Rodolfo
Mederos es algo más que un hombre con un bandoneón, su espíritu crítico lo
lleva a cuestionar la existencia misma del tango, y es capaz de decir, cuando
comentaristas llenos de optimismo hablan de un resurgimiento de ese género, que
“el tango se ha macdonalizado”, porque hay un público adiestrado para el
consumo de “sonidos fabricados en oficinas de marketing, donde nada tiene
historia y todo suena igual. Una globalización del gusto, la estética, la
sensibilidad y las decisiones”.
Resulta
duro escucharlo afirmar que los músicos están ante una realidad en la que “el
tango, en su más pura manifestación, ya no existe”, Agregando que “dejó de ser
la música cotidiana de un conjunto social para convertirse en ‘música de culto’
para entendidos y, desde lo comercial, para el turismo poco exigente”. Una
recorrida por los escenarios tangueros de Buenos Aires, incluso los más
alejados del turístico Caminito y sus bailarines de corte y quebrada, muestra
rastros de esa orientación hacia el tópico vacío. Ese espacio que le lleva a
decir que hoy no existe nada de lo que se vivió en los ’60 y ’70 en poesía,
intérpretes o arregladores: “Lo que queda son fotocopias de fotocopias cada vez
más borrosas”. Y de las fusiones, de las incursiones en la electrónica, también
tiene algo que decir: “Eso no es música, es basura, es producto de la
ignorancia, de la mediocridad y del oportunismo. Estos músicos no hacen música,
hacen papas fritas”.
En
estos días, cuando en el Centro Cultural Torquato Tasso, frente al Parque
Lezama, alterna los fines de semana su trío con su orquesta típica, accedió a
dialogar con Miradas al Sur, sobre el
hoy y si hay mañana para el tango. Y cómo lo anterior configura un interrogante
que desborda por todos los costados, es preferible ir a la voz de Rodolfo
Mederos, que a modo de repuesta dice:
–Ésa
es la pregunta que me hago todos los días. La que me hago yo y le hago a mis
alumnos todos los días. ¿Qué hacer? Una pregunta difícil de contestar, porque
estamos en un territorio desvastado, mercantilizado, en el que no es fácil
saber dónde estamos y qué queremos, porque la globalización de las culturas le
ha quitado valor a todo. Hoy el tango es un negocio más, y como negocio ha
entrado en liquidación.
–En ese sentido, el tango no se
diferenciaría de otras músicas.
–Es
que el tango es, fue, más que una música. En los años grandes del tango, en los
’40 y hasta los ’60, era parte de la vida de la gente; una manera de vivir y de
sentir; una filosofía de vida. Era la música popular porque era la música de la
gente en cualquier circunstancia de su vida. Pero ya no lo es, y lo que queda
son los gestos, repetidos, gastados, el circo. Hoy la música que baila la
gente, la que siente propia, son tal vez el cuarteto en Córdoba, el chamamé en
el litoral y la cumbia; pero ya nadie baila el tango, como no sea en academias.
–Hasta los años ’50, los bailes
populares contaban con orquesta típica y era una obligación saber bailar bien
el tango, en el estilo de entonces, de salón. Después sucedió algo y se pasó a
la escucha; muy lejos del baile.
–En
esos años sesenta la presencia de Astor Piazzolla es responsable de la
desaparición del tango. La discusión que tenían hacía tiempo, los puntos de
vista distintos entre Piazzolla y Troilo (Aníbal), se inclinaron para un lado.
Troilo defendía que el tango tenía que conservar su forma bailable, cuando
Piazzolla empujaba por un tango para ser escuchado. En esa puja en los ’60 se
fue dejando de bailar el tango y se impuso escuchar a Piazzolla.
–Parece como si Piazzolla fuera el
responsable de la caída del tango, cuando, quizás, fue un emergente inevitable.
–Seguramente
que era un emergente, pero fue la herramienta usada por el establishment para
romper la que era profundo en la identidad. El avance de la globalización
cultural estaba cuestionando todo. La música que difundían las radios y las
grabadoras se habían estandarizado y acá teníamos productos como El Club del
Clan y otros parecidos. Se usó a Piazzolla y su bandoneón se terminó con el
tango bailable, el tango del barrio, porque la dominación también pasa por ahí.
–Tal vez tendríamos que definir qué
es el tango, porque mientras algunos dicen que está “más vivo que nunca” usted
sostiene que murió.
–El
tango es una manera de vivir. Una manera de relacionarse con la gente, con el
vecino, con el amigo, porque el tango es el barrio. Un barrio que ahora no se
reconoce en el tango. A ver… todas las manifestaciones culturales han nacido en
cierto momento, tuvieron un desarrollo, incubaron corrientes culturales
posteriores, entraron en decadencia y luego se extinguieron. Sucedió con el
barroco, con el renacimiento, con todas las corrientes; incluso las modas, lo
que esté de moda, tiene que ver con eso, con un ciclo inevitable.
–Un ciclo que nos remite a lo
biológico: nacer, crecer, decaer y desaparecer.
–Puede
doler que algo se extinga, pero nada dura para siempre, y el tango ha tenido
ese desarrollo, con su mayor esplendor en los ’40 y ’50, y luego su decadencia.
¿Por qué pensar que el tango debería ser eterno? Si fue popular era porque
representaba una época y la gente se reconocía en él, hoy esa época es pasado;
y el tango también. Nadie llora porque desapareció el barroco, Bach… todo eso
que es pasado, y que sigue vivo, pero como pasado. Nada impide hoy que, en lo
que se da en llamar la música clásica se interprete música del barroco, y yo
suelo incursionar, jugar, con la música de Bach, maravillosa, pero lo hago
desde hoy. Ni el barroco ni Bach son hoy populares. Y eso es lo que hay que
asumir con el tango; ya no es popular. Lo que no quiere decir, otra vez, que no
lo pueda disfrutar, sólo que ya no es como una lengua viva, ya no está en la
calle, lo tengo que encontrar en el salón, casi en el museo.
–¿Entonces? Porque usted toca,
compone y enseña tango. ¿Qué pasa con los jóvenes que se acercan al tango
ahora?
–Lo
que pasa es que lo tienen que aprender “in Vitro”. Tiene que buscar las
grabaciones de unos y de otros, escucharlas, observarlas y aprender de ellas lo
que puedan. Cuando yo era chico no tenía que ir a buscar el tango, estaba en mi
casa, en el barrio, en el vecino que tocaba la guitarra o el bandoneón, en la
vecina que cantaba. Hoy tenemos academias de música popular, donde los músicos
pueden aprender los “yeites” indispensables. Antes no había academias porque el
músico aprendía en contacto con los músicos, en la calle, en los clubes, en los
escenarios; ahí estaba el tango. Por eso digo que hoy lo tienen difícil los que
se acercan al tango.
–Esa clase de aprendizaje se parece
a una búsqueda arqueológica. ¿Cuál es el imán, entonces, que atrae músicos
hacia el tango?
–Tal
vez una manera de mirar la vida; no sé. Sí sé que lo tienen muy complicado. Y
yo también. ¿Qué podemos hacer? Hay que encontrar esa respuesta, ¿y mientras
tanto, qué? Escuchar, incorporar, tocar, buscar… ¿Buscar desde dónde? Yo no
creo que alguien pueda encerrarse en una torre de cristal y decir, voy a
producir la música popular de este tiempo. Eso no sucede así, hay un proceso
vivo, una vinculación de fondo, una raíz común con el pueblo o no hay manera.
Si alguien, después, es reconocido por haber hecho algún aporte en ese sentido
no es porque se haya encerrado entre cristales, sino porque estaba conectado,
vivo.
–Se puede definir al origen del
tango como la música del desarraigo. El pibe de la guitarra expulsado del campo
por los latifundios, el pibe que aprendió el violín en una sinagoga europea, el
italianito que toca el bandoneón porque no tiene plata para un acordeón;
y el bandoneón, instrumento para iglesias ambulantes empeñado en el puerto por
marineros alemanes. Eso era el desarraigo. ¿Ya no hay tango porque falta del
desarraigo?
–Lo
que tengo claro es que el tango apareció con la inmigración europea, y que la
cumbia que se baila en los sectores más populares es un producto de la
inmigración latinoamericana. Sólo que en los primeros tiempos del tango la
comunicación, la influencia de la comunicación mundial no era tanta como hoy,
donde se impone una homogeneización, un achatamiento de los perfiles locales.
Yo no sé si esa cumbia que se baila está cerca de la original o también es un
producto del mercado. Lo que sé es que no quiero, no es lo mío tocar cumbias.
–¿Entonces? ¿Cuál es el camino?
–Ojala
lo supiera. Pienso que es algo que tenemos que encontrar entre todos, hablando,
haciendo. Yo toco con el trío y también con la orquesta típica. Podrían
preguntarme, diciendo lo que dice, ¿qué sentido tiene tocar con una típica? No
sé, un poco por pedagogía, para que la gente de hoy pueda escuchar como sonaba
una orquesta típica, de la época en que había muchas, y otro poco porque
es un placer. Algo que uno lleva. Pero hay que estar abierto, bien abierto.
–Justamente, eso me parece un tema.
Ajustarse a un género, en este caso el tango, muerto o vivo, ¿no limita la
ambición del músico? Tal vez por el lado de romper los moldes se pueda entender
el tango electrónico, por ejemplo.
–No
quiero atarme a un género como quien se ata a un reciente, algo que ya está
preformado. En ese sentido, hoy miro hacia adelante y no me cierro a nada que
sea auténtico, sin especulación comercial o de marketing. Hace tiempo, cuando
comenzaba la dictadura, formamos “Generación Cero”, con la intención de
explorar, experimentar. Ni siquiera llamábamos tango a lo que hacíamos, era un
experimento.
–Sin embargo, cuando uno escucha,
hoy, a “Generación Cero”, no tiene dudas de que eso es tango. Al menos es esa
música urbana, con olor a asfalto recalentado, subte y cafés de parado, propia
de la década del ’70.
–Puede
ser, pero no era lo que nos proponíamos, más allá de juntar, encontrar, el
rock, el jazz y el tango, para ver qué salía.
–Usted ha tocado con gente de
muchos géneros, rock, folclore, jazz, incluso flamenco. ¿Cómo ve las versiones
de tangos de Diego El Cigala?
–No
me gustan.
–¿Por aquello de zapatero a tus
zapatos?
–Yo
no me meto con lo que no sé, como el flamenco. El problema de estos cantantes
es que no piensan en lo que hacen.
–Una pregunta indiscreta. ¿Ponerle
pulso tanguero al Himno Nacional Argentino fue un encargo, como el que recibió
el catalán Blas Parera?
–No.
Estaba jugando con la música y el bandoneón, cuando se me cruzó el Himno y
empecé a improvisar. A mi hijo le gustó y la cosa quedó ahí. Tiempo después
estaba grabando y el técnico, que no se cómo se había enterado, insistió para
que grabara mi versión del Himno; y lo hice. Después lo eligieron para el
bicentenario, y ahí está.
–Su visión sobre el tango no deja
de ser desoladora para un joven que se aproxime a él. ¿Algo de esperanza en el
futuro?
–Reconozco
que es desalentadora, pero también es un desafío, y los desafíos son
atractivos. Podemos quedarnos quietos o seguir avanzando, quizás encontremos
algo; al fin, la vida misma es un continuo desafío.
Recuerdos del futuro
Bandoneonista,
arreglador, docente, Rodolfo Mederos es un referente de un tiempo de tránsito
desde el tango como rey de los bailes populares a la marginalidad de los
Centros Culturales, donde se escucha pero no se baila. Espacios que parecen
tener su contracara –sólo parece– en las milongas y las academias donde se
“curte” el tango con cortes y quebradas que ya era viejo y abandonado en los
años ’50.
Rodolfo
Mederos, reconocido como un joven bandoneonista talentoso por Astor Piazzolla
–mientras Mederos estudiaba en la Universidad y tocaba en Córdoba– pega el
salto a Buenos Aires y comienza una carrera siempre junto a los mejores. Así, a
mediados de los ’60 graba Buenos Aires,
al rojo, con temas propios, de Piazzolla y de Carlos Cobián y se presenta
en público apadrinado por Eduardo Rovira. Poco después, siguiendo la senda de
ese tiempo de la confluencia de poetas y músicos, pone su bandoneón al servicio
de los poemas del Grupo Barrilete.
Ya
en el ’69 integra la orquesta de Pugliese, con Daniel Binelli y Juan José
Mosalini. Con ellos dos seguirá como arreglista en el “Quinteto Guardia Nueva”,
pero ya en 1976 inicia un grupo que se constituiría en “conjunto de culto”.
Esta calificación significa, normalmente, que el sujeto adjetivado no llegó a
ser reconocido por el gran público, pero sí por los iniciados en el misterio
áulico, y por sus colegas, que descubren a través de sus audacias nuevos
caminos, nuevas puertas a que tocar.
Por
cierto que “Generación Cero” –hoy fácil de acceder en Youtube– tuvo toda la
irreverencia propia de esos tiempos y cruzó música de distintos orígenes, con
sus pulsos y respiraciones propias. Los eruditos hablan de “triple fusión”,
porque sumaron, entrecruzaron, el jazz, el rock y el tango. Desde la misma
irreverencia de los músicos, se les podría cuestionar a los eruditos su
clasificación, al fin, el jazz, el rock –al menos al argentino– y el tango
tienen el mismo origen y la misma sangre: el suburbio, la marginación y el
asfalto.
Para
aquellos, trágicos, mediados de los ’70 la propuesta de Mederos en “Generación
Cero” no sonaba como tango, pero tampoco lo negaba. Al fin, con la aparición de
Astor Piazzolla y Eduardo Rovira se había roto un dique que condenaba al tango
a una manera, a un estilo, a una mirada, que se estaba haciendo vieja y lejana
para las nuevas generaciones. Los Beatles, Los Gatos, Manal y Almendra ganaban
el baile de los jóvenes, alternando con las cumbias y los colombianos
vallenatos de Los Wawancó y el Cuarteto Imperial. El baile y el club de barrio
habían sido desplazados por las discotecas y la identidad local se hacía papel
picado en nombre de la universalidad, cuando se le daba nombre.
El
primer disco del grupo fue “Fuera de broma”, al que siguieron “De todas maneras”,”Todo
hoy”,”Buenas noches, Paula”, “Verdades y mentiras” y “Reencuentros”.
Al
fin, “Generación Cero”, tal vez anticipando la visión que hoy manifiesta
Rodolfo Mederos sobre aquellos tiempos, fue adquiriendo cierta trascendencia y
logró reconocimiento del público, especialmente en escenarios fuera de la
Argentina. Algo así como recuerdos del futuro.