estupidez, no es necesaria la intervención de la CIA para que
te pinchen los correos.
Con lo
que, como en otra vuelta del círculo, que, en rigor, es una espiral, la figura
del corresponsal de guerra cobra actualidad. Corresponsal en una guerra que no se
libra en las trincheras del Marne o el sitio a Saigón, sino en la radio que
escuchamos, en la tele que vemos, y hasta en el tres al precio de dos de los
supermercados. Hoy, cada periodista es un corresponsal de guerra. Y no
solamente los periodistas comprometidos (muéstrenme alguno no “comprometido” y
me caeré de culo), todos, hasta los no periodistas, somos corresponsales de una
guerra.
Como
tengo cierta debilidad por Brecht, cito una frase suya que ha supervivido en el
tiempo y se hace actual: “Hasta el último coolie chino tiene que hacer política
internacional”.
Publicado en LaTecl@ Eñe: http://www.lateclaene.com/argemral